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Cada semana leeremos un cuento o un poema de algún autor hispano.
Te invito a participar de la siguiente manera:
1. Escoge un cuento, poema, o ensayo de la lista de autores que aparece en la columna del lado derecho del blog. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
2. Después de leer el material elegido, crea una historia usando las ocho palabras que el grupo ¿Y... qué me cuentas? escogió en clase, o escoge otras ocho palabras de la lectura que quieras practicar. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
3. Sube tu historia usando el enlace de comentarios ("comments"). Lo encontrarás al final de cada lectura.
No temas cometer errores en tu historia. Yo estoy aquí para ayudarte. Tan pronto subas tu historia, yo te mandaré mis comentarios.
¿Estás listo? ¡ Adelante!

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Y…¿qué me cuentas?

Este video muestra el momento en el que los estudiantes de

Y…¿qué me cuentas?

crean una historia usando ocho palabras extraídas de un cuento previamente leído en clase.

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Y…¿qué me cuentas?

Recomendación al Gobierno de México por parte del Consejo Consultivo del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (CCIME) durante su XVII reunión ordinaria.

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Tuesday, September 11, 2018

"Olor a cebolla" de Camilo José Cela


Olor a cebolla
Camilo José Cela

Estaba enfermo y sin un real, pero se suicidó porque olía a cebolla.
-Huele a cebolla que apesta, huele un horror a cebolla.
-Cállate, hombre, yo no huelo nada, ¿quieres que abra ventana?
-No, me es igual. El olor no se iría, son las paredes las que huelen a cebolla, las manos me huelen a cebolla.
La mujer era la imagen de la paciencia.
-¿Quieres lavarte las manos?
-No, no quiero, el corazón también me huele a cebolla.
-Tranquilízate.
-No puedo, huele a cebolla.
-Anda, procura dormir un poco.
-No podría, todo me huele a cebolla.
-Oye,¿ quieres un vaso de leche?
-No quiero un vaso de leche. Quisiera morirme, nada más que morirme muy de prisa, cada vez huele más a cebolla.
-No digas tonterías.
-¡Digo lo que me da la gana! ¡Huele a cebolla!
El hombre se echó a llorar.
-¡Huele a cebolla!
-Bueno, hombre, bueno, huele a cebolla.
-¡Claro que huele a cebolla! ¡Una peste!
La mujer abrió la ventana. El hombre, con los ojos llenos de lágrimas, empezó a gritar.
-¡Cierra la ventana! ¡No quiero que se vaya el olor a cebolla!
-Como quieras.
La mujer cerró la ventana.
-Oye, quiero agua en una taza; en un vaso, no.
La mujer fue a la cocina, a prepararle una taza de agua a su marido.
La mujer estaba lavando la taza cuando se oyó un berrido infernal, como si a un hombre se le hubieran roto los dos pulmones de repente.
El golpe del cuerpo contra las losetas del patio, la mujer no lo oyó. En vez sintió un dolor en las sienes, un dolor frío y agudo como el de un pinchazo con una aguja muy larga.
-¡Ay!
El grito de la mujer salió por la ventana abierta; nadie le contestó, la cama estaba vacía.
Algunos vecinos se asomaron a las ventanas del patio. -¿Qué pasa?
La mujer no podía hablar. De haber podido hacerlo, hubiera dicho:
-Nada, que olía un poco a cebolla.

Monday, September 10, 2018

"El proyecto" de Ángel Olgoso

El Proyecto

Ángel Olgoso 
(España, 1961)

El niño se inclinó sobre su proyecto escolar, una pequeña bola de arcilla que había modelado cuidadosamente. Encerrado en su habitación durante días, la sometió al calor, rodeándola de móviles luminarias, le aplicó descargas eléctricas, separó la materia sólida de la líquida, hizo llover sobre ella esporas sementíferas y la envolvió en una gasa verdemar de humedad. El niño, con orgullo de artífice, contempló a un mismo tiempo la perfección del conjunto y la armonía de cada uno de sus pormenores, las innumerables especies, los distintos frutos, la frescura de las frondas y la tibieza de los manglares, el oro y el viento, los corales y los truenos, los efímeros juegos de luz y sombra, la conjunción de sonidos, colores y aromas que aleteaban sobre la superficie de la bola de arcilla. Contra toda lógica, procesos azarosos comenzaron por escindir átomos imprevistos y el hálito de la vida, desbocado, se extendió desmesuradamente. Primero fue un prurito irregular, luego una llaga, después un manchón denso y repulsivo sobre los carpelos de tierra. El hormigueo de seres vivientes bullía como el torrente sanguíneo de un embrión, hedía como la secreción de una pústula que nadie consigue cerrar. Se multiplicaron la confusión y el ruido, y diminutas columnas de humo se elevaban desde su corteza. Todo era demasiado prolijo y sin sentido. Al niño le había llevado seis días crear aquel mundo y ahora, una vez más en este curso, se exponía al descrédito ante su Maestro y sus Compañeros. Y vio que esto no era bueno. Decidió entonces aplastarlo entre las manos, haciéndolo desaparecer con manifiesto desprecio en el vacío del cosmos: descansaría el séptimo día y comenzaría de nuevo.

"Visitar a los enfermos" de Antoni Marí

Visitar a los enfermos
Antoni Marí 
(España, 1944)

Pablo fue mi mejor amigo. Tal vez el único amigo que tuve nunca. No he mantenido con nadie una relación como la que mantuve con él, mientras vivió. Tal vez fuera por la edad. En la adolescencia la amistad es como la extensión de esa conciencia perpleja que uno va descubriéndose, a empellones y sustos. Siempre pensé que aquella extensión de mi conciencia que se personificaba en la figura de Pablo, era más firme y más real que la mía propia.

Pablo era más inteligente que yo, más franco y más abierto. Yo tenía serias dificultades para relacionarme con el mundo de los acontecimientos: para mí, todo suponía un problema o una contrariedad. Era suspicaz y sentía temor por cualquier cosa. Pablo, en cambio, era valeroso; sabía enfrentarse a las dificultades como una persona mayor, pensaba yo. Estas cualidades, sin embargo, no me habrían despertado el afecto, ni la amistad que le profesaba, si no hubiera reconocido en él aquellas otras que parece que se pierden con los años, como la solidaridad, la fidelidad, la capacidad de entrega y la paciencia.

"La lluvia" de Arturo Uslar Pietri

La lluvia
Arturo Uslar Pietri
(Venezuela)
Tomado de Biblioteca Virtual

La luz de la luna entraba por todas las rendijas del rancho y el ruido del viento en el maizal, compacto y menudo como de lluvia. En la sombra acuchillada de láminas claras oscilaba el chinchorro lento del viejo zambo; acompasadamente chirriaba la atadura de la cuerda sobre la madera y se oía la respiración corta y silbosa de la mujer que estaba echada sobre el catre del rincón.

La patinadura del aire sobre las hojas secas del maíz y de los árboles sonaba cada vez más a lluvia, poniendo un eco húmedo en el ambiente terroso y sólido.

Se oía en el hondo, como bajo piedra, el latido de la sangre girando ansiosamente.

La mujer sudorosa e insomne prestó oído, entreabrió los ojos, trató de adivinar por las rayas luminosas, atisbó un momento, miró el chinchorro quieto y pesado, y llamó con voz agria.

- ¡Jesuso!

Thursday, September 6, 2018

"El registro" de Baldomero Lillo


El registro

Baldomero Lillo 
( Chile, 1867-1923)

La mañana es fría, nebulosa, una fina llovizna empapa los achaparrados matorrales de viejos boldos y litres raquíticos. La abuela, con la falda arremangada y los pies descalzos, camina a toda prisa por el angosto sendero, evitando en lo posible el roce de las ramas, de las cuales se escurren gruesos goterones que horadan el suelo blando y esponjoso del atajo. Aquella senda es un camino poco frecuentado y solitario que, desviándose de la negra carretera, conduce a una pequeña población distante legua y media del poderoso establecimiento carbonífero, cuyas construcciones aparecen de cuando en cuando por entre los claros del boscaje allá en la lejanía borrosa del horizonte.

A pesar del frío y de la lluvia, el rostro de la viejecilla está empapado en sudor y su respiración es entrecortada y jadeante. En la diestra, apoyado contra el pecho, lleva un paquete cuyo volumen trata de disimular entre los pliegues del raído pañolón de lana.

La abuela es de corta estatura, delgada, seca. Su rostro, lleno de arrugas con ojos oscuros y tristes, tiene una expresión humilde, resignada. Parece muy inquieta y recelosa, y a medida que los árboles disminuyen se hace más visible su temor y sobresalto.

"La estepa Rusa" de José Jimenez Lozano


La estepa Rusa
José Jiménez Lozano 
(España, 1939)

Cuando yo fui monaguillo, anduve un día por la estepa rusa; aunque yo la estepa rusa sólo la he visto en una lámina de la enciclopedia de la escuela y en un libro muy grande de estampas que había allí, y, otra vez, en un cine que pusieron: una gran extensión de tierra, blanca y dura por la helada, y como con cristalillos incrustados; o como una sábana inmensa, cuando estaba nevada, que no se acababa nunca, y, no se veían nada más que de vez en cuando unos árboles y un pueblo, o una iglesia con las torres redondas.

Y así, también era, cuando íbamos aquel cura, don Agustín, y nosotros Alipio y yo, que éramos los monaguillos y le acompañábamos, nosotros montados en la burra, y a pie don Agustín, y todo estaba blanco de la escarcha, como si hubiera nevado o más; y aunque sólo eran dos kilómetros hasta el otro pueblo, parecía una estepa, y era muy bonito; que sólo cuando estábamos ya encima vimos el humo de alguna chimenea, y nos parecía el pueblo blanco un barco, o como el chorro de una ballena blanca dijo Alipio, a ver si don Agustín nos contaba lo de la ballena de Jonás que tanto nos gustaba. Pero don Agustín no hablaba. Íbamos a enterrar a un hombre pobre, que era muy joven y se había caído de un andamio, y cuando ya llegó el médico estaba agonizando, que no se podía haber salvado, dijo. Y su mujer no quería enterrarlo, porque no se quería separar de aquel cuerpo. Se había casado en Noviembre, y ese día de los Santos Inocentes ya estaba allí muerto.

Tuesday, September 4, 2018

"La puerta cerrada" de Edmundo Paz Soldán


La puerta cerrada
Edmundo Paz Soldán 
(Bolivia, 1967)

Acabamos de enterrar a papá. Fue una ceremonia majestuosa; bajo un cielo azul salpicado de hilos de plata, en la calurosa tarde de este verano agobiador. El cura ofició una misa conmovedora frente al lujoso ataúd de caoba y, mientras nos refrescaba a todos con agua bendita, nos convenció una vez más de que la verdadera vida recién comienza después de ésta. Personalidades del lugar dejaron guirnaldas de flores frescas a los pies del ataúd y, secándose el rostro con pañuelos perfumados, pronunciaron aburridos discursos, destacando lo bueno y desprendido que había sido papá con los vecinos, el ejemplo de amor y abnegación que había sido para su esposa y sus hijos, las incontables cosas que había hecho por el desarrollo del pueblo. Una banda tocó “La media vuelta”, el bolero favorito de papá: Te vas porque yo quiero que te vayas, / a la hora que yo quiera te detengo, / yo sé que mi cariño te hace falta, / porque quieras o no yo soy tu dueño. Mamá lloraba, los hermanos de papá lloraban. Sólo mi hermana no lloraba. Tenía un jazmín en la mano y lo olía con aire ausente. Con su vestido negro de una pieza y la larga cabellera castaña recogida en un moño, era la sobriedad encarnada.