tag:blogger.com,1999:blog-91004607232806989272024-03-09T02:36:25.764-05:00Y... ¿qué me cuentas?Aprende, mejora o manten el idioma español leyendo literatura hispana.Unknownnoreply@blogger.comBlogger570125tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-78543006567065608732024-03-09T02:35:00.002-05:002024-03-09T02:35:50.227-05:00<p> Para leer Cuentos de angustias y paisajes de Carlos Salazar Herrera, hacer clic <a href="https://drive.google.com/file/d/1Vb6d9qZQFv8X3LyT1PjsRpSovcfvBAhQ/view?usp=sharing" target="_blank">aquí</a></p><p><br /></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi6C34YcN3UQ2EIJQwmqqBQvs26QDoSMNav3NDSk3X7HAlvhrV9S_mTrR0y9n9zk7VE0E3f7kDJfvCAPRZcgPNjLfJ_-cpA8N3cRi6o48Pp7VECaSB1oCW58J8qiZNhnelT6iRB3At1Odw86Of6Vsz5WOzlTaIMDHu56Gv2FJaTFMBzIfJAIGV3ClgVBZY/s1784/Carlos%20Salazar%20Herrera.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1468" data-original-width="1784" height="263" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi6C34YcN3UQ2EIJQwmqqBQvs26QDoSMNav3NDSk3X7HAlvhrV9S_mTrR0y9n9zk7VE0E3f7kDJfvCAPRZcgPNjLfJ_-cpA8N3cRi6o48Pp7VECaSB1oCW58J8qiZNhnelT6iRB3At1Odw86Of6Vsz5WOzlTaIMDHu56Gv2FJaTFMBzIfJAIGV3ClgVBZY/s320/Carlos%20Salazar%20Herrera.png" width="320" /></a></div><br /><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-73347457613508536972021-11-28T07:05:00.000-05:002021-11-28T07:05:02.981-05:00"La mujer del juez" de Isabel Allende<div style="text-align: center;">La mujer del juez</div><div><div style="text-align: center;">Isabel allende</div><br />Nicolás Vidal siempre supo que perdería la vida por una mujer, pero no imaginó que sería por Casilda, la esposa del juez Hidalgo. La conoció el día que llegó al pueblo para casarse, y esa joven transparente de dedos finos le resultaba inconsistente, él las prefería desfatachadas y morenas. Conociendo bien su destino, se cuidaba de las mujeres y de todo contacto sentimental, secando su corazón para el amor y limitándose a encuentros rápidos para burlar la soledad. Tan insignificante le pareció Casilda que no tomó precauciones con ella.<br /><br />Como todos los habitantes del pueblo, Vidal pensó que la novia no aguantaría el clima y que en poco tiempo las comadres tendrían que vestirla para su propio funeral. Si lograba sobrevivir al calor y al polvo que se introducía por la piel y se fijaba en el alma, no lo haría al mal humor y las manías de solterón de su marido. El juez Hidalgo le doblaba en edad y llevaba tantos años durmiendo solo, que no sabría por dónde comenzar a complacer a una mujer. En toda la provincia temían su terquedad y su carácter severo, capaz de castigar con igual firmeza el robo de una gallina que el homicidio. Vestía de negro riguroso para que todos conocieran la dignidad de su cargo, y llevaba siempre los botines abrillantados pese al polvo del pueblo. Sin embargo Casilda sobrevivió a tres partos seguidos, y parecía contenta. Los domingos acudía con su esposo a la misa de doce, descolorida y silenciosa bajo su mantilla española. Nadie le oyó algo más que un saludo tenue, ni vio más allá de una inclinación de cabeza o una sonrisa fugaz, pero los cambios en el Juez eran notables para todos. Un día dejó en libertad a un muchacho que robó a su patrón con el argumento de que durante 3 años éste le había pagado menos de lo justo. Las lenguas maliciosas decían que incluso el juez Hidalgo jugaba con sus hijos y se reía cuando estaba en casa.<br /><br />Pero nada de esto afectaba a Vidal, porque se encontraba fuera de la ley. Nacido hacía 30 años en una habitación sin ventanas del único prostíbulo del pueblo, hijo de Juana la Triste y de padre desconocido. No tenía lugar en este mundo y su madre había tratado de arrancárselo del vientre con yerbas, cabos de vela, lavados de lejía y otros recursos, pero la criatura se empeñó en sobrevivir. Nada más nacer, la comadrona lo levantó para observarlo a la luz de un quinqué y exclamó al verlo: pobrecito, perderá la vida por una mujer. Su madre le escogió un nombre y un apellido de príncipe, sólidos, que no bastaron para conjurar los signos fatales y antes de los 10 años el niño tenía la cara marcada a cuchillo por las peleas y muy poco después vivía como un fugitivo. A lo 20 era jefe de una banda de hombres desesperados. Cada vez que se cometía una fechoría en la región, los guardias salían con perros a cazar a Nicolás Vidal para callar las protestas de los ciudadanos, pero después de unas vueltas por los cerros regresaban con las manos vacías. En verdad no deseaban encontrarlo, porque no podían luchar con él. Nadie se atrevía a enfrentarlos. En un par de ocasiones el Juez Hidalgo pidió al Gobierno que enviara tropas del ejército, pero después de algunas excursiones inútiles volvían los soldados a sus cuarteles y los forajidos a sus andanzas.<br /><br />Sólo una vez estuvo Nicolás Vidal a punto de caer en las trampas de la justicia, pero lo salvó su incapacidad para conmoverse. Cansado de ver las leyes atropelladas, el Juez Hidalgo le preparó una trampa usando como cebo a Juana la Triste, porque Vidal no tenía otros parientes ni se le conocían amores. Sacó a la mujer del local, la metió dentro de una jaula fabricada a medida y la colocó en el centro de la plaza de Armas, sin más consuelo que un jarro de agua. – Cuando se le termine el agua empezará a gritar, entonces aparecerá su hijo y yo estaré esperándole con los soldados, dijo el juez. El rumor de ese castigo llegó a oídos de Nicolás Vidal. Sus hombres lo vieron recibir la noticia en silencio, sin alterar el ritmo con que afilaba su navaja contra una cincha de cuero. Hacía muchos años que no tenía contacto con Juana La Triste y tampoco guardaba ni un buen recuerdo de su niñez, pero ésa no era una cuestión sentimental sino un asunto de honor. Ningún hombre puede aguantar semejante ofensa, pensaron los bandidos mientras alistaban armas y monturas. Pero el jefe no dio muestras de prisa. Llegó la noche y el único que durmió en el campamento fue Nicolás Vidal. A mediodía sus hombres no soportaron más la incertidumbre y fueron a preguntarle qué iba a hacer. -Nada, dijo. ¿Y tu madre? -Veremos quién tiene más cojones, el Juez o yo, replicó imperturbable. Al tercer día Juana la Triste ya no clamaba piedad ni rogaba por agua porque se le había secado la lengua. Yacía ovillada en el suelo de su jaula con los ojos perdidos y los labios hinchados, gimiendo como un animal. 4 guardias armados vigilaban a la prisionera para impedir que los vecinos le dieran de beber. Sus lamentos ocupaban todo el pueblo, entraban por los postigos cerrados, los introducía el viento a través de las puertas, los repetían los perros aullando, contagiaban a los recién nacidos y molían los nervios de quien los escuchaba. El Juez no pudo evitar el desfile de gente por la plaza compadeciendo a la anciana, ni logró detener la huelga solidaria de las prostitutas. El cura encabezó a un grupo de feligreses que se presentaron ante él a recordarle la caridad cristiana y suplicarle que liberara a esa pobre mujer inocente de aquella muerte de mártir, pero el magistrado pasó el pestillo de su despacho y se negó a oírlos, apostando a que Juana la Triste aguantaría un día más y su hijo caería en la trampa. Entonces los notables del pueblo decidieron acudir a doña Casilda. Ésta vistió a sus hijos con las ropas de domingo y salió con ellos rumbo a la plaza. Llevaba una cesta con provisiones y una jarra con agua fresca para Juana la Triste. Los guardias cruzaron los rifles cuando quiso avanzar y la tomaron por los brazos para impedírselo. Los niños empezaron a gritar. El Juez Hidalgo estaba en su despacho frente a la plaza. Era el único habitante del barrio que no se había taponado las orejas con cera, porque permanecía atento a la emboscada, acechando el sonido de los caballos de Nicolás Vidal. Comprendió que había alcanzado el límite de su resistencia. Agotado, salió de su Corte con ojos afiebrados, atravesó la calle y se aproximó a su mujer. El Juez Hidalgo tomó la cesta y la jarra de manos de doña Casilda y él mismo abrió la jaula para socorrer a su prisionera.<br /><br />-Se los dije, tiene menos cojones que yo, rió Nicolás Vidal al enterarse de lo sucedido. Pero sus carcajadas se tornaron amargas al día siguiente, cuando le dieron la noticia de que Juana La Triste se había ahorcado en la lámpara del burdel porque no pudo resistir la vergüenza de que su único hijo la abandonara en una jaula en el centro de la plaza de Armas. -Al Juez le llegó su hora, dijo Vidal. Su plan consistía en entrar en el pueblo de noche, atrapar al magistrado por sorpresa, darle una muerte espectacular y colocarlo dentro de la maldita jaula, para que al despertar todo el mundo pudiera ver sus restos humillados. Pero se enteró de que la familia Hidalgo había partido a un balneario de la costa para pasar el mal gusto de la derrota. La noticia de que los perseguían para tomar venganza alcanzó al Juez Hidalgo a mitad de ruta, en una posada donde se habían detenido a descansar. Calculó que podría llegar al próximo pueblo y conseguir ayuda, así que ordenó a su mujer subir al coche con los niños, apretó a fondo el pedal y se lanzó a la carretera. Pero estaba escrito que ese día Nicolás Vidal se encontraría con la mujer de la cual había huido toda su vida. Extenuado por las noches de vela, la hostilidad de los vecinos, el bochorno sufrido y la tensión de esa carrera, el corazón del Juez Hidalgo pegó un brinco y estalló sin ruido. El coche sin control salió del camino, dio algunos tumbos y se detuvo.<br /><br />Doña Casilda tardó unos minutos en darse cuenta de lo ocurrido. Comprendió la necesidad de actuar de inmediato para salvar a los niños. Recorrió con la vista el sito donde se hallaban y estuvo a punto de echarse a llorar de desconsuelo, porque en aquella desnuda extensión, calcinada por un sol inmisericorde, no había rastros de vida humana. Pero con una segunda mirada distinguió en una ladera la sombra de una gruta y hacia allá echó a correr llevando a dos criaturas en los brazos y la tercera prendida de sus faldas. 3 veces escaló Casilda cargando uno por uno a sus hijos hasta la cima. Revisó el interior de la cueva para asegurarse de que no era la guarida de algún animal, acomodó a los niños al fondo y los besó sin una lágrima. -Dentro de unas horas vendrán los guardias a buscarlos. Hasta entonces no salgan por ningún motivo, aunque me oigan gritar ¿han entendido?, les ordenó. Los pequeños se encogieron aterrados y con una última mirada de adiós la madre descendió del cerro. Llegó hasta el coche, bajó los párpados de su marido, se sacudió la ropa, se acomodó el peinado y se sentó a esperar. Rezó para que los hombres de Vidal fueran muchos, así les daría trabajo saciarse de ella y ganar tiempo para sus hijos.<br /><br />No tuvo que aguardar largo rato. Pronto divisó polvo en el horizonte, escuchó un galope y apretó los dientes. Sólo se trataba de un jinete, que se detuvo a pocos metros de ella con el arma en la mano. Tenía la cara marcada de cuchillo y así reconoció a Nicolás Vidal, quien había ido solo en persecución del Juez Vidal porque ése era un asunto privado que debían arreglar entre los dos. Entonces ella comprendió que debería hacer algo más difícil que morir lentamente, mientras que Vidal entendía que el Juez se hallaba ya a salvo de cualquier castigo. Pero allí estaba su mujer. Saltó del caballo y se le acercó. Ella no bajó los ojos ni se movió y él se detuvo sorprendido, porque por primera vez alguien lo desafiaba sin asomo de temor. Se midieron en silencio durante algunos segundos eternos, calibrando cada uno las fuerzas del otro. Nicolás Vidal guardó el revólver y Casilda sonrió. La mujer del juez se ganó cada instante de las horas siguientes para brindar a aquel hombre el mayor deleite. Trabajó su cuerpo pulsando cada fibra del placer y puso en juego el refinamiento de su espíritu. Ambos entendieron que se jugaban la vida y eso daba a su encuentro una terrible intensidad. Nicolás Vidal había huido del amor desde su nacimiento, no conocía la intimidad, la ternura, la risa secreta, la fiesta de los sentidos de los amantes. Cada minuto transcurrido acercaba el destacamento de guardias y con ellos el pelotón de fusilamiento pero también lo acercaba a esa mujer prodigiosa y por eso los entregó con gusto a cambio de los dones que ella le ofrecía. Casilda había estado casada con un viejo austero ante quien nunca se mostró desnuda. Durante esa tarde no perdió de vista que su objetivo era ganar tiempo, pero en algún momento se abandonó, maravillada de su propia sensualidad, y sintió por ese hombre algo parecido a la gratitud. Por eso, cuando oyó el ruido lejano de la tropa le rogó que huyera y se ocultara en los cerros. Pero Nicolás Vidal prefirió envolverla en sus brazos para besarla por última vez, cumpliendo así la profecía que marcó su destino.<br /><br /><br /><br /></div><div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-19566085943585025212021-04-12T05:54:00.001-04:002021-04-12T06:03:26.368-04:00Ejercicio de lectura y escritura de "La ola de perfume verde" de Robert Artl<div style="text-align: center;">"La ola de perfume verde" </div><div><div style="text-align: center;">Robert Artl</div><div style="text-align: center;">Para leer el cuento relacionado con este ejericicio haga clic <a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2021/04/la-ola-del-perfume-verde-de-robert-artl.html" target="_blank">aqui</a></div><br /> El grupo que se reune semanalmente por zoom leyó esta semana: "La ola de perdume verde" de Robert Artl. Escribieron su ejercicio de ocho palabras el cual quiero compartir con todos ustedes. LAs ocho palabras que eligieron son:<br /><br />1. Naipes<br /><br />2. Siluetas<br /><br />3. No era para menos (en realidad es una locución verbal)<br /><br />4. Furiosamente<br /><br />5. Concurrido<br /><br />6. Hedor<br /><br />7. Periódicos<br /><br />8. Apreciar<br /><br />El cuento que escribieron con estas ocho palabras es el siguiente:<br /><br />"Había una vez un niño a quien le gustaba jugar con naipes. Él y sus amigos siempre iban a un lugar muy popular y concurrido por los jóvenes y discutían furiosamente los juegos. No era conocido por los adultos, que preferían leer los periódicos. Muchos jóvenes los apreciaban porque ellos eran campeones de naipes. Afortunadamente un periodista descubrió el lugar cuando vio las siluetas de los jóvenes proyectados a la calle, y no era para menos, porque los jóvenes nunca limpiaban el lugar y había un hedor de muerte."<div><br /></div><div>Muy bien. ¡Felicidades! sigan practicando sus ejericcios de escritura y mándenmelos para que yo los suba al blog.</div><div><br /></div><div>¡Hasta la próxima!<br /><div><br /></div><div><h1 style="text-align: left;"><br /></h1><p class="MsoNormal" style="background-color: white; color: #222222; font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 12pt; margin: 0in;"><span lang="ES"> </span></p></div></div></div><div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-14159962684212366002021-04-11T05:39:00.001-04:002021-04-12T06:04:50.622-04:00"La ola del perfume verde" de Robert Artl<p style="text-align: center;">La ola del perfume verde</p><p style="text-align: center;">Robert Artl</p><p style="text-align: center;">(Aregntina)</p><p>Para leer el ejercicio relacionado con este cuento haga clic <a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2021/04/ejercicio-de-lectura-y-escritura-de-la.html" target="_blank">aquí</a></p><p>Yo ignoro cuáles son las causas que lo determinaron al profesor Hagenbuk a
dedicarse a los naipes, en vez de volverse bizco en los tratados de matemáticas
superiores. Y si digo volverse bizco, es porque el profesor Hagenbuk siempre
bizqueó algo; pero aquella noche, dejando los naipes sobre la mesa, exclamó:
—¿Ya apareció el espantoso mal olor?
El olfato del profesor Hagenbuk había siempre funcionado un poco
defectuosamente, pero debo convenir que no éramos nosotros solos los que
percibíamos ese olor en aquel restaurant de después de medianoche, concurrido
por periodistas y gente ocupada en trabajos nocturnos, sino que también otros
comensales levantaban intrigados la cabeza y fruncían la nariz, buscando
alrededor el origen de esa pestilencia elaborada como con gas de petróleo y
esencia de clavel.
El dueño del restaurant, un hombre impasible, pues a su mostrador se arrimaban
borrachos conspicuos que toda la noche bebían y discutían de pie frente a él, abandonó su flema, y, dirigiéndose a nosotros —desde el mostrador, naturalmente—, meneó la cabeza para indicarnos lo insólito de semejante perfume. Luis y yo asomamos, en compañía de otros trasnochadores, a la puerta del restaurant. En la calle acontecía el mismo ridículo espectáculo. La gente, detenida bajo los focos eléctricos o en el centro de la calzada, levantaba la cabeza y fruncía las narices; los vigilantes, semejantes a podencos, husmeaban alarmados en todas direcciones. El fenómeno en cierto modo resultaba divertido y alarmante, llegando a despertar a los durmientes. En las habitaciones fronteras a la calle, se veían encenderse las lámparas y moverse las siluetas de los recién despiertos, proyectadas en los muros a través de los cristales. Algunas puertas de calle se abrían. Finalmente comenzaron a presentarse vecinos en pijamas, que con alarmante entonación de voz preguntaban: —¿No serán gases asfixiantes? A las tres de la madrugada la ciudad estaba completamente despierta. La tesis de que el hedor clavel-petróleo fuera determinada por la emanación de un gas de guerra, se había desvanecido, debido a la creencia general en nuestro público de que los gases de guerra son de efecto inmediato. Lo cual contribuía a desvanecer un pánico que hubiera podido tener tremendas consecuencias. 2 Los fotógrafos de los periódicos perforaban la media luz nocturna con fogonazos de magnesio, impresionando gestos y posturas de personas que en los zaguanes, balcones, terrazas y plazuelas, enfundadas en sus salidas de baño o pijamas, comentaban el fenómeno inexplicable. Lo más curioso del caso es que en este alboroto participaban los gatos y los caballos. "Xenius", el hábil fotógrafo de "El Mundo" nos ha dejado una estupenda colección de caballos aparentemente encabritados de alegría entre las varas de sus coches y levantando los belfos de manera tal, que al dejar descubierto el teclado de la dentadura pareciera que se estuviesen riendo. Junto a los zócalos de casi todos los edificios se veían gatos maullando de satisfacción encrespando el hocico, enarcado el lomo, frotando los flancos contra los muros o las pantorrillas de los transeúntes. Los perros también participaban de esta orgía, pues saltando a diestra y siniestra o arrimando el hocico al suelo corrían como si persiguieran un rastro, mas terminaban por echarse jadeantes al suelo, la lengua caída entre los dientes. A las cuatro de la madrugada no había un solo habitante de nuestra ciudad que durmiera, ni la fachada de una sola casa que no mostrara sus interiores iluminados. Todos miraban hacia la bóveda estrellada. Nos encontrábamos a comienzos del verano. La luna lucía su media hoz de plata amarillenta, y los gorriones y jilgueros aposentados en los árboles de los paseos piaban desesperadamente. Algunos ciudadanos que habían vivido en Barcelona les referían a otros que aquel vocerío de pájaros les recordaba la Rambla de las Flores, donde parecen haberse refugiado los pájaros de todas las montañas que circunvalan a Barcelona. En los vecindarios donde había loros, éstos graznaban tan furiosamente, que era necesario taparse los oídos o estrangularles . —¿Qué sucede? ¿Qué pasa?—era la pregunta suspendida veinte veces, cuarenta veces, cien veces, en la misma boca. Jamás se registraron tantos llamados telefónicos en las secretarías de los diarios como entonces. Los telefonistas de guardia en las centrales enloquecían frente a los tableros de los conmutadores; a las cinco de la mañana era imposible obtener una sola comunicación; los hombres, con la camisa abierta sobre el pecho, habían colgado los auriculares. Las calles ennegrecían de multitudes. Los vestíbulos de las comisarías se llenaban de visitantes distinguidos, jefes de comités políticos, militares retirados, y todos formulaban la misma pregunta, que nadie podía responder: —¿Qué sucede? ¿De dónde sale este perfume? Se veían viejos comandantes de caballería, el collar de la barba y el bastón de puño de oro, ejerciendo la autoridad de la experiencia, interrogados sobre química de guerra; los hombres hablaban de lo que sabían, y no sabían mucho. Lo único que podían afirmar es que no se estaba en presencia de un fenómeno letal, y ello era bien evidente, pero la gente les agradecía la afirmación. Muchos estaban asustados, y no era para menos. 3 A las cinco de la mañana se recibían telegramas de Córdoba, Santa Fe, Paraná y, por el Sur, de Mar del Plata, Tandil, Santa Rosa de Toay dando cuenta de la ocurrencia del fenómeno. Los andenes de las estaciones hervían de gente que, con la arrugada nariz empinada hacia el cielo, consultaban ávidamente la fragancia del aire. En los cuarteles se presentaban oficiales que no estaban de guardia o con licencia. El ministro de Guerra se dirigió a la Casa de Gobierno a las cinco y cuarto de la mañana; hubo consultas e inmediatamente se procedió a citar a los químicos de todas las reparticiones nacionales, a las seis de la mañana. Yo, por no ser menos que el ministro me presenté en la redacción del diario; cierto es que estaba con licencia o enfermo, no recuerdo bien, pero en estas circunstancias un periodista prudente se presenta siempre. Y por milésima vez escuché y repetí esta vacua pregunta: —¿Qué sucede? ¿De dónde viene este perfume? Imposible transitar frente a la pizarra de los diarios. Las multitudes se apretujaban en las aceras; la gente de primera fila leía el texto de los telegramas y los transmitía a los que estaban mucho más lejos. "Comunican que la ola de perfume verde ha llegado a San Juan." "De Goya informan que ha llegado la ola de perfume verde." "Los químicos e ingenieros militares reunidos en el Ministerio de Guerra dictaminan que, dada la amplitud de la ola de perfume, ésta no tiene su origen en ninguna fábrica de productos tóxicos." "La Jefatura de Policía se ha comunicado con el Ministerio de Guerra. No se registra ninguna víctima y no existen razones para suponer que el perfume petróleo-clavel sea peligroso." "El observatorio astronómico de La Plata y el observatorio de Córdoba informan que no se ha registrado ningún fenómeno estelar que pueda hacer suponer que esta ola sea de origen astral. Se cree que se debe a un fenómeno de fermentación o de radioactividad." "Bariloche informa que ha llegado la ola de perfume." "Rio Grande do Sul informa que ha llegado la ola de perfume." "El observatorio astronómico de Córdoba informa que la ola de perfume avanza a la velocidad de doce kilómetros por minuto." "Nuestro diario instaló un servicio permanente de comunicación con estación de radio; además situó a un hombre frente a las pizarras de su administración; éste comunicaba por un megáfono las últimas novedades, pero recién a las seis y cuarto de la mañana se supo que en reunión de ministros se había resuelto declarar el día feriado. El ministro del Interior, por intermedio de las estaciones de radios y los periódicos se dirigían a todos los habitantes del país, encareciéndoles: "1° No alarmarse por la persistencia de este fenómeno que, aunque de origen ignorado, se presume absolutamente inofensivo. 4 "2° Por consejo del Departamento Nacional de Higiene se recomienda a la población abstenerse de beber y comer en exceso, pues aún se ignoran los trastornos que puede originar la ola de perfume." Lo que resulta evidente es que el día 15 de septiembre los sentimientos religiosos adormecidos en muchas gentes despertaron con inusitada violencia, pues las iglesias rebosaban de ciudadanos, y aunque el tema de los predicadores no era "estamos en las proximidades del fin del mundo", en muchas personas se desperezaba ya esta pregunta. A las nueve de la mañana, la población fatigada de una noche de insomnio y de emociones se echó a la cama. Inútil intentar dormir. Este perfume penetrante petróleo-clavel se fijaba en las pituitarias con tal violencia, que terminaba por hacer vibrar en la pulpa del cerebro cierta ansiedad crispada. Las personas se revolvían en las camas impacientes, aturdidas por la calidez de la emanación repugnante, que acababa por infectar los alimentos de un repulsivo sabor aromático. Muchos comenzaban a experimentar los primeros ataques de neuralgia, que en algunos se prolongaron durante más de sesenta horas, las farmacias en pocas horas agotaron su stock de productos a base de antitérmicos, a las once de la mañana, hora en que apareció el segundo boletín extraordinario editado por todos los periódicos: el negocio fue un fracaso. En los subsuelos de los periódicos grupos de vendedores yacían extenuados; en las viviendas la gente, tendida en la cama, permanecía amodorrada; en los cuarteles los soldados y oficiales terminaron por seguir el ejemplo de los civiles; a la una de la tarde en toda Sudamérica se habían interrumpido las actividades más vitales a las necesidades de las poblaciones: los trenes permanecían en medios de los campos...con los fuegos apagados; los agentes de policía dormitaban en los umbrales de las casas; se dio el caso de un ladrón que, haciendo un prodigioso esfuerzo de voluntad, se introdujo en una oficina bancaria, despojó al director del establecimiento de sus llaves e intento abrir la caja de hierro en presencia de los serenos que le miraban actuar sin reaccionar, pero cuando quiso mover la puerta de acero su voluntad se quebró y cayó amodorrado junto a los otros. En las cárceles el aire confinado determinó más rápidamente la modorra en los presos que en los centinelas que los custodiaban lo alto de las murallas donde la atmósfera se renovaba, pero al final los guardianes terminaron por ceder a la violencia del sueño que se les metía en una "especie de aire verde por las narices" y se dejaban caer al suelo. Este fue el origen de lo que se llamó el perfume verde. Todos, antes de sucumbir a la modorra, teníamos la sensación de que nos envolvía un torbellino suave, pero sumamente espeso, de aire verde. Las únicas que parecían insensibles a la atmósfera del perfume clavel-petróleo eran las ratas, y fue la única vez que se pudo asistir al espectáculo en que los roedores, salieron de sus cuevas, atacaban encarnizadamente a sus viejos enemigos los gatos. Numerosos gatos fueron destrozados por los ratones. A las tres de la tarde respirábamos con dificultad. El profesor Hagenbuk, tendido en un sofá de mi escritorio, miraba a través de los cristales al sol envuelto en una 5 atmósfera verdosa; yo, apoltronado en mi sillón, pensaba que millones y millones de hombres íbamos a morir, pues en nuestra total inercia al aire se aprecia cada vez más enrarecido y extraño a los pulmones, que levantaban penosamente la tablilla del pecho; luego perdimos el sentido, y de aquel instante el único recuerdo que conservo es el ojo bizco del profesor Hagenbuk mirando el sol verdoso. Debimos permanecer en la más completa inconsciencia durante tres horas. Cuando despertamos la total negruda del cielo estaba rayada por tan terribles relámpagos, que los ojos se entrecerraban medrosos frente al ígneo espectáculo . El profesor Hagenbuk, de pie junto a la ventana murmuró: —Lo había previsto; ¡vaya si lo había previsto! Un estampido de violencia tal que me ensordeció durante un cuarto de hora me impidió escuchar lo que él creía haber previsto. Un rayo acababa de hendir un rascacielo, y el edificio se desmoronó por la mitad, y al suceder el fogonazo de los rayos se podía percibir el interior del edificio con los pisos alfombrados colgando en el aire y los muebles tumbados en posiciones inverosímiles. Fue la última descarga eléctrica. El profesor Hagenbuk se volvió hacia mí, y mirándome muy grave con su extraordinario ojo bizco, repitió: —Lo había previsto. Irritado me volví hacia él. —¿Qué es lo que había previsto usted, profesor?—grité. —Todo lo que ha sucedido. Sonreí incrédulamente. El profesor se echó las manos al bolsillo, retiró de allí una libreta, la abrió y en la tercera hoja leí: "Descripción de los efectos que los hidrocarburos cometarios pueden ejercer sobre las poblaciones de la Tierra." —¿Qué es eso de los hidrocarburos cometarios? El profesor Hagenbuk sonrió piadosamente y me contestó: —La substancia dominante que forma la cola de los cometas. Nosotros hemos atravesado la cola de un cometa. —¿Y por qué no lo dijo antes? —Para no alarmar a la gente. Hace diez días que espero la ocurrencia de este fenómeno, pero..., a propósito; anoche usted se ha quedado debiéndome treinta tantos de nuestra partida. Aunque no lo crean ustedes, yo quedé sin habla frente al profesor. Y estas son las horas en que pienso escribir la historia de su fantástica vida y causas de su no menos fantástico silencio. </p><div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-89724925207115631962020-10-08T07:58:00.001-04:002020-10-31T09:05:13.082-04:00"Quien escucha su mal oye" de Juana Manuela Gorriti<div style="text-align: center;"><br /></div><div><div style="text-align: center;">Quien escucha su mal oye </div><div style="text-align: center;"><a href="https://es.wikisource.org/wiki/Autor:Juana_Manuela_Gorriti">Juana Manuela Gorriti</a></div><div style="text-align: center;">(Argentina)</div><br />-Cuando hemos caído en una falta -me dijo un día cierto amigo- si la reparación es imposible, réstanos al menos, el medio de expiarla por una confesión explícita y franca. ¿Quiere usted ser mi confesor, amiga mía?<br /><br />-¡Oh! Sí -me apresuré a responder.<br /><br />-¿Confesor con todas sus condiciones?<br /><br />-Sí, aceptando una.<br /><br />-¿Cuál?<br /><br />-El secreto.<br /><br />¿Oh! ¡mujeres!, ¡mujeres!, ¡no podéis callar ni aun a precio de vuestra vida!; ¡mujeres que profesáis, por la charla idólatra, culto!: ¡mujeres que… mujeres a quienes es preciso aceptar como sois!<br /><br />-Acúsome, pues -comenzó él, resignado ya a mi indiscreta restricción-, acúsome de una falta grave, enormé, y me arrepiento hasta donde puede arrepentirse un curioso por haber satisfecho esta devorante pasión.<br /><br />I<br /><br />Conspiraba yo en una época no muy lejana y denunciado por los agentes del gobierno, vime precisado a ocultarme. Asilóme un amigo, por supuesto en el paraje más recóndito de su casa. Era un cuarto situado en el extremo del jardín y cuya puerta desaparecía completamente bajo los pámpanos de una vid.<br /><br />Sus paredes tapizadas con damasco carmesí tenían el aspecto de una grande antigüedad. Ha servido de alcoba al abuelo de la casa, cuyo inmenso lecho dorado, vacío por la muerte, ocupaba yo…, mas ¡de cuán diferente manera! El Anciano caballero dormía -pensaba yo- un sueño bienaventurado entre las densas cortinas de tercipelo verde, agitadas ahora por el tenaz insomnio que circulaba con mi sangre de conspirador y de algo más: de curioso. Juzgue usted.<br /><br />Desde mi primera noche, en aquel cuarto, oía sin que me fuera posible determinar dónde, una voz, una suave y bella voz de mujer que hablaba mezclándose con voces de hombres; después de parecer sola, leía prosa y versos como hubiera declamado Rachel, y cantaba como Malibrán los trozos más sublimes del repertorio moderno, entre ellos una serenata de Schubert cuyas notas graves tenían una melodía celestial.<br /><br />Pasé varios días en investigaciones, escuchando entre las molduras doradas que ajustaban la tapicería, tentando las paredes y buscando por todas partes el sitio por donde me llegaba el eco de aquella voz.<br /><br />Parecióme, al fin, que acercándome a un grande armario colocado en un ángulo, oía más clara y cercana la voz, y no me preocupaba. Mas era aquel mueble tan pesado que juzqgué inútil el intentar removerlo yo solo; pero de ninguna manera renuncié a la idea de conocer lo que había detrás.<br /><br />Así, cuando por la noche, el viejo negro encargado de servirme en mi escondite me hube traído el té, puse en su mano un doblón y le rogué me ayudara a cambiar de sitio aquel armario.<br /><br />Al escucharme, el negro abrió grandes ojos y palideció.<br /><br />-¡Ay! No, señor -exclamó con voz sorda-, ni por todo el oro de este mundo. La señora vieja está viva todavía; y si llegara a saber que por ahí ha pasado la infidelidad de su marido, sería capaz de adivinar también que yo, ¡ay, Jesús!, que yo fui quien abrió esa puerta para que el amo, ¡pobre señor!, entrara al monasterio… ¡María Santísima! No, no, señor. Además, el armario está incrustado en la pared, y es imposible moverlo.<br /><br />Costóme gran trabajo para calmar su espanto; y cuando le hube prometido un profundo secreto, me refirió cómo la casa vecina hizo en otro tiempo parte de un convento de monjas donde su amo tuvo la temeridad de amar a una esposa del señor y cómo, no contento con la enormidad de ese crimen, había profanado la casa de Dios con el auxilio de su esclavo albañil y carpintero, abriendo en la pared una puerta que correspondía al interior del armario.<br /><br />-Así es, señor -concluyó el negro-, que desde que el amo murió, este armario es mi pesadilla. Siempre temiendo que tire el diablo de la manta, siempre temblando de que una innovación a la casa descubra esta puerta y el nombre de su artífice, pues la señora sin duda me asaría vivo.<br /><br />-No temas, Juan -le dije para tranquilizarlo-. ¿Quién se lo diría? Yo seré callado como la muerte, y cuando me haya ido de aquí, el secreto se habrá ido conmigo para siempre.<br /><br />-¡Ah, señor! -repuso el negro, cediendo a pesar suyo al deseo de charlar-, ¡qué tiempos aquellos! El amor del amo duró toda la vida entera de la monjita, que por otra parte no fue larga. La pobre tortolita (así la llamaba el amo, y así llamaban entonces los galanes a su amada), la tortolilla cautiva amaba demasiado, y su amor no pudiendo respirar más la mefítica atmósfera del claustro, llevó su alma a otra región. El amo estuvo primero inconsolable; pero luego hizo lo que todos; olvidó a su tórtola, y fue a casa de otras que amó no menos, pero en cuyos amores no intervino ya su esclavo.<br /><br />-Juan -le dije, interrumpiendo sus confidencias-, recuerda que debes ayudarme y marcharte en seguida.<br /><br />Entonces el antiguo Mercurio del seductor de monjas, como quien lo entendía bien, abrió el armario; y quitando el tablero del fondo, dejó descubierta una puertecita cerrada por un postigo en el lado opuesto de la pared.<br /><br />El negro me mostró el resorte que le abría, y huyó de allí con terror.<br /><br />Al encontrarme solo y dueño de aquella misteriosa puerta, mi corazón latió con violencia, no sé si de gozo o de temor. Tenía ya en mi mano la extremidad del velo que tanto deseaba levantar.<br /><br />Pero ¿cómo hacerlo?, ¿con qué derecho iba yo a introducirme en la vida íntima de la persona que dormía confiada, a dos pasos de mí?<br /><br />La mano en el resorte y el oído atento, dudé largo tiempo entre la curiosidad y la discreción.<br /><br />De repente oí en el cuarto vecino el roce de un vestido, y la voz de siempre murmuró cerca de mí:<br /><br />-¡Dos meses sin noticia suya! El ingrato partió sin darme un adiós. ¿Dónde está ahora? En su helada indiferencia no ha creído necesario decirme el paraje donde mi amor podía ir a buscarlo; mas yo lo sabré. Esa ciencia cuyo poder niegan los hombres sin fe, y él entre ellos, esa ciencia me lo dirá. ¡Sí, yo lo quiero! -añadió con enérgico acento.<br /><br />Cerróse la puerta y todo quedó en silencio.<br /><br />¡Cómo resistir a la invencible curiosidad que se apoderó de mí al oír la expresión de aquel amor singular, revelado en esas misteriosas palabras? Nada pudo ya detenerme; todo cedió ante el deseo de tocar con las manos los secretos de esa extraña existencia.<br /><br />Con la frente apoyada en el postigo, esperé un cuarto de hora. El mismo silencio: nada se movía allí. Entonces, arrojando lejos de mí todas las ideas que pudieran intimidarme, comprimí resueltamente el resorte que me había indicado el negro.<br /><br />El resorte, olvidado durante medio siglo, me asustó con un agudo chillido; pero cediendo al mismo tiempo abrió un postiguillo angosto como la portezuela de un carruaje, y yo, dando un paso, me encontré en la morada de mi vecina.<br /><br />II. La alcoba excéntrica<br /><br />La pálida luz de una lamparilla alimentada con espíritu de vino y puesta sobre un velador a la cabecera de un pequeño lecho adornado con cortinas blancas, alumbraba suavemente el cuarto cerrado y desierto. Al pie del lecho y sobre el mármol de una cómoda, había una pequeña biblioteca cuya nomenclatura, en la que figuraban los nombres de Andral, Huffeland, Raspail y otros autores, entre cráneos de estudio y grabados anatómicos, habría hecho creer que aquella habitación pertenecía a un hombre de ciencia, si una simple mirada en torno no persuadiera de lo contrario; y aquí, sobre una canasta d labor, una guirnalda a medio acabar; allí, un velo pendiente de una columna del tocador; más allá, una falda de gasa cargada de cintas y arrojada de prisa sobre un cojín; flores colocadas con amor en vasos de todas dimensiones, el suave perfume de los extractos ingleses, el azulado humo del sahumerio exhalándose de un pebetero de arcilla, todo revelaba el sexo de su dueño.<br /><br />A la cabecera del lecho y al pie de un cuadro que representaba al niño Dios, estaba el retrato de un bello joven, y estas imágenes de las dos edades en que tanto amor se prodiga al hombre, parecían presidir en aquella sencilla y pobre morada artística.<br /><br />Las paredes de aquel cuarto desaparecían completamente bajo sombríos tableros de madera esculpidas; y el misterioso postiguillo era un medallón oblongo, cercado de una corona de rosas en relieve. Hallábame, pues, en la antigua celda de la monja: era un santuario de sus amores, templo ahora de un amor no menos apasionado. Había en esta coincidencia motivo para que la fantasía se echara a volar en pos de las escenas pasadas, ante los ojos inmóviles de las robustas cariátides y los mofletudos querubines de aquella vetusta escultura. Pero yo no tenía tiempo que perder. Pues que era criminal, no quería serlo a medias y había resuelto abrir un pasaje para que mis miradas pudieran penetrar a toda hora en la morada de mi excéntrica vecina.<br /><br />Fuime, pus, a su canasta de labor, que, dicho sea de paso, estaba en un espantoso desorden. Dedos nerviosamente crispados habían enredado las madejas de seda, al arrancar, más bien que cortar, las hebras; y más de diez agujas, que se revoloteaban entre blondas y cintas, me picaron los dedos al buscar las tijeras que encontré al fin, y con las que hice un agujero en el centro de una de las rosas esculpidas en el medallón.<br /><br />Era ya tiempo; pues apenas cerré la puerta y me encontré en mi cuarto, saliendo del armario, mi huésped entró a hacerme la compañía ordinaria de la noche.<br /><br />Confieso que nunca la presencia del ser más antipático me fue tan insoportable como la de mi amigo en aquella ocasión. Su plática tan interesante y animada, pues era un hombre de talento y de vastos conocimientos, parecíame pesada y monótona. Mi malestar creció cuando sentí que en el cuarto vecino se abría una puerta. Sin duda era ella, su misteriosa habitadora. ¿Había cumplido su designio? ¿Cuál era esa ciencia de que hablaba y qué le habían revelado sus arcanos?<br /><br />El silencio que sucedió me parecía de mal agüero, ¡y yo, que clavado en un sillón delante de mi amigo, no podía averiguarlo! Consumíame de ansiedad, y respondía a mi amigo con una distracción, de la que éste se apercibió al fin.<br /><br />-¿Sufres? -me preguntó.<br /><br />-No, de ninguna manera -me apresuré a contestarle.<br /><br />-Pareces preocupado. En todo caso, duerme.<br /><br />-¡Hasta mañana!<br /><br />-¡Hasta mañana! -dije con una efusión tan pronunciada, que lo sorprendió, y se alejó sonriendo.<br /><br /><br /><br /><br />Apenas me vi solo, corrí a encerrarme en el armario y miré por el agujero hecho por la tijera.<br /><br />Todo se hallaba en el mismo estado; pero el cuarto no estaba ahora solo. En el centro, y sentado en un sillón, un hombre paseaba en torno una mirada de asombro. Nada más decía esa mirada, nada tampoco la expresión de su grande boca de labios delgados y pálidos. Sólo su frente, ancha y elevada, habría preocupado mucho a un observador frenólogo.<br /><br />Abrióse de repente una pequeña puerta que cubría un tapiz encarnado, y en su fondo oscuro se dibujó la figura de una mujer. Era alta y esbelta. Cubierta de un largo peinador blanco, cuyos undosos pliegues sujetaba a medio lazo un cinturón azul, con sus negros cabellos arrojados en largos rizos sobre la espalda, con su paso rápido y su ademán ligero, habríasele creído el ser más feliz de la tierra; pero mirándola con más detención se conocía que había lágrimas tras de su sonrisa, y que .<br /><br />Entrando en el cuarto, sus ojos posaron en los del hombre que allí se encontraba una mirada grave, fija y profunda que lo hizo estremecer. Muy luego los ojos del joven, como fascinados por aquella mirada, permanecieron clavados en ella, mientras una extraña languidez los fue cerrando por grados hasta sombrear con el párpado la mejilla.<br /><br />Entonces aquella mujer, acercándose a él, con paso lento pero seguro, elevó tres veces sobre sus ojos cerrados la mano derecha, haciéndola descender otras tantas a los largo del rostro y desviándola en seguida hacia el hombro, para elevarla de nuevo. Después, alargando horizontalmente la izquierda a la altura de la región posterior del pecho, dijo con blando pero imperioso acento:<br /><br />-¡Samuel!<br /><br />-¿Qué me quieres? -respondió el joven con voz oprimida.<br /><br />Ella alzó de nuevo y repetidas veces la mano sobre su pecho, y él añadió entonces:<br /><br />-¿Qué me quieres? Pronto estoy a obedecerte.<br /><br />-Pues bien -dijo ella colocando sobre la frente de aquél el pulgar y el índice de su mano derecha-, penetra ahora en mi corazón y busca en él una imagen.<br /><br />El joven inclinó la cabeza sobre el pecho y pareció dormir profundamente. Después, una convulsión violenta sacudió su cuerpo y sus labios murmuraron un nombre. Ella sonrió con tristeza, enviando al retrato que tenía enfrente una tierna mirada. Luego, asiendo la mano del dormido:<br /><br />-¡Samuel! .dijo-, penetre tu vista el inmenso horizonte en esta dirección (su mano señaló el Norte) y busque a aquel cuyo nombre acabas de pronunciar.<br /><br />La cabeza del hombre, dormido, cayó otra vez sobre su pecho; su respiración se volvió por grados anhelante, fatigosa, y copioso sudor bañó sus sienes.<br /><br />La mujer, de pie y con los brazos cruzados, seguía con una mirada tenaz e imperiosa las emociones que rápida y sucesivamente se pintaban sobre aquellos ojos cerrados.<br /><br />La hora, el lugar y los objetos que allí se presentaban, todo contribuía a dar a esa escena un carácter verdaderamente fantástico, y al contemplar a ese ser débil dominando con una influencia misteriosa al ser fuerte, al mirar a esa mujer envuelta en los largos pliegues de su flotante y vaporosa túnica, de pie y la mano extendida sobre la cabeza de ese hombre sometido al poder de su mirada, habríasele creído una maga celebrando los misterios de un culto desconocido.<br /><br />La misma convulsión vino a interrumpir la inmovilidad del dormido.<br /><br />-Hele allí .exclamó.<br /><br />-¿Dónde?<br /><br />Los rayos plateados de la luna juegan con las olas del inmenso río que pasea su plácida corriente entre el bosque y una ciudad fantástica cual un febril ensueño. A sus pies, y sujeto por pesadas anclas, un navío suavemente mecido por blandas oleadas envía hasta las frondas de la opuesta ribera los reflejos de una brillante iluminación. Sobre su ancha cubierta, adornada con verdaderas y perfumadas guirnaldas, cien hermosas mujeres, vestidas de blanco y coronadas de flores, se abandonan lánguidamente en los brazos de sus compañeros de placer a las ardientes emociones de la danza. ¡Oh! ¡cuán bellos son sus ojos! Diríanse que han robado al sol de los trópicos su deslumbrante fulgor.<br /><br />-Pero él, él, ¿dónde está?<br /><br />-¡Oh! -replicó el dormido con acento suplicante-, déjame ver el cuadro mágico de esta danza sobre las aguas y bajo un cielo de fuego. ¡Cuán hermosas son!… ¡cuán hermosas!… He allí una que se aparta del encantado torbellino. Aléjase hacia la proa con su caballero, e inclinándose sobre la borda tiende la mano para mostrarle la trémula imagen de las estrellas reflejada en el agua profunda. ¡Ah!<br /><br />-Samuel -dijo ella interrumpiéndolo, porque una convulsión violenta contrajo de repente las facciones inmóviles del dormido-. Samuel, ¿qué ves?<br /><br />-Es él, él, quien la acompaña.<br /><br />-¿Y por qué tiemblas? -¡Oh! -repuso el dormido con sordo acento-, no lo preguntes… tú no debes saberlo.<br /><br />-No importa; ¡quiero que lo digas! ¡Dilo!<br /><br />Entonces, él bajó la cabeza con pesarosa resignación, pro al hablar empleó una lengua extranjera, quizá para que sus palabras sonaran menos dolorosas al corazón de aquella a quien obedecía con tan visible pesar.<br /><br />Mientras hablaba, una nube oscureció la frente de aquella mujer. Sus ojos brillaron como relámpagos de una tempestad y sus labios murmuraron palabras confusas e inarticuladas. Pero serenándose de repente:<br /><br />-Samuel -dijo-, lee en el corazón de ese hombre.<br /><br />El joven se reconcentró profundamente; habríase dicho que su espíritu había descendido a un abismo.<br /><br />Después, sus labios vertieron lentamente, como gotas de plomo, estas palabras:<br /><br />-Ama a esa mujer.<br /><br />Pero una nueva convulsión ahogó sus palabras cual si lo hubiese herido el mismo golpe que acababa de asestar al alma de aquella mujer.<br /><br />Ella, sin embargo, permaneció inmóvil y silenciosa; ni un solo músculo de su rostro se contrajo; y sin la extrema palidez que cubrió su semblante, nada habría revelado el dolor en ese corazón de extraña fortaleza.<br /><br />Paseóse dos o tres veces a lo largo del cuarto, acercóse al retrato, lo contempló largo tiempo con una mirada indefinible, y luego, cual si se arrancara un recuerdo querido, se llevó la mano a la frente, se echó hacia atrás los rizos de la cabellera, cubrió el retrato con un velo negro, y yendo a abrir una puerta enfrente de aquella por donde había entrado, volvióse al dormido tendiendo la mano y replegándola hacia sí, mientras él se levantaba y seguía la dirección que aquella mano le imprimía.<br /><br />Cuando hubo traspuesto el umbral, la puerta se cerró tras él, y oí la voz de aquella mujer que decía:<br /><br />-¡Samuel, despierta!<br /><br />Vila después sentarse al pie del lecho y ocultarse el rostro entre las manos.<br /><br />Nada tenía ya que ver ni averiguar allí; la lamparilla se había apagado, yo no veía a esa mujer, y permanecía aún pegado a aquel postigo que me separaba de ella; el silencio reinaba en torno; no obstante en mi cerebro zumbaba un ruido tumultuoso como el de las olas del mar en una borrasca. Eran los latidos de mi corazón, era una rabia inmensa, desesperada, que rugía en mi alma, era… eran los celos, era que yo amaba a esa mujer que amaba a otro con el amor ardiente que inspira un imposible; que la codiciaba para mí, een tanto que otro poseía su alma.<br /><br />-"Quien escucha su mal oye" -dije yo con el aire sentencioso de un confesor.<br /><br />La luz del día, penetrando en su cuarto, me la mostró en el mismo sitio. Ni ella ni yo habíamos cambiado de actitud…<br /><br />-Pero… ¿no oye usted? -dijo mi penitente, interrumpiéndose de improviso-. ¿No oye usted?<br /><br />-¿Qué?<br /><br />-El pito del tren. Hoy llega el vapor del Sud y debemos tener noticias interesantes de Arequipa.<br /><br />Dijo, y sin escuchar mis ruegos, mis gritos, mis protestas y la formal amenaza de negarle la absolución, el impío tomó su sombrero y en seguida la calle, embarcándose luego para islay, de donde dirigiéndose a Arequipa se deslizó furtivamente en la plaza, batióse en las trincheras el siete de marzo, y librándose milagrosamente de la carlanca "libertadora", pasó a Chile, donde es fama que por no perder la costumbre tomó parte activa en la revolución que poco después estalló en aquel país. Cuando la revolución fracasó, fuese a Europa, acompañó a Garibaldi en su expedición a Sicilia, siguióle también y cayó con él el Aspromonte, no muerto sino prisionero. Evadióse, y ahora anda extraviado como una aguja en esos mundos de Dios.<br /><br />¡Incorregible conspirador! Guárdelo el cielo que un día termine su confesión, y podamos saber, bella Cristina, el fin de su culpable y bien castigado espionaje.<br /><br /><br /><br /><br /></div><div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-48579855143470245542020-08-18T05:11:00.001-04:002020-09-01T05:14:01.599-04:00"Tardes de agosto" de Jose Emilio Pacheco<div style="text-align: center;">Tardes de agosto</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">José Emilio Pacheco</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">México</div><br />Nunca vas a olvidar esa tarde de agosto. Tienes catorce años y estás en secundaria. Tu padre ha muerto, tu madre trabaja en una agencia de viajes. Ella te despierta a la las siete. Queda atrás el sueño de combates en la selva, desembarcos en islas enemigas. Entras en el día en que es preciso ir a la escuela, crecer, al abandonar la infancia. Por la noche, al terminar la cena, las tareas, la hora compartida ante el televisor, te encierras a leer los libros de la colección Bazooka, esas novelitas de la Segunda Guerra Mundial que transforman en hechos heroicos los horrores del campo de batalla. En la colección Bazooka siempre hay una mujer que recompensa con su amor a quien esté dispuesto a dar la vida por la causa.<br /><br /><div>De lunes a viernes el trabajo de tu madre te obliga a comer en casa de su hermano. Es hosco, te hace sentir intruso y exige un pago mensual por tus alimentos. Sin embargo, todo lo compensa la presencia de Julia. Tu prima estudia ciencias químicas, te ayuda en las meterías más difíciles de la secundaria, te presta discos. Es la única que te toma en cuenta , sin duda, por compasión a quien ve como el niño, el huérfano, el sin derecho a nada. Piensas: Julia no puede amarte. Nos separan seis años y el ser primos hermanos. <br /><br />Un día te presenta a un compañero de la Universidad, el primer novio a quien se permite visitarla en su casa. Pedro te desprecia y te considera un estorbo. Destruye la relación establecida con Julia. Ahora no tiene tiempo de vigilar tus tareas ni habla de discos ni van al el cine. No sientes rencor hacia ella, te limitas a odiar a Pedro. Aquella tarde en que Julia cumple veinte años, cuando se levantan de la horrible comida de aniversario, Pedro la invita a pasear por los alrededores de la ciudad. Te ordenan acompañarlos. Suben a el coche. Te hundes en el asiento posterior. Julia se reclina en el hombro de Pedro. Él la abraza y maneja con la izquierda. La música trepida en la radio del automóvil. El sol de las cuatro te parece una ofensa más. Pasan los cementerios y los últimos lugares habitados. Para no ver que Julia besa a Pedro y se deja acariciar, miras lo árboles a orillas de la carretera: cipreses, oyameles, pinos desgarrados por la luz del verano. Se detienen ante el convento perdido de la soledad de la montaña. Bajas con ellos y caminan por corredores galerías desiertas. Se asoman a la escalinata de un subterráneo en tinieblas. Se hablan y escuchan (ellos, no tú) en los huecos de una capilla que trasmite susurros de una esquina a otra. Y mientras Julia y Pedro pasean por los jardines tú que no tienes nombre y no eres nadie inscribes en en la pared cubierta de moho: Julia 19 de agosto, 1954, Salen de las ruinas del monasterio, se internan en el bosque húmedo, bajan hasta un arroyo de aguas heladas. Un letrero prohíbe cortar flores y molestar a los animales. El bosque es un parque nacional. Quien desobedezca recibirá su castigo.<br /><br />Vibran las frondas con el aire que revive tus sueños. Por un instante vuelves a ser el héroe de la colección Bazooka, el vencedor o el derrotado de Narvik, Tobruk , Midway, Iwo Jima , El Alamein, Stalingrado, Varsovia, Monte Cassino, las Ardenas … Te imaginas combatiente en la caballería polaca o en el Afrka Korps, soldado capaz de actos heroicos que una mujer premiará con su amor. Julia descubre una ardilla en la punta de un árbol. Me gustaría llevármela, dice. Las ardillas no se dejan atrapar, contestó Pedro, y si alguien lo intentara hay guardabosques para impedirlo y encarcelan a quien se atreva. Yo la agarro, aseguras sin pensarlo, y te subes al árbol a pesar de que Julia quiere detenerte. La corteza hiere tus manos, la resina te hace resbalar. La ardilla asciende aún más alto. La siguiente hasta poner los pies en una rama. Miras hacia abajo y ves acercarse a los guardabosques y a Pedro que se pone a hacerle conversación. El guardabosques no alza la mirada hacia el árbol en el que está inmóvil y oculto a medias en el follaje. Julia intenta no traicionarte con la vista. Pedro tampoco te de lata: se propone algo más cruel. Retiene al guardabosques con pregunta tras pregunta, le da algunos billetes, lo deja hablar u hablar de sí mismo, quejarse de los paseantes y de lo poco que gana . Así te impide el triunfo y prolonga tu humillación.<br />Has pasado diez o quince minutos. La rama empieza a ceder bajo tu peso. Sientes miedo de caer desde esa altura y morir ante Julia o romperte lo huesos y quedar inválido para siempre. O de otro modo, date por vencido, dejar que el guardabosques te lleve preso. <br /><br />Atrapado por Pedro, el guardabosque no se va. La ardilla te desafía a medio metro de la rama crujiente. En seguida baja por el tronco con agilidad que nunca será tuya y corre a perderse en el bosque. Julia se ha soltado a llorar, lejos del guardabosque y de la ardilla pero de ti más lejos e imposible. Al fin el guardabosque agradece la propina de Pedro, se despide y vuelve al convento. Entonces bajas, muerto de miedo, pálido, torpe, humillado, con lágrimas. Pedro se ríe de ti. Julia no llora: le reclama y lo llama estúpido. Suben otra vez al automóvil. Julia no se deja abrazar por Pedro y nadie habla de nada de nada ni una palabra. Bajas en cuanto llegan a la ciudad, caminas sin rumbo muchas horas y al llegar le cuentas a tu madre lo que ocurrió en el bosque y subes a la azotea y quemas en el boiler la colección Bazooka. Pero no olvidas nunca esa tarde de agosto. Esa tarde, la última en que tú viste a Julia.</div><div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-41540847962542991992020-08-02T08:11:00.000-04:002020-08-22T08:15:34.879-04:00"La bella alma de don Damián" de Juan Bosch<p style="text-align: center;"> La bella alma de don Damián</p><div style="text-align: center;">Juan Bosch</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">(Junio 30, 1909 – Noviembre 1, 2001)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">República Dominicana</div><br /><br />Don Damián entró en la inconsciencia rápidamente, a compás con la fiebre que iba subiendo por encima de treinta y nueve grados. Su alma se sentía muy incómoda, casi a punto de calcinarse, razón por la cual comenzó a irse recogiendo en el corazón. El alma tenía infinita cantidad de tentáculos, como un pulpo de innúmeros pies, cada uno metido en una vena y algunos sumamente delgados metidos en vasos. Poco a poco fue retirando esos pies, y a medida que iba haciéndolo don Damián perdía calor y empalidecía. Se le enfriaron primero las manos, luego las piernas y los brazos; la cara comenzó a ponerse atrozmente pálida, cosa que observaron las personas que rodeaban el lujoso lecho. La propia enfermera se asustó y dijo que era tiempo de llamar al médico. El alma oyó esas palabras y pensó: “Hay que apresurarse, o viene ese señor y me obliga a quedarme aquí hasta que me queme la fiebre”.<br /><br />Empezaba a clarear. Por los cristales de las ventanas entraba una luz lívida, que anunciaba el próximo nacimiento del día. Asomándose a la boca de don Damián -que se conservaba semiabierta para dar paso a un poco de aire- el alma notó la claridad y se dijo que si no actuaba pronto no podría hacerlo más tarde debido a que la gente la vería salir y le impediría abandonar el cuerpo de su dueño. El alma de don Damián era ignorante en ciertas cosas; por ejemplo, no sabía que una vez libre resultaba totalmente invisible.<br /><br />Hubo un prolongado revuelo de faldas alrededor de la soberbia cama donde yacía el enfermo, y se dijeron frases atropelladas que el alma no atinó a oír, ocupada como estaba en escapar de su prisión. La enfermera entró con una jeringa hipodérmica en la mano.<br /><br />-¡Ay, Dios mío, Dios mío, que no sea tarde! -clamó la voz de la vieja criada.<br /><br />Pero era tarde. A un mismo tiempo la aguja penetraba en un antebrazo de don Damián y el alma sacaba de la boca del moribundo sus últimos tentáculos. El alma pensó que la inyección había sido un gasto inútil. En un instante se oyeron gritos diversos y pasos apresurados, y mientras alguien -de seguro la criada, porque era imposible que se tratara de la suegra o de la mujer de don Damián- se tiraba aullando sobre el lecho, el alma se lanzaba al espacio, directamente hacia la lujosa lámpara de cristal de Bohemia que pendía del centro del techo. Allí se agarró con suprema fuerza y miró hacia abajo; don Damián era ya un despojo amarillo, de facciones casi transparentes y duras como el cristal; los huesos del rostro parecían haberle crecido y la piel tenía un brillo repelente. Junto a él se movían la suegra, la señora y la enfermera; con la cabeza hundida en el lecho sollozaba la anciana criada. El alma sabía a ciencia cierta lo que estaba sintiendo y pensando cada una, pero no quiso perder tiempo en observarlas. La luz crecía muy de prisa y ella temía ser vista allí donde se hallaba, trepada en la lámpara, agarrándose con indescriptible miedo. De pronto vio a la suegra de don Damián tomar a su hija de un brazo y llevarla al pasillo; allí le habló, con acento muy bajo. Y he aquí las palabras que oyó el alma:<br /><br />-No vayas a comportarte ahora como una desvergonzada. Tienes que demostrar dolor.<br /><br />-Cuando llegue gente, mamá -susurró la hija.<br /><br />-No, desde ahora. Acuérdate que la enfermera puede contar luego…<br /><br />En el acto la flamante viuda corrió hacia la cama como una loca diciendo:<br /><br />-¡Damián, Damián mío; ay, mi Damián! ¿Cómo podré yo vivir sin ti, Damián de mi vida?<br /><br />Otra alma con menos mundo se hubiera asombrado, pero la de don Damián, trepada en su lámpara, admiró la buena ejecución del papel. El propio don Damián procedía así en ciertas ocasiones, sobre todo cuando le tocaba actuar en lo que él llamaba “la defensa de mis intereses”. La viuda lloraba ahora “defendiendo sus intereses”. Era bastante joven y agraciada, en cambio don Damián pasaba de los sesenta. Ella tenía novio cuando él la conoció, y el alma había sufrido ratos muy desagradables a causa de los celos de su ex dueño. El alma recordaba cierta escena, hacía por cierto pocos meses, en la que la mujer dijo:<br /><br />-¡No puedes prohibirme que le hable! ¡Tú sabes que me casé contigo por tu dinero!<br /><br />A lo que don Damián había contestado que con ese dinero él había comprado el derecho a no ser puesto en ridículo. La escena fue muy desagradable, con intervención de la suegra y amenazas de divorcio. En suma, un mal momento, empeorado por la circunstancia de que la discusión fue cortada en seco debido a la llegada de unos muy distinguidos visitantes a quienes marido y mujer atendieron con encantadoras sonrisas y maneras tan finas que sólo ella, el alma de don Damián, apreciaba en todo su real valor.<br /><br />Estaba el alma allá arriba, en la lámpara, recordando tales cosas, cuando llegó a toda prisa un sacerdote. Nadie sabía por qué se presentaba tan a tiempo, puesto que todavía no acababa de salir el sol del todo y el sacerdote había sido visita durante la noche.<br /><br />-Vine porque tenía el presentimiento; vine porque temía que don Damián diera su alma sin confesar -trató de explicar.<br /><br />A lo que la suegra del difunto, llena de desconfianza, preguntó:<br /><br />-¿Pero no confesó anoche, padre?<br /><br />Aludía a que durante cerca de una hora el ministro del Señor había estado encerrado a solas con don Damián, y todos creían que el enfermo había confesado. Pero no había sucedido eso. Trepada en su lámpara, el alma sabía que no; y sabía también por qué había llegado el cura. Aquella larga entrevista solitaria había tenido un tema más bien árido; pues el sacerdote proponía a don Damián que testara dejando una importante suma para el nuevo templo que se construía en la ciudad, y don Damián quería dejar más dinero del que se le solicitaba, pero destinado a un hospital. No se entendieron y al llegar a su casa el padre notó que no llevaba consigo su reloj. Era prodigioso lo que le sucedía al alma, una vez libre, eso de poder saber cosas que no habían ocurrido en su presencia, así como adivinar lo que la gente pensaba e iba a hacer. El alma sabía que el cura se había dicho: “Recuerdo haber sacado el reloj en casa de don Damián para ver qué hora era; seguramente lo he dejado allá”. De manera que esa visita a hora tan extraordinaria nada tenía que ver con el reino de Dios.<br /><br />-No, no confesó -explicó el sacerdote mirando fijamente a la suegra de don Damián-. No llegó a confesar anoche, y quedamos en que vendría hoy a primera hora para confesar y tal vez comulgar. He llegado tarde, y es gran lástima -dijo mientras movía el rostro hacia los rincones y las doradas mesillas, sin duda con la esperanza de ver el reloj en una de ellas.<br /><br />La vieja criada, que tenía más de cuarenta años atendiendo a don Damián, levantó la cabeza y mostró dos ojos enrojecidos por el llanto.<br /><br />-Después de todo no le hacía falta -aseguró-, que Dios me perdone. No necesitaba confesar porque tenía una bella alma, una alma muy bella tenía don Damián.<br /><br />¡Diablos, eso sí era interesante! Jamás había pensado el alma de don Damián que fuera bella. Su amo hacía ciertas cosas raras, y como era un hermoso ejemplar de hombre rico y vestía a la perfección y manejaba con notable oportunidad su libreta de banco, el alma no había tenido tiempo de pensar en algunos aspectos que podían relacionarse con su propia belleza o con su posible fealdad. Por ejemplo, recordaba que su amo le ordenaba sentirse bien cuando tras laboriosas entrevistas con el abogado don Damián hallaba la manera de quedarse con la casa de algún deudor -y a menudo ese deudor no tenía dónde ir a vivir después- o cuando a fuerza de piedras preciosas y de ayuda en metálico -para estudios, o para la salud de la madre enferma- una linda joven de los barrios obreros accedía a visitar cierto lujoso departamento que tenía don Damián. ¿Pero era ella bella o era fea?<br /><br />Desde que logró desasirse de las venas de su amo hasta que fue objeto de esa mención por parte de la criada, había pasado, según cálculo del alma, muy corto tiempo; y probablemente era mucho menos todavía de lo que ella pensaba. Todo sucedió muy de prisa y además de manera muy confusa. Ella sintió que se cocinaba dentro del cuerpo del enfermo y comprendió que la fiebre seguiría subiendo. Antes de retirarse, mucho más allá de la medianoche, el médico lo había anunciado. Había dicho:<br /><br />-Puede ser que la fiebre suba al amanecer; en ese caso hay que tener cuidado. Si ocurre algo llámenme.<br /><br />¿Iba ella a permitir que se le horneara? Se hallaba con lo que podría denominarse su centro vital muy cerca de los intestinos de don Damián, y esos intestinos despedían fuego. Perecería como los animales horneados, lo cual no era de su agrado. Pero en realidad, ¿cuánto tiempo había transcurrido desde que dejó el cuerpo de don Damián? Muy poco, puesto que todavía no se sentía libre del calor a pesar del ligero fresco que el día naciente esparcía y lanzaba sobre los cristales de Bohemia de que se hallaba sujeta. Pensaba que no había sido violento el cambio de clima entre las entrañas de su ex dueño y la cristalería de la lámpara, gracias a lo cual no se había resfriado. Pero con o sin cambio violento, ¿qué había de las palabras de la criada? “Bella”, había dicho la anciana servidora. La vieja sirvienta era una mujer veraz, que quería a su amo porque lo quería, no por su distinguida estampa ni porque él le hiciera regalos. Al alma no le pareció tan sincero lo que oyó a continuación.<br /><br />-¡Claro que era una bella alma la suya! -corroboraba el cura.<br /><br />-Bella era poco, señor -aseguró la suegra.<br /><br />El alma se volvió a mirar y vio cómo, mientras hablaba, la señora se dirigía a su hija con los ojos. En tales ojos había a la vez una orden y una imprecación. Parecían decir: “Rompe a llorar ahora mismo, idiota, no vaya a ser que el señor cura se dé cuenta de que te ha alegrado la muerte de este miserable”. La hija comprendió en el acto el mudo y colérico lenguaje, pues a seguidas prorrumpió en dolorosas lamentaciones:<br /><br />-¡Jamás, jamás hubo alma más bella que la suya! ¡Ay, Damián mío, Damián mío, luz de mi vida!<br /><br />El alma no pudo más; estaba sacudida por la curiosidad y por el asco; quería asegurarse sin perder un segundo de que era bella y quería alejarse de un lugar donde cada quien trataba de engañar a los demás. Curiosa y asqueada, pues, se lanzó desde la lámpara en dirección hacia el baño, cuyas paredes estaban cubiertas por grandes espejos. Calculó bien la distancia para caer sobre la alfombra, a fin de no hacer ruido. Además de ignorar que la gente no podía verla, el alma ignoraba que ella no tenía peso. Sintió gran alivio cuando advirtió que pasaba inadvertida, y corrió, desolada, a colocarse frente a los espejos.<br /><br />¿Pero qué estaba sucediendo, gran Dios? En primer lugar, ella se había acostumbrado durante más de sesenta años a mirar a través de los ojos de don Damián; y esos ojos estaban altos, a un metro y setenta centímetros sobre el suelo; estaba acostumbrada, además, al rostro vivaz de su amo, a su ojos claros, a su pelo brillante de tonos grises, a la arrogancia con que alzaba el pecho y levantaba la cabeza, a las costosas telas con que se vestía. Y lo que veía ahora ante sí no era nada de eso, sino una extraña figura de acaso un pie de altura, blanduzca, parda, sin contornos definidos. En primer lugar, no se parecía a nada conocido, pues lo que debían ser dos pies y dos piernas, según fue siempre cuando se hallaba en el cuerpo de don Damián, era un monstruoso y, sin embargo, pequeño racimo de tentáculos como los del pulpo, pero sin regularidad, unos más cortos que otros, unos más delgados que los demás y todos ellos como hechos de humo sucio, de un indescriptible lodo impalpable, como si fueran transparentes y no lo fueran, sin fuerza, rastreros, que se doblaban con repugnante fealdad. El alma de don Damián se sintió perdida. Sin embargo sacó coraje para mirar más hacia arriba. No tenía cintura. En realidad, no tenía cuerpo ni cuello ni nada, sino que de donde se reunían los tentáculos salía por un lado una especie de oreja caída, algo así como una corteza rugosa y purulenta, y del otro un montón de pelos sin color, ásperos, unos retorcidos, otros derechos. Pero no era eso lo peor, y ni siquiera la extraña luz grisácea y amarillenta que la envolvía, sino que su boca era un agujero informe, a la vez como de ratón y de hoyo irregular en una fruta podrida, algo horrible, nauseabundo, verdaderamente asqueroso, ¡y en el fondo de ese hoyo brillaba un ojo, su único ojo, con reflejos oscuros y expresión de terror y perfidia! ¿Cómo explicarse que todavía siguieran esas mujeres y el cura asegurando allí, en la habitación de al lado, junto al lecho donde yacía don Damián, que la suya había sido una alma bella?<br /><br />-¿Salir, salir a la calle yo así, con este aspecto, para que me vea la gente? -se preguntaba en lo que creía toda su voz, ignorante aún de que era invisible e inaudible. Estaba perdida en un negro túnel de confusión. ¿Qué haría, qué destino tomaría?<br /><br />Sonó el timbre. A seguidas la enfermera dijo:<br /><br />-Es el médico, señora. Voy a abrirle.<br /><br />A tales palabras la esposa de don Damián comenzó a aullar de nuevo, invocando a su muerto marido y quejándose de la soledad en que la dejaba.<br /><br />Paralizada ante su propia imagen el alma comprendió que estaba perdida. Se había acostumbrado a su refugio, al alto cuerpo de don Damián; se había acostumbrado incluso al insufrible olor de sus intestinos, al ardor de su estómago, a las molestias de sus resfriados. Entonces oyó el saludo del médico y la voz de la suegra que declamaba:<br /><br />-¡Ay, doctor, qué desgracia, doctor, qué desgracia!<br /><br />-Cálmese, señora, cálmese -respondía el médico.<br /><br />El alma se asomó a la habitación del difunto. Allí, alrededor de la cama se amontonaban las mujeres; de pie en el extremo opuesto a la cabecera, con un libro abierto, el cura comenzaba a rezar. El alma midió la distancia y saltó. Saltó con facilidad que ella misma no creía tener, como si hubiera sido de aire o un extraño animal capaz de moverse sin hacer ruido y sin ser visto. Don Damián conservaba todavía la boca ligeramente abierta. La boca estaba como hielo, pero no importaba. Por allá entró raudamente el alma y a seguidas se coló laringe abajo y comenzó a meter sus tentáculos en el cuerpo, atravesando las paredes interiores sin dificultad alguna. Estaba acomodándose cuando oyó hablar al médico.<br /><br />-Un momento, señora, por favor -dijo. El alma podía ver al doctor, aunque de manera muy imprecisa. El médico se acercó al cuerpo de don Damián, le tomó una muñeca, pareció azorarse, pegó el rostro al pecho y lo dejó descansar ahí un momento. Después, despaciosamente, abrió su maletín y sacó un estetoscopio; con todo cuidado se lo colocó en ambas orejas y luego pegó el extremo suelto sobre el lugar donde debía estar el corazón. Volvió a poner expresión azorada; removió el maletín y extrajo de él una jeringa hipodérmica. Con aspecto de prestidigitador que prepara un número sensacional, dijo a la enfermera que llenara la jeringa mientras él iba amarrando un pequeño tubo de goma sobre el codo de don Damián. Al parecer, tantos preparativos alarmaron a la vieja criada.<br /><br />-¿Pero para qué va a hacerle eso, si ya está muerto el pobre? -preguntó.<br /><br />El médico la miró de hito en hito con aire de gran señor; y he aquí lo que dijo, si bien no para que le oyera ella, sino para que le oyeran sobre todo la esposa y la suegra de don Damián:<br /><br />-Señora, la ciencia es la ciencia, y mi deber es hacer cuanto esté a mi alcance para volver a la vida a don Damián. Almas tan bellas como la suya no se ven a diario y no es posible dejarle morir sin probar hasta la última posibilidad.<br /><br />Este breve discurso, dicho con noble calma, alarmó a la esposa. Fue fácil notar en sus ojos un brillo duro y en su voz cierto extraño temblor.<br /><br />-¿Pero no está muerto? -preguntó.<br /><br />El alma estaba ya metida del todo y sólo tres tentáculos buscaban todavía, al tacto, las venas en que habían estado años y años. La atención que ponía en situar esos tentáculos donde debían estar no le impidió, sin embargo, advertir el acento de intriga con que la mujer hizo la pregunta.<br /><br />El médico no respondió. Tomó el antebrazo de don Damián y comenzó a pasar una mano por él. A ese tiempo el alma iba sintiendo que el calor de la vida iba rodeándola, penetrándola, llenando las viejas arterias que ella había abandonado para no calcinarse. Entonces, casi simultáneamente con el nacimiento de ese calor, el médico metió la aguja en la vena del brazo, soltó el ligamento de encima del codo y comenzó a empujar el émbolo de la jeringuilla. Poco a poco, en diminutas oleadas, el calor de la vida fue ascendiendo a la piel de don Damián.<br /><br />-¡Milagro, Señor, milagro! -barbotó el cura.<br /><br />Súbitamente, presenciando aquella resurrección, el sacerdote palideció y dio rienda suelta a su imaginación. La contribución para el templo estaba segura, ¿pues cómo podría don Damián negarle su ayuda una vez que él le refiriera, en los días de convalecencia, cómo le había visto volver a la vida segundos después de haber rogado pidiendo por ese milagro? “El Señor atendió a mis ruegos y lo sacó de la tumba, don Damián”, diría él.<br /><br />Súbitamente también la esposa sintió que su cerebro quedaba en blanco. Miraba con ansiedad el rostro de su marido y se volvía hacia la madre. Una y otra se hallaban desconcertadas, mudas, casi aterradas.<br /><br />Pero el médico sonreía. Se hallaba muy satisfecho, aunque trataba de no dejarlo ver.<br /><br />-¡Ay, si se ha salvado, gracias a Dios y a usted! -gritó de pronto la criada, los ojos cargados de lágrimas de emoción, tomando las manos del médico-. ¡Se ha salvado, está resucitado! ¡Ay, don Damián no va a tener con qué pagarle, señor! -aseguraba.<br /><br />Y cabalmente en eso estaba pensando el médico, en que don Damián tenía de sobra con qué pagarle. Pero dijo otra cosa. Dijo:<br /><br />-Aunque no tuviera con qué pagarme lo hubiera hecho, porque era mi deber salvar para la sociedad un alma tan bella como la suya.<br /><br />Estaba contestándole a la criada, pero en realidad hablaba para que le oyeran los demás; sobre todo para que le repitieran esas palabras al enfermo unos días más tarde, cuando estuviera en condiciones de firmar.<br /><br />Cansada de oír tantas mentiras el alma de don Damián resolvió dormir. Un segundo después don Damián se quejó, aunque muy débilmente, y movió la cabeza en la almohada.<br /><br />-Ahora dormirá varias horas -explicó el médico- y nadie debe molestarlo.<br /><br />Diciendo lo cual dio el ejemplo, y salió de la habitación en puntillas.<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-7501163779121577342020-08-01T07:51:00.001-04:002020-08-22T07:56:21.739-04:00"Puta vieja" de Melitón Barba<dl style="text-align: center;">Puta Vieja </dl><dl style="text-align: center;">Melitón Barba</dl><dl style="text-align: center;"><span style="background-color: white; color: #222222; font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 16px;">1924-2001</span></dl><dl style="text-align: center;">El Slavador</dl><dl> Así era mi cuerpo, como el de la Margot, la cipota que está acusada de guerrillera. Claro, han pasado tantísimos años que ahora con mi cara cruzada de arrugas, la boca sin dientes y los pilguajos de chiches que me quedan, nadie podría reconocerme. Pero era bonita, aunque se rían. Cuando lo conocí acababa de llegar al "Over de Top", un burdel que quedaba en Soyapango y donde había otras quince muchachas, todas lindas, porque el Over era de lujo, sólo lo frecuentaban señores de carro y por la salida de una había que pagar quince colones. En ninguna parte cobraban tanto. Él vivía en una de las casitas de madera que quedaban a la orilla de la cuestona que sube para Soyapango. Lo veía con su uniforme del Instituto Nacional, siempre bien limpio, con los cuadernos apretados debajo del sobaco y su quepis de lado, con la hebilla del cincho bien lustrada; caminaba la cuestona del Agua Caliente para tomar el bus en la Garita, aunque muchas veces se iba a pie, porque no tenía ni cinco para la camioneta. Al principio me miraba con desconfianza porque yo iba bien pintarrajeada, las cejas recortadas y los montones de rouge en la cara. Quizás por eso decían que a las que se pintan así la cara les rebota de putas. Yo estaba bien cipota, de unos diecisiete. Él era menor. Apenas llevaba una estrellita negra en la manga de la guerrera cuando me dijo que iba a cumplir los trece. No me miraba, me tragaba con los ojos, y yo que ya era un tigre que caza echado, me burlaba y a propósito usaba unos vestiditos cortitos, o me bajaba a comprar la leche, sin sostenes, caminando la cuestona a la par suya y lo miraba al pobre, todo rojo de vergüenza tratando de cubrirse la bragueta con los libros, porque ya se le había endurado la cuestión. Hasta que comenzamos a hacernos amigos. Al poco tiempo me regaló una foto y es por esa foto que estoy presa. Era mi chulo. Pero no de esos que le pegan a una y dicen que la protegen. No. Él nunca me pegó. Era mi chulo porque era mi marido, aunque no vivíamos juntos en la misma casa, pues yo siempre anduve en los burdeles, hasta que puse mi propia pieza a orilla de calle, allá por La Tiendona, y aunque se quedaba a dormir conmigo toda la noche, pero sólo los viernes, porque estaba estudiando. Yo, para qué voy a negarlo, siempre estuve engazada de él. Hasta ahora. Cuando recién comenzamos nuestro idilio no me quería agarrar los centavos, entonces yo le compraba ropa, buenas camisas italianas de donde Hugo Tona, y las mejores zapatillas que habían en La Marzenit. Me gustaba que anduviera bien guapo y, aunque salíamos poco, me sentía orgullosa de vestirlo bien tipería. Así fue que se acostumbró a la buena ropa. Hasta la de uniforme se la compraba de la mejor tela, no la rascuache que la vendían en Martinez y Saprisa. Ninguno del Instituto Nacional se vestía tan bien como yo lo vestía a él. Los viernes me ponía lo mejorcito que tenía, pura angelita parecía, sin pintarme para que no me viera la cara de lo que era, y lo llevaba a comer. Íbamos a comer al restaurante Francés, uno bien elegante que quedaba esquina opuesta a donde Ambrogi y nos íbamos en taxi para que no lo vieran sus amigos. Nunca lo llevé a los restaurantes adonde lo llevan a una los clientes, ¡como van a creer! Ni al Claros de Luna, ni al Mercedes, ni siquiera a El Migueleño. Íbamos al Francés porque además allí había reservados y no me importaba gastar lo que fuera. Para su bachillerato le regalé un traje entero, de allí mismo, donde Tona, un casimir inglés gris oscuro, que se lo hizo el maestro Huguet de la Sastrería Anatómica. Se miraba elegantísimo con su corbata roja pringada de blanco, y esa noche del título nos fuimos al restaurante y lo hice que se bebiera como seis jaiboles. Cuando llegamos a la pieza iba bien atarantado y pasamos una velada deliciosa haciendo planes para su futuro. Por esa época yo sentía que me quería. Esa noche me regaló otra foto de uniforme, donde estaba en grupo, pero se me perdió. La otra sí, la conservé toda mi vida.<br /> En la universidad se cuidaba más de que no lo vieran conmigo, y yo lo comprendía, claro, porque iba a ser abogado y no era conveniente. A mí no me importaba, yo era feliz con que llegara una vez por semana a traer los centavos para los gastos y para sus libros. Porque era buen estudiante. No le gustaba tener que prestar libros, por lo que yo hacía el sacrificio para que no le faltaran. Me acuerdo cuando le compré el Código Penal. Me dijo que donde el Choco Albino se encontraban usados, pero yo no permitía eso. Para mi rey siempre debía ser lo mejor y se lo compré nuevo, no importaba si me machucaban más veces la babosada. Al fin y al cabo ya estaba acostumbrada. Así seguimos hasta que terminó la carrera y lo mandaron a hacer su servicio social a un pueblo, pero nunca me dio el nombre del lugar. Eran tres años que iba a pasar de juez y yo presentía que era la despedida, porque ya no llegaba tan seguido, aunque siempre le tenía su ropita nueva, calcetines de seda, sus buenos zapatos y, en fin, todos sus libros. Porque aquí donde me ven, toda arruinada, me siento orgullosa de haberle comprado todos sus libros. A su doctoramiento no me invitó, pero es que para entonces yo ya no servía. Ni señas de aquel culito bonito del Over. <br />Llevaba como quince años de vida miserable, con tantos desvelos, y los clientes que obligan a tomar, y si una no cede, no salen. Era borracha entonces, pero delante de él lo disimulaba. No tomaba nada, aunque a veces me sentía olor a trago y se molestaba. Se perdía por temporadas sólo llegaba por necesidad de los centavos. Pobrecito. En esos tres años lo perdí. No lo volví a ver nunca, por más que hice para buscarlo. Como no permitía que conociera a sus amigos, no tenía a quién preguntarle. Después supe que se casó con una rica de aquel pueblo. ¡A saber!. Entonces, de decepción, comencé a tomar más seguido y fui perdiendo mi clientela. De aquella puta que cobraba cinco pesos en mi pieza, fui bajando hasta llegar a tostones. Estaba marchita. Me había adelgazado y tomaba a diario. El único consuelo era su fotografía, que había mandado a ampliar y tenía en un marquito con vidrio y todo. Pensaba que algún día volvería, pero así fueron pasando como veinte años o más. Después ya ni de puta servía, por vieja, flaca y fea. Así puse una mi ventecita de frutas allí mismo, en el mesón, ¡pero que iba a ganar! Además estaba podrida de la sangre, porque en la Sanidad me habían puesto la novecientos catorce varias veces, pero siempre estaba toda llena de chiras. Entonces vino el pleito, porque la pieza la compartía con la Tencha, una puta no tan vieja que todavía trabajaba con el cuerpo pero era más borracha que el mismo guaro. Estaba necia desde hacía meses queriéndome quebrar la foto y burlándose de mi abogado. Eso a mi no me importaba, pero que no me fuera a tocar la foto, porque se iba a arrepentir. Hasta una noche, en que las dos estábamos pasadas de borrachas, agarró la foto y la tiró contra el suelo, y después la rompió en mil pedacitos. Yo no le dije nada porque tenía miedo, pero cuando estaba dormida le metí a saber cuantas puñaladas y me acosté. Al día siguiente la hallaron bien muerta. Y no me arrepiento, si me volviera a romper la foto, la volvería a coser a puros trabones. A él, después de veinticinco años, lo volví a ver en el juicio. Estaba lindo, bien vestido, con un traje gris oscuro como el primero que le regalé. Se veía elegante, como cuando yo lo vestía. Era el fiscal. Es decir, no era él propio, sino su hijo. Eran igualitos. La misma mirada seria, el mismo bigote, su misma boca que tantas veces me comí, ¡y como sabía el muchacho! Hizo pedazos al defensor que me habían puesto, y yo, mientras él me insultaba, me decía puta vieja y otras cosas, lo miraba, embelezada, no le apartaba la vista, pensaba que era él, mi estudiante, el único amor de mi vida. A veces me turbaba y yo le obsequiaba una sonrisa. Era lindo, tenía la misma voz, y los mismos gestos. Cogía el cigarrillo igualito que él, y de malicia echaba bocanadas de coronitas como el papá. Cuando terminó el juicio llegó a la banca donde yo estaba y me preguntó que por qué lo veía con tanta ternura, si él estaba pidiendo mi condena. Porque sí, le dije. Porque usted es bien lindo, como hubiera querido que fuera mi hijo, y le besé la mano Aquí en la cárcel me enseñaron el diario y recorté la foto. Se miraban bien lindos. Él, ya viejón, pero guapo, y él, jovencito, en primera plana. Resonante triunfo de padre e hijo, decía. Magistrado asciende a presidente de la Corte Suprema el mismo día que su hijo obtiene la condena de una asesina. ¡Se miraban bien lindos!¡Bien lindos!.<dt class="MsoNormal" style="color: white;"><br /></dt><div style="color: white;"><b><span style="font-size: 18pt;"><span style="color: #dbe5f1; font-family: Verdana;"><br /></span></span></b></div></dl><div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-37301176074999729842020-06-05T05:10:00.000-04:002020-07-02T05:13:56.649-04:00Ejercicios de lectura y escritura de "Un día de estos" de Gabriel García Márquez<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
Comparto los Ejercicios de lectura y escritura de "<a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2012/04/un-dia-de-estos-de-gabriel-garcia.html" target="_blank">Un día de estos</a>" de Gabriel García Márquez realizado por el grupo que abrí en zoom con estudiantes de diversas partes del mundo.<br />
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Las ocho palabras fueron:<br />
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<ol style="text-align: left;">
<li>Marchito</li>
<li>Apresurarse</li>
<li>Enjuto</li>
<li>Absceso</li>
<li>Lágrimas</li>
<li>Pañuelo</li>
<li>Rencor</li>
<li>Mejilla</li>
</ol>
El cuento es el siguiente: <br />
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Eduardo Costillas Ramón era un niño enjuto, rencoroso y muy travieso. Llevaba los pantalones marchitos. Hoy es un día especial para Eduardo porque piensa que ganará el concurso. Sin embargo, hoy tuvo un absceso que lo hizo sentir muy mal y muy adolorido. Su madre le había dado un pañuelo mágico pero el niño se había olvidado de ponerlo en su bolsillo. Empezó a llorar y a llorar desesperadamente y las lágrimas que cayeron sobre sus mejillas cayeron sobre unas tortugas que venían apresuradas a traerle el pañuelo que le regalo su mamá.<br />
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<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-85188427308507252382020-06-04T04:39:00.000-04:002020-07-02T04:39:50.535-04:00"Las ruinas circulares" Jorge Luis Borges <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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"Las ruinas circulares" </div>
<div style="text-align: center;">
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Jorge Luis Borges </div>
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(Argentina)</div>
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Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas. <br /><br />El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar. <br /><br />Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo. <br /><br />A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino , díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos. <br /><br />Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía. <br /><br />Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido. <br /><br />En las cosmogonías gnósticas , los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó. <br /><br />El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy. <br /><br />Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje. <br /><br />Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas. <br /><br />El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.
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<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-68057719356808076652020-06-01T08:57:00.001-04:002020-07-01T08:59:22.322-04:00"Cajas de Cartón" de Francisco Jiménez<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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Cajas de Cartón</div>
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Francisco Jiménez</div><div style="text-align: center;">(México' USA)</div>
<br />Era a fines de agosto. Ito, el aparcero, ya no sonreía. Era natural. La cosecha de fresas terminaba, y los trabajadores, casi todos braceros, no recogían tantas cajas de fresas como en los meses de junio y julio. Cada día el número de braceros disminuía. El domingo sólo uno - el mejor pizcador - vino a trabajar. A mí me caía bien. A veces hablábamos durante nuestra media hora de almuerzo. Así fue como supe que era de Jalisco, de mi tierra natal. Ese domingo fue la última vez que lo vi.<br />
<br />
Cuando el sol se escondía detrás de las montañas, Ito nos señaló que era hora de ir a casa. «Ya hes horra», gritó en su español mocho. Ésas eran las palabras que yo ansiosamente esperaba doce horas al día, todos los días, siete días a la semana, semana tras semana, y el pensar que no las volvería a oír me entristeció.<br />
<br />
Por el camino rumbo a casa, Papá no dijo una palabra. Con las dos manos en el volante miraba fijamente el camino. Roberto, mi hermano mayor, también estaba callado. Echó para atrás la cabeza y cerró los ojos. El polvo que entraba de fuera lo hacía toser repetidamente.<br />
<br />
Era a fines de agosto. Al abrir la puerta de nuestra chocita me detuve. Vi que todo lo que nos pertenecía estaba empacado en cajas de cartón. De repente sentí aún más el peso de las horas, los días, las semanas, los meses de trabajo. Me senté sobre una caja, y se me llenaron los ojos de lágrimas al pensar que teníamos que mudarnos a Fresno.<br />
<br />
Esa noche no pude dormir, y un poco antes de las cinco de la madrugada Papá, que a la cuenta tampoco había pegado los ojos toda la noche, nos levantó. A los pocos minutos los gritos alegres de mis hermanitos, para quienes la mudanza era una aventura, rompieron el silencio del amanecer. Los ladridos de los perros pronto los acompañaron.<br />
<br />
Mientras empacábamos los trastes del desayuno, Papá salió para encender la «Carcachita». Ése era el nombre que Papá le puso a su viejo Plymouth, negro. Lo compró en una agencia de carros usados en Santa Rosa. Papá estaba muy orgulloso de su carro. «Mi Carcachita» lo llamaba cariñosamente. Tenía derecho a sentirse así. Antes de comprarlo, pasó mucho tiempo mirando a otros carros. Cuando al fin escogió la «Carcachita», la examinó palmo a palmo. Escuchó el motor, inclinando la cabeza de lado a lado como un perico, tratando de detectar cualquier ruido que pudiera indicar problemas mecánicos. Después de satisfacerse con la apariencia y los sonidos del carro, Papá insistió en saber quién había sido el dueño. Nunca lo supo, pero compró el carro de todas maneras. Papá pensó que el dueño debió haber sido alguien importante porque en el asiento de atrás encontró una corbata azul.<br />
<br />
Papá estacionó el carro enfrente a la choza y dejó andando el motor. «Listo», gritó. Sin decir la palabra, Roberto y yo comenzamos a acarrear las cajas de cartón al carro. Roberto cargó las dos más grandes y yo las más chicas. Papá luego cargó el colchón ancho sobre la capota del carro y lo amarró a los parachoques con sogas para que no se volara con el viento en el camino.<br />
<br />
Todo estaba empacado menos la olla de Mamá. Era una olla vieja y galvanizada que había comprado en una tienda de segunda en Santa María. La olla estaba llena de abolladuras y mellas, y mientras más abollada estaba, más le gustaba a Mamá. «Mi olla» la llamaba orgullosamente.<br />
<br />
Sujeté abierta la puerta de la chocita mientras Mamá sacó cuidadosamente su olla, agarrándola por las dos asas para no derramar los frijoles cocidos. Cuando llegó al carro, Papá tendió las manos para ayudarle con ella. Roberto abrió la puerta posterior del carro y Papá puso la olla con mucho cuidado en el piso detrás del asiento. Todos subimos a la «Carcachita». Papá suspiró, se limpió el sudor de la frente con las mangas de la camisa, y dijo con cansancio: «es todo».<br />
<br />
Mientras nos alejábamos, se me hizo un nudo en la garganta. Me volví y miré a nuestra chocita por última vez.<br />
<br />Cuando llegamos allí, Mamá se dirigió a la casa. Cruzó la cerca, pasando entre filas de rosales hasta llegar a la puerta. Tocó el timbre. Luces del portal se encendieron y un hombre alto y fornido salió. Hablaron brevemente. Cuando él entró en la casa, Mamá se apresuró hacia el carro. «¡Tenemos trabajo! El señor nos permitió quedarnos allí toda la temporada», dijo un poco sofocada de gusto y apuntando hacia un garaje viejo que estaba cerca de los establos.<br />
<br />
El garaje estaba gastado por los años. Roídas por comejenes, las paredes apenas sostenían el techo agujereado. No tenía ventanas y el piso de tierra suelta ensabanaba todo en polvo.<br />
<br />
Esa noche, a la luz de una lámpara de petróleo, desempacamos las cosas y empezamos a preparar la habitación para vivir. Roberto, enérgicamente se puso a barrer el suelo; Papá llenó los agujeros de las paredes con periódicos viejos y hojas de lata. Mamá les dio a comer a mis hermanitos. Papá y Roberto entonces trajeron el colchón y lo pusieron en una de las esquinas del garaje. «Viejita», dijo Papá, dirigiéndose a Mamá, «tú y los niños duerman en el colchón, Roberto, Panchito, y yo dormiremos bajo los árboles».<br />
<br />
Muy tempranito por la mañana al día siguiente, el señor Sullivan nos enseñó donde estaba su cosecha y, después del desayuno, Papá, Roberto y yo nos fuimos a la viña a pizcar.<br />
<br />
A eso de las nueve, la temperatura había subido hasta cerca de cien grados. Yo estaba empapado de sudor y mi boca estaba tan seca que parecía como si hubiera estado masticando un pañuelo. Fui al final del surco, cogí la jarra de agua que habíamos llevado y comencé a beber. «No tomes mucho; te vas a enfermar», me gritó Roberto. No había acabado de advertirme cuando sentí un gran dolor de estómago. Me caí de rodillas y la jarra se me deslizó de las manos.<br />
<br />
Solamente podía oír el zumbido de los insectos. Poco a poco me empecé a recuperar. Me eché agua en la cara y en el cuello y miré el lodo negro correr por los brazos y caer a la tierra que parecía hervir.<br />
<br />
Todavía me sentía mareado a la hora del almuerzo. Eran las dos de la tarde y nos sentamos bajo un árbol grande de nueces que estaba al lado del camino. Papá apuntó el número de cajas que habíamos pizcado. Roberto trazaba diseños en la tierra con un palito. De pronto vi a palidecer a Papá que miraba hacia el camino. «Allá viene el camión de la escuela», susurró alarmado. Instintivamente, Roberto y yo corrimos a escondernos entre las viñas. El camión amarillo se paró frente a la casa del señor Sullivan. Dos niños muy limpiecitos y bien vestidos se apearon. Llevaban libros bajo sus brazos. Cruzaron la calle y el camión se alejó. Roberto y yo salimos de nuestro escondite y regresamos adonde estaba Papá. «Tienen que tener cuidado», nos advirtió.<br />
<br />
Después del almuerzo volvimos a trabajar. El calor oliente y pesado, el zumbido de los insectos, el sudor y el polvo hicieron que la tarde pareciera una eternidad. Al fin las montañas que rodeaban el valle se tragaron el sol. Una hora después estaba demasiado oscuro para seguir trabajando. Las parras tapaban las uvas y era muy difícil ver los racimos. «Vámonos», dijo Papá señalándonos que era hora de irnos. Entonces tomó un lápiz y comenzó a calcular cuánto habíamos ganado ese primer día. Apuntó números, borró algunos, escribió más. Alzó la cabeza sin decir nada. Sus tristes ojos sumidos estaban humedecidos.<br />
<br />
Cuando regresamos del trabajo, nos bañamos afuera con el agua fría bajo una manguera. Luego nos sentamos a la mesa hecha de cajones de madera y comimos con hambre la sopa de fideos, las papas y tortillas de harina blanca recién hechas. Después de cenar nos acostamos a dormir, listos para empezar a trabajar a la salida del sol.<br />
<br />
Al día siguiente, cuando me desperté, me sentía magullado, me dolía todo el cuerpo. Apenas podía mover los brazos y las piernas. Todas las mañanas cuando me levantaba me pasaba lo mismo hasta que mis músculos se acostumbraron a ese trabajo.<br />
<br />
Era lunes, la primera semana de noviembre. La temporada de uvas había terminado y yo podía ir a la escuela. Me desperté temprano esa mañana y me quedé acostado mirando las estrellas y saboreando el pensamiento de no ir a trabajar y de empezar el sexto grado por primera vez ese año. Como no podía dormir, decidí levantarme y desayunar con Papá y Roberto. Me senté cabizbajo frente a mi hermano. No quería mirarlo porque sabía que estaba triste. Él no asistiría a la escuela hoy, ni mañana, ni la próxima semana. No iría hasta que se acabara la temporada de algodón, y eso sería en febrero. Me froté las manos y miré la piel seca y manchada de ácido enrollarse y caer al suelo.<br />
<br />
Cuando Papá y Roberto se fueron a trabajar, sentí un gran alivio. Fui a la cima de una pendiente cerca de la choza y contemplé la «Carcachita» en su camino hasta que desapareció en una nube de polvo.<br />
<br />
Dos horas más tarde, a eso de las ocho, esperaba el camión de la escuela. Por fin llegó. Subí y me senté en un asiento desocupado. Todos los niños se entretenían hablando o gritando.<br />
<br />
Estaba nerviosísimo cuando el camión se paró delante de la escuela. Miré por la ventana y vi una muchedumbre de niños. Algunos llevaban libros, otros juguetes. Me bajé del camión, metí las manos en los bolsillos, y fui a la oficina del director. Cuando entré oí la voz de una mujer diciéndome: «May I help you?» Me sobresalté. Nadie me había hablado en inglés desde hacía meses. Por varios segundos me quedé sin poder contestar. Al fin, después de mucho esfuerzo, conseguí decirle en inglés que me quería matricular en el sexto grado. La señora entonces me hizo una serie de preguntas que me parecieron impertinentes. Luego me llevó a la sala de clase.<br />
<br />
El señor Lema, el maestro de sexto grado, me saludó cordialmente, me asignó un pupitre, y me presentó a la clase. Estaba tan nervioso y asustado en ese momento cuando todos me miraban que deseé estar con Papá y Roberto pizcando algodón. Después de pasar lista, el señor Lema le dio a la clase la asignatura de la primera hora. «Lo primero que haremos esta mañana es terminar de leer el cuento que comenzamos ayer», dijo con entusiasmo. Se acercó a mí, me dio su libro y me pidió que leyera. «Estamos en la página 125», me dijo. Cuando lo oí, sentí que toda la sangre me subía a la cabeza, me sentí mareado. «¿Quisieras leer?», me preguntó en un tono indeciso. Abrí el libro a la página 125. Sentí a la boca seca. Los ojos se me comenzaron a aguar. El señor Lema entonces le pidió a otro niño que leyera.<br />
<br />
Durante el resto de la hora me empecé a enojar más y más conmigo mismo. Debí haber leído, pensaba yo.<br />
<br />Durante el recreo me llevé el libro al baño y lo abrí a la página 125. Empecé a leer en voz baja, pretendiendo que estaba en clase. Había muchas palabras que no sabía. Cerré el libro y volví a la sala de clase.<br />
<br />
El señor Lema estaba sentado en su escritorio. Cuando entré me miró sonriendo. Me sentí mucho mejor. Me acerqué a él y le pregunté si me podía ayudar con las palabras desconocidas. «Con mucho gusto», me contestó.<br />
<br />
El resto del mes pasé mis horas de almuerzo estudiando ese inglés con la ayuda del buen señor Lema.<br />
<br />
Un viernes durante la hora del almuerzo, el señor Lema me invitó a que lo acompañara a la sala de música. «¿Te gusta la música?», me preguntó. «Sí, muchísimo», le contesté entusiasmado, «me gustan los corridos mexicanos». Él entonces cogió una trompeta, la tocó y me la pasó. El sonido me hizo estremecer. Era un sonido de corridos que me encantaba. «¿Te gustaría aprender a tocar este instrumento?», me preguntó. Debió haber comprendido la expresión en mi cara porque antes que yo respondiera, añadió: «Te voy a enseñar a tocar esta trompeta durante las horas del almuerzo».<br />
<br />
Ese día casi no podía esperar el momento de llegar a casa y contarles las nuevas a mi familia. Al bajar del camión me encontré con mis hermanitos que gritaban y brincaban de alegría. Pensé que era porque yo había llegado, pero al abrir la puerta de la chocita, vi que todo estaba empacado en cajas de cartón...</div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-42281002366654258932020-06-01T04:07:00.000-04:002020-07-02T04:07:56.524-04:00"El ogro" de Vicente Blasco Ibáñez<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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El ogro</div>
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Vicente Blasco Ibáñez</div>
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(España)</div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0in; text-align: center;">
<span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 16.0pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><br /></span></div>
En todo el barrio del Pacífico era conocido aquel endiablado carretero, que alborotaba las calles con sus gritos y los furiosos chasquidos de su tralla. <br /><br />Los vecinos de la gran casa en cuyo bajo vivía, habían contribuido a formar su mala reputación… ¡Hombre más atroz y mal hablado!… ¡Y luego dicen los periódicos que la Policía detiene por blasfemos! <br /><br />Pepe el carretero hacia méritos diariamente, según algunos vecinos, para que le cortaran la lengua y le llenasen la boca de plomo ardiendo, como en los mejores tiempos del Santo Oficio. Nada dejaba en paz, ni humano ni divino. Se sabía de memoria todos los nombres venerables del almanaque, únicamente por el gusto de faltarles, y así que se enfadaba con sus bestias y levantaba el látigo, no quedaba santo, por arrinconado que estuviese en alguna de las casillas del mes, al que no profanase con las más sucias expresiones. En fin: ¡un horror!; y lo más censurable era que, al encararse con sus tozudos animales, azuzándolos con blasfemias mejor que con latigazos, los chiquillos del barrio acudían para escucharle por perversa intención, regodeándose ante la fecundidad inagotable del maestro. <br /><br />Los vecinos, molestados a todas horas por aquella interminable sarta de maldiciones, no sabían cómo librarse de ellas. <br /><br />Acudían al del piso principal, un viejo avaro que había alquilado la cochera a Pepe, no encontrando mejor inquilino. <br /><br />-No hagan ustedes caso -contestaba-. Consideren que es un carretero, y que para este oficio no se exigen exámenes de urbanidad. Tiene mala lengua, eso sí; pero es hombre muy formal y paga sin retrasarse un solo día. Un poco de caridad, señores. <br /><br />A la mujer del maldito blasfemo la compadecían en toda la casa. <br /><br />-No lo crean ustedes -decía, riendo, la pobre mujer-, no sufro nada de él. ¡Criatura más buena! Tiene su geniecillo; pero, ¡ay hija!, Dios nos libre del agua mansa… Es de oro; alguna copita para tomar fuerzas; pero nada de ser como otros, que se pasan el día como estacas frente al mostrador de la taberna. No se queda ni un céntimo de lo que gana, y eso que no tenemos familia, que es lo que más le gustaría. <br /><br />Pero la pobre mujer no lograba convencer a nadie de la bondad de su Pepe. Bastaba verle. ¡Vaya una cara! En presidio las había mejores. Era nervudo, cuadrado, velloso como una fiera, la cara cobriza, con rudas protuberancias y profundos surcos, los ojos sanguinolentos y la nariz aplastada, granujienta, veteada de azul, con manojos de cerdas, que asomaban como tentáculos de un erizo que dentro de su cráneo ocupase el lugar del cerebro. <br /><br />A nada concedía respeto. Trataba de reverendos a los machos que le ayudaban a ganar el pan, y cuando en los ratos de descanso se sentaba a la puerta de la cochera, deletreaba penosamente, con vozarrón que se oía hasta en los últimos pisos, sus periódicos favoritos, los papeles más abominables que se publicaban en Madrid y que algunas señoras miraban desde arriba con el mismo tenor que si fuesen máquinas explosivas. <br /><br />Aquel hombre que ansiaba cataclismos y que soñaba con la gorda, pero muy gorda, vivía, por ironía, en el barrio del Pacífico. <br /><br />La más leve cuestión de su mujer con las criadas le ponía fuera de si, y abriendo el saco de las amenazas prometía subir para degollar a todos los vecinos y pegar fuego a la casa; cuatro gotas que cayesen en su patio desde las galenas bastaban para que de su boca infecta saliese la triste procesión de santos profanados, con acompañamiento de horripilantes profecías, para el día en que las cosas fuesen rectas y los pobres subiesen encima, ocupando el lugar que les corresponde. <br /><br />Pero su odio sólo se limitaba a los mayores, a los que le temían, pues si algún muchacho de la vecindad pasaba cerca de él, acogíalo con una sonrisa semejante al bostezo del ogro y extendiendo su mano callosa, pretendía acariciarle. <br /><br />Como se había propuesto no dejar en paz a nadie en la casa, hasta se metía con la pobre loca, una gata vagabunda que ejercía la rapiña en todas las habitaciones, pero cuyas correrías toleraban los vecinos porque con ella no quedaba rata viva. <br /><br />Parió aquella bohemia de blanco y sedoso pelaje, y, obligada a fijar domicilio para tranquilidad de su prole, escogió el patio del ogro, burlándose, tal vez, del terrible personaje. <br /><br />Había que oír al carretero. ¿Era su patio algún corral para que viniesen a emporcarlo con sus crías los animales de la vecindad? De un momento a otro iba a enfadarse, y si él se enfadaba de veras, ¡pum!, de la primera patada iba la Loca y sus cachorros a estrellarse en la pared de enfrente. <br /><br />Pero mientras el ogro tomaba fuerzas para dar su terrible patada y la anunciaba a gritos cien veces al día, la pobre felina seguía tranquilamente en un rincón, formando un revoltijo de pelos rojos y negros, en el que brillaban los ojos con lívida fosforescencia, y coreando irónicamente las amenazas del carretero: «¡Miau! ¡Miau!» <br /><br />Bonito verano era aquel. Trabajo, poco, y un calor de infierno, que irritaba el mal humor de Pepe y hacía hervir en su interior la caldera de las maldiciones, que se escapaban a borbotones por su boca. <br /><br />La gente de posibles estaba allá lejos, en sus Biarritzes y San Sebastianes, remojándose los pellejos, mientras él se tostaba en su cocherón. ¡Lástima que el mar no se saliera, para tragarse tanto parásito! No quedaba gente en Madrid y escaseaba el trabajo. Dos días sin enganchar el carro. Si esto seguía así, tendría que comerse con patatas a sus reverendos, a no ser que echase mano a sus aves de corral, que era el nombre que daba a la Loca y a sus hijuelos. <br /><br />Fue en agosto, cuando a las once de la mañana tuvo que bajar a la estación del Mediodía para cargar unos muebles. <br /><br />-¡Vaya una hora! Ni una nube en el cielo y un sol que sacaba chispas de las paredes y parecía reblandecer las losas de las aceras. <br /><br />-¡Arre, valientes!… ¿Qué quieres tú, Loca? <br /><br />Y mientras arreaba sus machos, alejaba con el pie a la blanca gata, que maullaba dolorosamente, intentando meterse bajo las ruedas. <br /><br />-Pero ¿qué quieres, maldita?… ¡Atrás, que te va a reventar una rueda! <br /><br />Y como quien hace una obra de caridad, largó al animal tan furioso latigazo, que lo dejó arrollado en un rincón, gimiendo de dolor. <br /><br />Buena hora para trabajar. No podía mirarse a parte alguna sin sentir irritación en los ojos; la tierra quemaba; el viento ardía, como si todo Madrid estuviese en llamas; el polvo parecía incendiarse; paralizábanse lengua y garganta, y las moscas, locas de calor, revoloteaban por los labios del carretero o se pegaban al jadeante hocico de los animales en busca de frescura. <br /><br />El ogro estaba cada vez más irritado, conforme descendía la ardorosa cuesta, y mientras mascullaba sus palabrotas, animaba con el látigo a dos machos, que caminaban desfallecidos, con la cabeza baja, casi rozando el suelo. <br /><br />¡Maldito sol! Era el pillo mayor de la creación. Este si que merecía le arreglasen las cuentas el día de la gorda como enemigo de los pobres. En invierno mucho ocultarse, para que el jornalero tenga los miembros torpes y no sepa dónde están sus manos, para que caiga del andamio o le pille el carro bajo las ruedas. Y ahora, en verano, ¡eche usted rumbo! Fuego y más fuego, para que los pobres que se quedan en Madrid mueran como pollos en asador. ¡Hipocritón! De seguro que no molestaba tanto a los que se divertían en las playas elegantes de moda. <br /><br />Y recordando a tres segadores andaluces muertos de asfixia, según había leído en uno de los papeles, intentaba en vano mirar de frente al sol y lo amenazaba con el puño cerrado. ¡Asesino! … ¡Reaccionario! ¡Lástima que no estés más bajo el día de la gorda! <br /><br />Cuando llegó al depósito de mercancías, detúvose un momento a descansar. Se quitó la gorra, enjugose el sudor con las manos, y puesto a la sombra contempló todo el camino que acababa de atravesar. Aquello ardía. Y pensaba con terror en el regreso, cuesta arriba, jadeante, con el sol a plomo sobre la cabeza y arreando sin parar a las caballerías, abrumadas por el calor. No era grande la distancia de allí a su casa; pero aunque le dijeran que en la cochera le esperaba el mismo nuncio, no iba. ¡Qué había de ir!… Aun haciéndole bueno que con tal viajecito venía la gorda, lo pensaría antes de decidirse a subir la cuesta con aquella calor. <br /><br />-¡Vaya! Menos historias, y a trabajar. <br /><br />Y levantó la tapa del gran capazo de esparto atado a los varrales del carro, buscando su provisión de cuerdas. Pero su mano tropezó con unas cosas sedosas que se removían y sintió al mismo tiempo débiles arañazos en su callosa piel. <br /><br />Los dedos gruesos hicieron presa y salió a luz, cogido del pescuezo, un cachorro blanco, con las patas extendidas, el rabo enroscado por los estremecimientos del miedo y lanzando su triste ñau, ñau, como quien pide misericordia. <br /><br />La Loca, no contenta en convertir su patio en corral, se apoderaba del carro y metía la prole en el capazo para resguardarla del sol. ¿No era aquello abusar de la paciencia de un hombre?… Se acabó todo. Y abarcando en sus manazas a los cinco gatitos los arrojó en montón a sus pies. Iba a aplastarlos a patadas; lo juraba, ¡votó a esto y lo de más allá! Iba a hacer una tortilla de gatos. <br /><br />Y mientras soltaba sus juramentos sacaba de la faja su pañuelo de hierbas, lo extendía, colocaba sobre él aquel montón de pelos y maullidos, y, atando las cuatro puntas, echó a andar con el envoltorio, abandonando el carro. <br /><br />Se lanzó a correr por aquel camino de fuego, aguantando el sol con la cabeza baja, jadeante y echándose a pecho la cuesta que minutos antes no querría subir, aunque se lo mandase el nuncio. <br /><br />Algo terrible preparaba. La voluptuosidad del mal, era, sin duda, lo que le daba fuerzas. Tal vez buscaba subir alto, muy alto, para desde la cresta de un desmonte aplastar su carga de gatos. Pero se dirigió a su casa, y en la puerta le recibió la Loca con cabriolas de gozo, oliscando el hinchado pañuelo, que se estremecía con palpitaciones de vida. <br /><br />-Toma, perdida -dijo, jadeante por el calor y el cansancio de la carrera-, aquí tienes tus granujas. Por esta vez, pase; te lo perdono, porque eres un animal y no sabes cómo las gasta Pepe el carretero. Pero otra vez…, ¡hum!, a la otra… <br /><br />Y no pudiendo decir más palabras sin intercalar juramentos, el ogro volvió la espalda y fue corriendo en busca de su carro, otra vez cuesta abajo, echando demonios contra aquel sol enemigo de los pobres. Pero aunque el calor aumentaba, parecíale al pobre ogro que algo le había refrescado interiormente.</div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-69520571623295240112020-05-30T10:15:00.000-04:002020-07-01T11:16:54.680-04:00"El mago" Radio ambulante<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
Durante dos semanas el gurpo que se reune en Zoom de Estados Unidos, capitaneado por Carolyn en Austin, Texas, ley[o el artículo el mago en Radioambulante. Me mandaron sus ejercicios semanales del cuento. Aquí lo comparto con ustedes su cuento y el link a la historia en texto y audio de Radio Ambulante: <a href="https://radioambulante.org/transcripcion/el-mago-transcripcion">https://radioambulante.org/transcripcion/el-mago-transcripcion</a><br />
<br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: center; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<b><span lang="ES">El mago</span></b></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: center; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<b><span lang="ES">(de Radio ambulante)</span></b></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: center; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<b><span lang="ES">Parte 2</span></b></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<span lang="ES">Las ocho palabras:</span></div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<span lang="ES">Valiente</span></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<span lang="ES">Quedar(se)</span></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<span lang="ES">Dar de alta</span></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Trabajo</div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Siglas </div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Derrame</div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Rosado</div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Inseguro</div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: Calibri,sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<span lang="ES">El cartero
valiente, después de contraer el virus, tenía que dejar su trabajo porque se
quedó en el hospital tanto tiempo. Había
peligro del derrame cerebral. Pero finalmente
se recuperó y le dieron de alta en su bata de seda rosada con sus siglas bordadas
en el bolsillo. Todavía se sentía
inseguro, pero quería regresar al trabajo.
Otro héroe de estos tiempos…</span></div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike><br /></div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-2306434910873495662020-05-28T11:08:00.000-04:002020-07-01T11:10:15.413-04:00Ejercicio de lectura y escritura de "El huésped" de Amparo Dávila<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
Este es el ejercicio de lectura y escritura de las clase hecha por zoom de los estudiantes en Austin, Texas del cuento El huésped de Amparo Dávila<br />
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-MX" style="background: yellow; font-size: 14.0pt; line-height: 107%; mso-ansi-language: ES-MX; mso-highlight: yellow;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">
</div>
<ol>
<li>Repentina </li>
<li>Niño </li>
<li>Marido </li>
<li>Desconfianza </li>
<li>Acostumbrar </li>
<li>Coraje </li>
<li>Arañar </li>
<li>Clavo </li>
</ol>
<br />
<br />
El cuento es el siguente:<br />
<div>
<br />
Un día el marido volvió a casa después de cumplir su trabajo y sintió que tenía bastante coraje para hablar con su mujer sobre la desconfianza de que su niño no era su hijo. El marido no está acostumbrado a mostrar su coraje de forma repentina sin embargo esta vez decidió poner el clavo en la mesa mientras arañaba su cabeza.</div>
</div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-28867990310770643892020-05-27T09:18:00.004-04:002020-07-01T11:01:25.467-04:00Ejercicio de lectura y escritura de "El amor que yo quería contar" de Rogelio Guedea<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div>
Para leer el cuento <b>El amor que yo quería contar</b> de Rogelio Guedea haga clic <a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2010/11/el-amor-que-yo-queria-contar-by-rogelio.html" target="_blank">aqui</a></div>
<div>
<br /></div>
El 27 de mayo di tres clases via Zoom con estudiantes del Instituo Cervantes de Atenas. Leímos El amor que yo quería contar de Rogelio Guedea. Incluyo los ejercicios de ocho palabras que realicé con cada grupo. <br />
<br />
<b>Primer grupo: </b><br />
<br />
Las ocho palabras que escogieron fueron:<br />
<br />
<ol style="text-align: left;">
<li>Al azar</li>
<li>Salón de baile</li>
<li>Mujer</li>
<li>Promesas</li>
<li>Diez</li>
<li>Lluvia</li>
<li>Pasillo</li>
<li>Amorosamente</li>
</ol>
<br />
El cuento que escribieron fue el siguiente: <br />
<br />
<br />
Cada noche a las diez, Manuel esperaba a Teresa a lado del pasillo del salón de baile. Pero esta vez a causa de la lluvia no había podido cumplir esa promesa. Entonces, Teresa eligió a una mujer al azar para contarle su sufrimiento de su decepción amorosa de Manuel.<br />
<br />
<br />
<b>Segundo grupo:</b><br />
<br />
Las ocho palabras que escogieron fueron: <br />
<ol>
<li> Amor</li>
<li>Historia</li>
<li>Zapatillas</li>
<li>Promesas</li>
<li>Encontrar</li>
<li>Esperar</li>
<li>Lluvia</li>
<li>Jardín</li>
</ol>
El cuento que escribieron fue el siguiente:<br />
<br />
María miraba unas zapatillas y encontró a Juan. Dieron un paseo por un jardín. De repente comenzó a llover. No lo esperaban. Pero lo que menos se esperaban es que después de terminar la lluvia, María y Juan se prometieron una historia de amor.<br />
<br />
<b>Tercer grupo:</b><br />
<br />
Las ocho palabras que escogieron fueron: <br />
<ol style="text-align: left;">
<li>Detenimiento</li>
<li>Amor</li>
<li>Azar</li>
<li>Zapatillas</li>
<li>Besos</li>
<li>Sabor</li>
<li>Jardín</li>
<li>Invitar</li>
</ol>
<br />
El cuento que escribieron fue el siguiente: <br />
<br />
Fui al jardín por mis nuevas zapatillas. De repente vi al amor de mi vida arreglando las flores. Me dio un beso con sabor a café. A ella le extrañó el sabor a café y que él la miraba con detenimiento. De pronto él le dijo: eres muy bella, como las flores. Como ella le tenía miedo a las flores corrió alejándose para siempre del amor de vida. El azar los había separado. <br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br /></div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-80901823441932560082020-05-16T10:59:00.002-04:002020-07-01T11:03:21.879-04:00Ejercicios del grupo de lectura y escritura del cuento "El fantasma" de Enrique Anderson Imbert<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Estos son los ejercicios del grupo de lectura y escritura del cuento <b><a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2013/01/el-fantasma-de-enrique-anderson-imbert.html" target="_blank">El fantasma</a> </b>de Enrique Anderson Imbert leido con el grupo en Austin Texas, usando zoom.</span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las ocho palabras que eligieron fueron:</div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
</div>
<ol style="text-align: left;">
<li><span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Acechar</span></li>
<li><span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Pesadumbre</span></li>
<li><span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Campo santo</span></li>
<li><span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Párpado</span></li>
<li><span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Moflete</span></li>
<li><span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Exangüe</span></li>
<li><span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Patio</span></li>
<li><span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Rostro</span></li>
</ol>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Los cuentos que escribieron fueron:</span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Cuento #1</span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Érase una
vez una niña de nueve años llamada Raquel. Tenía un rostro muy raro con
mofletes gigantescos como si hubieran sido pinchados por sus abuelas y párpados
que se movían tan rápido como dos chitas huyendo de unos leones. Ella vivía a
lado del camposanto a dónde acostumbraba a ir una mujer misteriosa. Era una
mujer apesadumbrada de rostro exangüe que había perdido a su hija hacía unos
meses. Al ver a Raquel jugando en el patio del camposanto, se escondió y la
acechó. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="" style="mso-ansi-language: ES-MX;">Cuento #2</span></div>
<div class="MsoNormal">
</div>
<ol style="text-align: left;">
<li><span style="background-color: white;"><span lang="" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">Muchedumbre</span></span></li>
<li><span style="background-color: white;"><span lang="" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">De repente</span></span></li>
<li><span style="background-color: white;"><span lang="" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">Agujereado</span></span></li>
<li><span style="background-color: white;"><span lang="" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">A eso de…</span></span></li>
<li><span style="background-color: white;"><span lang="" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">Empapado</span></span></li>
<li><span style="background-color: white;"><span lang="" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">Tragar</span></span></li>
<li><span style="background-color: white;"><span lang="" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">Comején</span></span></li>
<li><span lang="" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-color: white; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">Piscador</span></li>
</ol>
<br />
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="">El piscador
fue a la finca. Observó una muchedumbre que se tragaba el sol y no sabía por
qué. Había tanta gente que parecían comejenes dentro de una pared. A eso de la
madrugada una sombra misteriosa y empapada se tragó a la gente. De repente la sombra
sintió un dolor en el estómago. Una mujer se compadeció de la sombra y le
agujereó el estómago provocando que la gente saliera. La sombra eructó.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="">
</span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br /></div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-21437216461492097052020-05-16T06:45:00.001-04:002020-05-16T06:50:01.748-04:00Ejercicio de lectura y escritura de "El huesped" de Amparo Dávila<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
Con el grupo de Y... ¿qué me cuentas? que estamos llevando por zoom los sábados, el pasado 9 de mayo del 2020 leímos el cuento <a href="http://yquemecuentas.blogspot.com/2020/04/el-huesped-de-amparo-davila.html" target="_blank">"El huesped" de Amparo Dávila</a>. Esta vez cada una de las que participaron en la clase eligieron sus propias ocho palabras y escribieron una pequeña historia con ellas. Leamos sus creaciones literarias:<br />
<div>
Carolyn escribió:</div>
<div>
<br /></div>
Mis 8 palabras<br />
Siniestro<br />
Arrojaba<br />
Acechaba<br />
Cenador<br />
<div>
Enredaderas.</div>
<div>
Indispensable</div>
Agotado<br />
Odio<br />
<br />
Mi cuento<br />
<br />
Pasaron los años y nunca volvimos a hablar de “él”, ni yo ni mi esposo, Julio. Sin embargo, había notado algunos cambios sutiles en el compartimiento de mi marido. Empezó, poco a poco, a regresar del trabajo más temprano. <span style="background-color: yellow;">Llegué </span>a ser más relajado y menos agotado. No pensaba mucho en eso, pero en retrospectiva, los cambios empezaron con la muerte del huésped siniestro.<br />
<br />
Luego vino la cuarentena. El negocio de mi esposo había cerrado temporalmente y tuvimos que quedarnos en casa. ¿Qué íbamos a hacer? En el pasado, sólo hablábamos <span style="background-color: yellow;">del</span> indispensable, pero empezamos a hablar de lo importante – nuestros pensamientos, nuestros deseos.<br />
<br />
Una tarde, sentados en el cenador y rodeados de enredaderas, mi esposo me contó una historia muy extraña<span style="background-color: yellow; color: black;">. Había nacido un mellizo. </span> Su hermano siempre era muy diferente de él. Julio siempre sacó buenas notas en la escuela, el hermano no. Julio tenía muchos amigos, pero su hermano tenía pocos. El comportamiento de Julio era perfecto (según él), mientras su hermano se comportaba mal. El hermano hacía berrinches y arrojaba muebles cuando las cosas no le salían bien. <br />
<br />
Todas estas diferencias hicieron que Julio fuera el favorito de sus padres. Resultó que el hermano odió a Julio. Julio, por otro lado, quiso a su hermano por ser mellizo.<br />
<br />
Julio me dijo que no había visto a su hermano durante 10 años. Un día el hermano había tocado a la puerta de su oficina. Dijo que la policía lo estaba buscando. Había visto a una joven muy linda de 16 años en la cancha de tenis. Estaba tan absorto en su belleza que empezó a acecharla. La joven se enteró de ello y tenía miedo de él. Una noche el hermano la atrapó y la violó. Cuando su familia se dio cuento de lo que había pasado, llamó a la policía. De ser muy rica y poderosa, la familia tenía mucha influencia y el hermano sabía que si la policía lo encontrara iba a meterlo en la cárcel, o peor. Por eso le pidió a su hermano que se refugiara.<br />
<br />
<div>
Julio le había ofrecido un cuarto en la casona pero nunca me había explicado la relación.</div>
<div>
<br /></div>
<div>
___________________/////////////__________________________</div>
<div>
<br /></div>
<div>
Yoko</div>
<div>
<br /></div>
<div>
Las ocho palabras</div>
<div>
<br style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;" />
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">*loco</span><br />
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">*amar</span><br />
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">*dolor</span><br />
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">*perder</span><br />
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">*él</span><br />
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">*valiente</span><br />
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">*extraño</span><br />
<div style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
*volver</div>
<div style="-webkit-text-stroke-width: 0px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div style="-webkit-text-stroke-width: 0px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Cuento:</div>
</div>
<div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"><span style="font-family: "times new roman";"></span><span style="font-size: small;"></span><span style="color: #b00000;"></span>El huésped fue (era?) su marido. Él <span style="background-color: yellow;">era</span> loco como un psicópata y amaba la protagonista demasiado. El dolor de ella fue equivalente <span style="background-color: yellow; color: black;">en </span>su placer. Siempre tenia miedo de perderla.</span></div>
<div>
<br style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;" />
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">Un día<span style="color: yellow;"> </span><span style="background-color: yellow; color: black;">convirtió en </span><span style="color: black;"><span style="background-color: yellow;">e</span></span><span style="background-color: yellow;">l existencia de “él</span>” que funciona como una fantasma. Primero ella se quedó fuera de control por miedo pero no creyó que iba a ser tan valiente por fin. Al finalizar, algo extraño pasó dentro de su cuerpo. <span style="background-color: yellow;">Estuve</span> vivo y volvió a ella sin alma. ¿Puede ser <span style="background-color: yellow;">es</span> la noticia de su muerte inexplicable?</span></div>
<div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"><br /></span></div>
<div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"><br /></span></div>
<div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">-----------------------------////////////////////////////////////////_________________</span></div>
<div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"><br /></span></div>
<div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">Cuento de Juanita:</span></div>
<div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-variant: normal; letter-spacing: normal; text-align: left; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"><span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">Acabo de terminar nuestra tarea del sábado pasado. Escribí un cuento de las memorias de mi vida</span><b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike></span></div>
<div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"><b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike><br /></span></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-variant: normal; letter-spacing: normal; text-align: left; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"></span><br />
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-variant: normal; letter-spacing: normal; text-align: left; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">Mis ocho palabras:</span></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-variant: normal; letter-spacing: normal; text-align: left; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</span>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-variant: normal; letter-spacing: normal; text-align: left; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"><br /></span></div>
<span style="background-color: white; color: #222222; display: inline; float: none; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif; font-size: 13.33px; font-variant: normal; letter-spacing: normal; text-align: left; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Pavor</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Paz</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Huésped</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Arreglar</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Confiar</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Esquina</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Desdichada</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Mandado</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Y el cuento:</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Cuando yo era niña vivíamos en un pueblo pequeño en Nebraska. Cada verano llegaba una huésped, mi abuela Ada, para visitarnos. Ella se quedaba solamente dos semanas, pero mi mamá pasaba por lo menos un mes antes arreglando cada esquina de la casa y el jardín, haciendo mandados, y preparando todo para asegurar que la visita estuviera perfecta. Mi hermana y yo nos llenábamos de pavor porque nuestra abuela casi nunca<span style="background-color: yellow;"> sonrió</span>. Creíamos que ella no confiaba en nosotras. Como aprendimos años después, la verdad era que ella siempre parecía desdichada porque había pasado una vida difícil. Ella sobrevivió tres esposos, pasó bastante pobreza durante la gran depresión de los años 30, y sufrió la pérdida de unos de sus siete hijos.</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
De todos modos,<span style="background-color: yellow; color: black;"> sentíamos </span>aliviadas cuando <span style="background-color: yellow;">abuela</span> Ada regresó a su casa y nos dejó en paz. Y cuando por fin ella <span style="background-color: yellow;">se</span> falleció a la edad de 103 años, celebramos su vida y las buenas memorias con un una gran reunión de la familia.</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
--------------------/////////////////////---------------------------</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Cuento de Pat:</div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0px; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
Las ocho palabras:</div>
<div>
<ol style="text-align: left;">
<li>desdichada</li>
<li>pavor</li>
<li>acechando</li>
<li>entornada</li>
<li>arrojadas</li>
<li>madreselvas</li>
<li>atemorizaría</li>
<li>espantosos</li>
</ol>
<div>
<br /></div>
<div>
<br /></div>
<div>
El cuento:</div>
Ella vivía una existencia desdichada con un pavor del huésped que estaba acechándola. Siempre dejaba la puerta de su <span style="background-color: yellow;">cámara</span> entornada. Por eso, oía gritos y cosas arrojadas dentro de la habitación del huésped. Solo estaba en paz en su jardín cuando podía oler las madreselvas. Todas las noches el huésped la a<span style="background-color: yellow;">temorizaría</span> con sonidos espantosos. En realidad, no había ningún huésped. Ella tuvo una pesadilla.</div>
<div>
<br /></div>
<div>
<br /></div>
<div>
____________________////////////////////_____________</div>
<div>
Cuento de Debbie:</div>
<div>
<br /></div>
<div>
<div style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Las ocho palabras:</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Pavor</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Amarillentos</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Alimentación</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Regar</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Lúgubre</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Acechar</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">corredores</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
enredadera</div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX"></span></div>
</div>
<div style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Déjame presentarme. Sé que no
quieres nombrarme, pero me llamo Pavor. Vivo en el rincón más oscuro de tu
mente. Eres la dueña de mi vida y tienes <span style="background-color: yellow;">todo dominio</span> sobre mis días. Tú
decides que forma tomo. A veces un animal de ojos amarillentos. A veces tu
marido enfurecido. Salgo de mi rincón solamente cuando me das alimento con tu
ansiedad o cuando me riegas con tu temor. Crezco en tus momentos más lúgubres.
Te acecho por los corredores cuando las sombras de las enredaderas te asustan. Me
agacho debajo de tu cama durante tus pesadillas. </span><span lang="ES-MX">Pero casi me muero cuando estás en
el jardín bajo el cálido sol, cuando la luz acaricia la cara.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Me haces más pequeño cuando eres
valiente y huyo a mi rincón negro cuando no me haces caso.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">Sin embargo, nunca moriré. Te espero
siempre.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX">____________/////////////////////////_______________________</span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: "calibri","sans-serif"; font-size: 11pt; line-height: 115%; margin: 0in 0in 0pt;">
<span lang="ES-MX"><br /></span></div>
</div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike></div>
</span><br />
<div style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "arial","helvetica",sans-serif; font-size: large; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
<br /></div>
<div style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #222222; font-family: "calibri",sans-serif; font-size: 12pt; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; margin: 0in 0in 0pt; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;">
</div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike><br /></div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-63209332088396329762020-05-10T10:17:00.000-04:002020-05-22T10:25:03.522-04:00Ejercicio de lectura y escritura de "Cajas de cartón" de Francisco Jiménez<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
Para leer el cuento relacionado con este ejercicio haga clic <a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2020/05/ejercicio-de-lectura-y-escritura-de.html" target="_blank">aquí</a><br />
<br />
El ejercicio de ocho palabras del grupo de Zoom en el que estuvieron reunidos personas de diversas partes de Estados Unidos es el siguiente:<br />
<br />
Palabras:<br />
<div>
<ol style="text-align: left;">
<li>Muchedumbre</li>
<li>De repente</li>
<li>Agujereado</li>
<li>A eso de…</li>
<li>Empapado</li>
<li>Tragar</li>
<li>Comején</li>
<li>Piscador</li>
</ol>
<div>
<br /></div>
<div>
El cuento que escribió el grupo:</div>
<div>
<br /></div>
El piscador fue a la finca. Observó una muchedumbre que se tragaba el sol y no sabía por qué. Había tanta gente que parecían comejenes dentro de una pared. A eso de la madrugada una sombra misteriosa y empapada se tragó a la gente. De repente la sombra sintió un dolor en el estómago. Una mujer se compadeció de la sombra y le agujereó el estómago provocando que la gente saliera. La sombra eructó.</div>
<br />
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike></div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-83023327780040013552020-05-09T10:14:00.000-04:002020-05-22T10:28:01.961-04:00"Cajas de Cartón" de Francisco Jiménez<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
Cajas de Cartón </div>
<div style="text-align: center;">
Francisco Jiménez (México- USA)<br />
Para leer el ejercicio relacionado a esta lectura haga clic <a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2020/05/ejercicio-de-lectura-y-escritura-de.html" target="_blank">aquí</a></div>
<br />
<br />
Era a fines de agosto. Ito, el aparcero, ya no sonreía. Era natural. La cosecha de fresas terminaba, y los trabajadores, casi todos braceros, no recogían tantas cajas de fresas como en los meses de junio y julio. Cada día el número de braceros disminuía. El domingo sólo uno - el mejor pizcador - vino a trabajar. A mí me caía bien. A veces hablábamos durante nuestra media hora de almuerzo. Así fue como supe que era de Jalisco, de mi tierra natal. Ese domingo fue la última vez que lo vi. <br />
<br />
Cuando el sol se escondía detrás de las montañas, Ito nos señaló que era hora de ir a casa. «Ya hes horra», gritó en su español mocho. Ésas eran las palabras que yo ansiosamente esperaba doce horas al día, todos los días, siete días a la semana, semana tras semana, y el pensar que no las volvería a oír me entristeció. <br />
<br />
Por el camino rumbo a casa, Papá no dijo una palabra. Con las dos manos en el volante miraba fijamente el camino. Roberto, mi hermano mayor, también estaba callado. Echó para atrás la cabeza y cerró los ojos. El polvo que entraba de fuera lo hacía toser repetidamente. <br />
<br />
Era a fines de agosto. Al abrir la puerta de nuestra chocita me detuve. Vi que todo lo que nos pertenecía estaba empacado en cajas de cartón. De repente sentí aún más el peso de las horas, los días, las semanas, los meses de trabajo. Me senté sobre una caja, y se me llenaron los ojos de lágrimas al pensar que teníamos que mudarnos a Fresno. <br />
<br />
Esa noche no pude dormir, y un poco antes de las cinco de la madrugada Papá, que a la cuenta tampoco había pegado los ojos toda la noche, nos levantó. A los pocos minutos los gritos alegres de mis hermanitos, para quienes la mudanza era una aventura, rompieron el silencio del amanecer. Los ladridos de los perros <br />
<br />
pronto los acompañaron. <br />
<br />
Mientras empacábamos los trastes del desayuno, Papá salió para encender la «Carcachita». Ése era el nombre que Papá le puso a su viejo Plymouth, negro. Lo compró en una agencia de carros usados en Santa Rosa. Papá estaba muy orgulloso de su carro. «Mi Carcachita» lo llamaba cariñosamente. Tenía derecho a sentirse así. Antes de comprarlo, pasó mucho tiempo mirando a otros carros. Cuando al fin escogió la «Carcachita», la examinó palmo a palmo. Escuchó el motor, inclinando la cabeza de lado a lado como un perico, tratando de detectar cualquier ruido que pudiera indicar problemas mecánicos. Después de satisfacerse con la apariencia y los sonidos del carro, Papá insistió en saber quién había sido el dueño. Nunca lo supo, pero compró el carro de todas maneras. Papá pensó que el dueño debió haber sido alguien importante porque en el asiento de atrás encontró una corbata azul. <br />
<br />
Papá estacionó el carro enfrente a la choza y dejó andando el motor. «Listo», gritó. Sin decir la palabra, Roberto y yo comenzamos a acarrear las cajas de cartón al carro. Roberto cargó las dos más grandes y yo las más chicas. Papá luego cargó el colchón ancho sobre la capota del carro y lo amarró a los parachoques con sogas para que no se volara con el viento en el camino. <br />
<br />
Todo estaba empacado menos la olla de Mamá. Era una olla vieja y galvanizada que había comprado en una tienda de segunda en Santa María. La olla estaba llena de abolladuras y mellas, y mientras más abollada estaba, más le gustaba a Mamá. «Mi olla» la llamaba orgullosamente. <br />
<br />
Sujeté abierta la puerta de la chocita mientras Mamá sacó cuidadosamente su olla, agarrándola por las dos asas para no derramar los frijoles cocidos. Cuando llegó al carro, Papá tendió las manos para ayudarle con ella. Roberto abrió la puerta posterior del carro y Papá puso la olla con mucho cuidado en el piso detrás del asiento. Todos subimos a la «Carcachita». Papá suspiró, se limpió el sudor de la frente con las mangas de la camisa, y dijo con cansancio: «es todo». <br />
<br />
Mientras nos alejábamos, se me hizo un nudo en la garganta. Me volví y miré a nuestra chocita por última vez. <br />
<br />
<br />
<br />
Cuando llegamos allí, Mamá se dirigió a la casa. Cruzó la cerca, pasando entre filas de rosales hasta llegar a la puerta. Tocó el timbre. Luces del portal se encendieron y un hombre alto y fornido salió. Hablaron brevemente. Cuando él entró en la casa, Mamá se apresuró hacia el carro. «¡Tenemos trabajo! El señor nos permitió quedarnos allí toda la temporada», dijo un poco sofocada de gusto y apuntando hacia un garaje viejo que estaba cerca de los establos. <br />
<br />
El garaje estaba gastado por los años. Roídas por comejenes, las paredes apenas sostenían el techo agujereado. No tenía ventanas y el piso de tierra suelta ensabanaba todo en polvo. <br />
<br />
Esa noche, a la luz de una lámpara de petróleo, desempacamos las cosas y empezamos a preparar la habitación para vivir. Roberto, enérgicamente se puso a barrer el suelo; Papá llenó los agujeros de las paredes con periódicos viejos y hojas de lata. Mamá les dio a comer a mis hermanitos. Papá y Roberto entonces trajeron el colchón y lo pusieron en una de las esquinas del garaje. «Viejita», dijo Papá, dirigiéndose a Mamá, «tú y los niños duerman en el colchón, Roberto, Panchito, y yo dormiremos bajo los árboles». <br />
<br />
Muy tempranito por la mañana al día siguiente, el señor Sullivan nos enseñó donde estaba su cosecha y, después del desayuno, Papá, Roberto y yo nos fuimos a la viña a pizcar. <br />
<br />
A eso de las nueve, la temperatura había subido hasta cerca de cien grados. Yo estaba empapado de sudor y mi boca estaba tan seca que parecía como si hubiera estado masticando un pañuelo. Fui al final del surco, cogí la jarra de agua que habíamos llevado y comencé a beber. «No tomes mucho; te vas a enfermar», me gritó Roberto. No había acabado de advertirme cuando sentí un gran dolor de estómago. Me caí de rodillas y la jarra se me deslizó de las manos. <br />
<br />
Solamente podía oír el zumbido de los insectos. Poco a poco me empecé a recuperar. Me eché agua en la cara y en el cuello y miré el lodo negro correr por los brazos y caer a la tierra que parecía hervir. <br />
<br />
Todavía me sentía mareado a la hora del almuerzo. Eran las dos de la tarde y nos sentamos bajo un árbol grande de nueces que estaba al <br />
lado del camino. Papá apuntó el número de cajas que habíamos pizcado. Roberto trazaba diseños en la tierra con un palito. De pronto vi a palidecer a Papá que miraba hacia el camino. «Allá viene el camión de la escuela», susurró alarmado. Instintivamente, Roberto y yo corrimos a escondernos entre las viñas. El camión amarillo se paró frente a la casa del señor Sullivan. Dos niños muy limpiecitos y bien vestidos se apearon. Llevaban libros bajo sus brazos. Cruzaron la calle y el camión se alejó. Roberto y yo salimos de nuestro escondite y regresamos adonde estaba Papá. «Tienen que tener cuidado», nos advirtió. <br />
<br />
Después del almuerzo volvimos a trabajar. El calor oliente y pesado, el zumbido de los insectos, el sudor y el polvo hicieron que la tarde pareciera una eternidad. Al fin las montañas que rodeaban el valle se tragaron el sol. Una hora después estaba demasiado oscuro para seguir trabajando. Las parras tapaban las uvas y era muy difícil ver los racimos. «Vámonos», dijo Papá señalándonos que era hora de irnos. Entonces tomó un lápiz y comenzó a calcular cuánto habíamos ganado ese primer día. Apuntó números, borró algunos, escribió más. Alzó la cabeza sin decir nada. Sus tristes ojos sumidos estaban humedecidos. <br />
<br />
Cuando regresamos del trabajo, nos bañamos afuera con el agua fría bajo una manguera. Luego nos sentamos a la mesa hecha de cajones de madera y comimos con hambre la sopa de fideos, las papas y tortillas de harina blanca recién hechas. Después de cenar nos acostamos a dormir, listos para empezar a trabajar a la salida del sol. <br />
<br />
Al día siguiente, cuando me desperté, me sentía magullado, me dolía todo el cuerpo. Apenas podía mover los brazos y las piernas. Todas las mañanas cuando me levantaba me pasaba lo mismo hasta que mis músculos se acostumbraron a ese trabajo. <br />
<br />
Era lunes, la primera semana de noviembre. La temporada de uvas había terminado y yo podía ir a la escuela. Me desperté temprano esa mañana y me quedé acostado mirando las estrellas y saboreando el pensamiento de no ir a trabajar y de empezar el sexto grado por primera vez ese año. Como no podía dormir, decidí levantarme y desayunar con Papá y Roberto. Me senté cabizbajo frente a mi hermano. No quería mirarlo porque sabía que estaba triste. Él no asistiría a la escuela hoy, ni mañana, ni la próxima semana. No iría <br />
hasta que se acabara la temporada de algodón, y eso sería en febrero. Me froté las manos y miré la piel seca y manchada de ácido enrollarse y caer al suelo. <br />
<br />
Cuando Papá y Roberto se fueron a trabajar, sentí un gran alivio. Fui a la cima de una pendiente cerca de la choza y contemplé la «Carcachita» en su camino hasta que desapareció en una nube de polvo. <br />
<br />
Dos horas más tarde, a eso de las ocho, esperaba el camión de la escuela. Por fin llegó. Subí y me senté en un asiento desocupado. Todos los niños se entretenían hablando o gritando. <br />
<br />
Estaba nerviosísimo cuando el camión se paró delante de la escuela. Miré por la ventana y vi una muchedumbre de niños. Algunos llevaban libros, otros juguetes. Me bajé del camión, metí las manos en los bolsillos, y fui a la oficina del director. Cuando entré oí la voz de una mujer diciéndome: «May I help you?» Me sobresalté. Nadie me había hablado en inglés desde hacía meses. Por varios segundos me quedé sin poder contestar. Al fin, después de mucho esfuerzo, conseguí decirle en inglés que me quería matricular en el sexto grado. La señora entonces me hizo una serie de preguntas que me parecieron impertinentes. Luego me llevó a la sala de clase. <br />
<br />
El señor Lema, el maestro de sexto grado, me saludó cordialmente, me asignó un pupitre, y me presentó a la clase. Estaba tan nervioso y asustado en ese momento cuando todos me miraban que deseé estar con Papá y Roberto pizcando algodón. Después de pasar lista, el señor Lema le dio a la clase la asignatura de la primera hora. «Lo primero que haremos esta mañana es terminar de leer el cuento que comenzamos ayer», dijo con entusiasmo. Se acercó a mí, me dio su libro y me pidió que leyera. «Estamos en la página 125», me dijo. Cuando lo oí, sentí que toda la sangre me subía a la cabeza, me sentí mareado. «¿Quisieras leer?», me preguntó en un tono indeciso. Abrí el libro a la página 125. Sentí a la boca seca. Los ojos se me comenzaron a aguar. El señor Lema entonces le pidió a otro niño que leyera. <br />
<br />
Durante el resto de la hora me empecé a enojar más y más conmigo mismo. Debí haber leído, pensaba yo. <br />
<br />
Durante el recreo me llevé el libro al baño y lo abrí a la página 125. Empecé a leer en voz baja, pretendiendo que estaba en clase. Había muchas palabras que no sabía. Cerré el libro y volví a la sala de clase. <br />
<br />
El señor Lema estaba sentado en su escritorio. Cuando entré me miró sonriendo. Me sentí mucho mejor. Me acerqué a él y le pregunté si me podía ayudar con las palabras desconocidas. «Con mucho gusto», me contestó. <br />
<br />
El resto del mes pasé mis horas de almuerzo estudiando ese inglés con la ayuda del buen señor Lema. <br />
<br />
Un viernes durante la hora del almuerzo, el señor Lema me invitó a que lo acompañara a la sala de música. «¿Te gusta la música?», me preguntó. «Sí, muchísimo», le contesté entusiasmado, «me gustan los corridos mexicanos». Él entonces cogió una trompeta, la tocó y me la pasó. El sonido me hizo estremecer. Era un sonido de corridos que me encantaba. «¿Te gustaría aprender a tocar este instrumento?», me preguntó. Debió haber comprendido la expresión en mi cara porque antes que yo respondiera, añadió: «Te voy a enseñar a tocar esta trompeta durante las horas del almuerzo». <br />
<br />
Ese día casi no podía esperar el momento de llegar a casa y contarles las nuevas a mi familia. Al bajar del camión me encontré con mis hermanitos que gritaban y brincaban de alegría. Pensé que era porque yo había llegado, pero al abrir la puerta de la chocita, vi que todo estaba empacado en cajas de cartón... </div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-52738084613709679142020-05-01T04:53:00.001-04:002020-05-01T04:58:26.924-04:00Ejercicio de lectura y escritura de "Un día de estos" de Gabriel García Márquez<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<span lang="ES-MX" style="font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-ansi-language: ES-MX;">¡Hola desde Grecia!</span><br />
<span lang="ES-MX" style="font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-ansi-language: ES-MX;"><br /></span>
A<span lang="ES-MX" style="font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-ansi-language: ES-MX;">yer 30 de abril del 2020 tuve mi primera clase por zoom para conectar con estudiantes que viven en diversos paises. Tuve asistentes desde Alemania, India, Grecia y España. Leímos el cuento <b><a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2012/04/un-dia-de-estos-de-gabriel-garcia.html" target="_blank">Un día de estos</a></b> de <b>Gabriel García Máquez</b> y el ejercicio de ocho palabras que escribieron grupalmente es el siguiente:</span><br />
<br />
<span lang="ES-MX" style="background: yellow; font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-ansi-language: ES-MX; mso-highlight: yellow;"><br /></span>
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;">Las ocho palabras que eligieron son:</span></span><br />
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;"></span><br /></span>
<br />
<ol style="text-align: left;">
<li><div style="text-align: left;">
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;">Marchito</span></span></div>
</li>
<li><div style="text-align: left;">
<span lang="ES-MX" style="font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-ansi-language: ES-MX;"><span style="background-color: white;">Apresurarse</span></span></div>
</li>
<li><div style="text-align: left;">
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;">Enjuto</span></span></div>
</li>
<li><div style="text-align: left;">
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;">Absceso</span></span></div>
</li>
<li><div style="text-align: left;">
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;">Lágrimas</span></span></div>
</li>
<li><div style="text-align: left;">
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;">Pañuelo</span></span></div>
</li>
<li><div style="text-align: left;">
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;">Rencor</span></span></div>
</li>
<li><div style="text-align: left;">
<span lang="ES-MX" style="background-attachment: scroll; background-clip: border-box; background-image: none; background-origin: padding-box; background-position: 0% 0%; background-repeat: repeat; background-size: auto; font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="background-color: white;">Mejilla</span></span></div>
</li>
</ol>
<div>
El cuento que construyeron estas ocho palabras es:</div>
<br />
<br />
<br />
<span lang="ES-MX" style="font-size: 12.0pt; line-height: 107%; mso-ansi-language: ES-MX;">Eduardo Costillas Ramón es un niño enjuto, rencoroso
y muy travieso que usa los pantalones marchitos. Hoy es un día especial para
Eduardo porque piensa que ganará un concurso. Sin embargo, hoy tuvo un absceso
que lo hizo sentir muy mal y muy adolorido.<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>Su madre le había dado un pañuelo mágico pero el niño se había olvidado de
ponerlo en su bolsillo. Empezó a llorar y a llorar desesperadamente y las
lágrimas que cayeron sobre sus mejillas cayeron sobre unas tortugas que venían
apresuradas a traerle el pañuelo que le regaló su mamá. </span><br />
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike></div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-16145828842237028292020-04-26T06:14:00.000-04:002020-04-26T06:14:39.797-04:00Ejercicio de lectura y escritura de "Final absurdo" de Laura Freixas<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
Hola!<br /><div>
El ejercicio de ocho palabras que se realizó en Austin, Texas el 25 de agosto del 2020 del cuento<a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2020/04/final-absurdo-de-laura-freixas.html" target="_blank"> Final absurdo </a>por Laura Freixas es el siguiente:</div>
<div>
<br /></div>
<ol style="text-align: left;">
<li>Ahínco</li>
<li>Inquieta</li>
<li>Náufrago</li>
<li>Cursi</li>
<li>Malgastar</li>
<li>Maraña</li>
<li>Manosear</li>
<li>Ronca</li>
</ol>
<div>
<br /></div>
<div>
La historia creada grupalmente es la siguiente:</div>
<br /><i>El náufrago se cayó del barco. Se sintió muy inquieto. Nadaba con mucho ahínco en el mar de marañas de hierba marina. – He malgastado la vida, –gritó en voz ronca. Manoseaba una tabla quebrada que, aunque cursi, salvó su vida. Decidió mejorar su manera de vivir.<br /></i><span style="-webkit-text-stroke-width: 0px; color: #888888; font-family: Arial,Helvetica,sans-serif; font-size: 13.33px; font-style: normal; font-variant: normal; font-weight: 400; letter-spacing: normal; orphans: 2; text-align: left; text-decoration: none; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px;"><div style="font-family: Calibri,sans-serif; margin-bottom: 0pt; margin-left: 0in; margin-right: 0in; margin-top: 0in;">
</div>
</span><b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike><br /></div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-89741212432084192712020-04-22T04:17:00.001-04:002020-05-16T06:51:21.199-04:00"El huésped" de Amparo Dávila<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: center;">
<br />
El huésped<br />
Amparo Dávila</div><div style="text-align: center;">Para leer el ejercicio de escritura de este cuento haga <a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2020/05/ejercicio-de-lectura-y-escritura-de-el.html" target="_blank">clic </a></div>
<div style="text-align: left;">
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike><a href="https://yquemecuentas.blogspot.com/2020/05/ejercicio-de-lectura-y-escritura-de-el.html" target="_blank"></a><br /></div>
<div style="text-align: left;">
<br />
Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje.<br />
Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz. Representaba para mi marido algo así como un mueble, que se acostumbra uno a ver en determinado sitio, pero que no causa la menor impresión. Vivíamos en un pueblo pequeño, incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer.<br />
No pude reprimir un grito de horror, cuando lo vi por primera vez. Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin parpadeo, que parecían penetrar a través de las cosas y de las personas.<br />
Mi vida desdichada se convirtió en un infierno. La misma noche de su llegada supliqué a mi marido que no me condenara a la tortura de su compañía. No podía resistirlo; me inspiraba desconfianza y horror. «Es completamente inofensivo» —dijo mi marido mirándome con marcada indiferencia. «Te acostumbrarás a su compañía y, si no lo consigues…“ No hubo manera de convencerlo de que se lo llevara. Se quedó en nuestra casa.<br />
No fui la única en sufrir con su presencia. Todos los de la casa —mis niños, la mujer que me ayudaba en los quehaceres, su hijito— sentíamos pavor de él. Sólo mi marido gozaba teniéndolo allí.<br />
Desde el primer día mi marido le asignó el cuarto de la esquina. Era ésta una pieza grande, pero húmeda y oscura. Por esos inconvenientes yo nunca la ocupaba. Sin embargo él pareció sentirse contento con la habitación. Como era bastante oscura, se acomodaba a sus necesidades. Dormía hasta el oscurecer y nunca supe a qué hora se acostaba.<br />
Perdí la poca paz de que gozaba en la casona. Durante el día, todo marchaba con aparente normalidad. Yo me levantaba siempre muy temprano, vestía a los niños que ya estaban despiertos, les daba el desayuno y los entretenía mientras Guadalupe arreglaba la casa y salía a comprar el mandado.<br />
La casa era muy grande, con un jardín en el centro y los cuartos distribuidos a su alrededor. Entre las piezas y el jardín había corredores que protegían las habitaciones del rigor de las lluvias y del viento que eran frecuentes. Tener arreglada una casa tan grande y cuidado el jardín, mi diaria ocupación de la mañana, era tarea dura. Pero yo amaba mi jardín. Los corredores estaban cubiertos por enredaderas que floreaban casi todo el año. Recuerdo cuánto me gustaba, por las tardes, sentarme en uno de aquellos corredores a coser la ropa de los niños, entre el perfume de las madreselvas y de las bugambilias.<br />
En el jardín cultivaba crisantemos, pensamientos, violetas de los Alpes, begonias y heliotropos. Mientras yo regaba las plantas, los niños se entretenían buscando gusanos entre las hojas. A veces pasaban horas, callados y muy atentos, tratando de coger las gotas de agua que se escapaban de la vieja manguera.<br />
Yo no podía dejar de mirar, de vez en cuando, hacia el cuarto de la esquina. Aunque pasaba todo el día durmiendo no podía confiarme. Hubo muchas veces que cuando estaba preparando la comida veía de pronto su sombra proyectándose sobre la estufa de leña. Lo sentía detrás de mí… yo arrojaba al suelo lo que tenía en las manos y salía de la cocina corriendo y gritando como una loca. Él volvía nuevamente a su cuarto, como si nada hubiera pasado<br />
Creo que ignoraba por completo a Guadalupe, nunca se acercaba a ella ni la perseguía. No así a los niños y a mí. A ellos los odiaba y a mí me acechaba siempre.<br />
Cuando salía de su cuarto comenzaba la más terrible pesadilla que alguien pueda vivir. Se situaba siempre en un pequeño cenador, enfrente de la puerta de mi cuarto. Yo no salía más. Algunas veces, pensando que aún dormía, yo iba hacia la cocina por la merienda de los niños, de pronto lo descubría en algún oscuro rincón del corredor, bajo las enredaderas. «¡Allí está ya, Guadalupe!»; gritaba desesperada.<br />
Guadalupe y yo nunca lo nombrábamos, nos parecía que al hacerlo cobraba realidad aquel ser tenebroso. Siempre decíamos: —Allí está, ya salió, está durmiendo, él, él, él..<br />
Solamente hacía dos comidas, una cuando se levantaba al anochecer y otra, tal vez, en la madrugada antes de acostarse. Guadalupe era la encargada de llevarle la bandeja, puedo asegurar que la arrojaba dentro del cuarto pues la pobre mujer sufría el mismo terror que yo. Toda su alimentación se reducía a carne, no probaba nada más.<br />
Cuando los niños se dormían, Guadalupe me llevaba la cena al cuarto. Yo no podía dejarlos solos, sabiendo que se había levantado o estaba por hacerlo. Una vez terminadas sus tareas, Guadalupe se iba con su pequeño a dormir y yo me quedaba sola, contemplando el sueño de mis hijos. Como la puerta de mi cuarto quedaba siempre abierta, no me atrevía a acostarme, temiendo que en cualquier momento pudiera entrar y atacarnos. Y no era posible cerrarla; mi marido llegaba siempre tarde y al no encontrarla abierta habría pensado… Y llegaba bien tarde. Que tenía mucho trabajo, dijo alguna vez. Pienso que otras cosas también lo entretenían…<br />
Una noche estuve despierta hasta cerca de las dos de la mañana, oyéndolo afuera… Cuando desperté, lo vi junto a mi cama, mirándome con su mirada fija, penetrante… Salté dé la cama y le arrojé la lámpara de gasolina que dejaba encendida toda la noche. No había luz eléctrica en aquel pueblo y no hubiera soportado quedarme a oscuras, sabiendo que en cualquier momento… Él se libró del golpe y salió de la pieza. La lámpara se estrelló en el piso de ladrillo y la gasolina se inflamó rápidamente. De no haber sido por Guadalupe que acudió a mis gritos, habría ardido toda la casa.<br />
Mi marido no tenía tiempo para escucharme ni le importaba lo que sucediera en la casa. Sólo hablábamos lo indispensable. Entre nosotros, desde hacía tiempo el afecto y las palabras se habían agotado.<br />
Vuelvo a sentirme enferma cuando recuerdo… Guadalupe había salido a la compra y dejó al pequeño Martín dormido en un cajón donde lo acostaba durante el día. Fui a verlo varias veces, dormía tranquilo. Era cerca del mediodía. Estaba peinando a mis niños cuando oí el llanto del pequeño mezclado con extraños gritos. Cuando llegué al cuarto lo encontré golpeando cruelmente al niño. Aún no sabría explicar cómo le quité al pequeño y cómo me lancé contra él con una tranca que encontré a la mano, y lo ataqué con toda la furia contenida por tanto tiempo. No sé si llegué a causarle mucho daño, pues caí sin sentido. Cuando Guadalupe volvió del mandado, me encontró desmayada y a su pequeño lleno de golpes y de araños que sangraban. El dolor y el coraje que sintió fueron terribles. Afortunadamente el niño no murió y se recuperó pronto.<br />
Temí que Guadalupe se fuera y me dejara sola. Si no lo hizo, fue porque era una mujer noble y valiente que sentía gran afecto por los niños y por mí. Pero ese día nació en ella un odio que clamaba venganza.<br />
Cuando conté lo que había pasado a mi marido, le exigí que se lo llevara, alegando que podía matar a nuestros niños como trató de hacerlo con el pequeño Martín. «Cada día estás más histérica, es realmente doloroso y deprimente contemplarte así… te he explicado mil veces que es un ser inofensivo.»<br />
Pensé entonces en huir de aquella casa, de mi marido, de él… Pero no tenía dinero y los medios de comunicación eran difíciles. Sin amigos ni parientes a quienes recurrir, me sentía tan sola como un huérfano.<br />
Mis niños estaban atemorizados, ya no querían jugar en el jardín y no se separaban de mi lado. Cuándo Guadalupe salía al mercado, me encerraba con ellos en mi cuarto.<br />
— Esta situación no puede continuar —le dije un día a Guadalupe.<br />
— Tendremos que hacer algo y pronto – me contestó.<br />
— ¿Pero qué podemos hacer las dos solas? —Solas, es verdad, pero con un odio…<br />
Sus ojos tenían un brillo extraño. Sentí miedo y alegría.<br />
La oportunidad llegó cuando menos la esperábamos. Mi marido partió para la ciudad a arreglar unos negocios. Tardaría en regresar, según me dijo, unos veinte días.<br />
No sé si él se enteró de que mi marido se había marchado, pero ese día despertó antes de lo acostumbrado y se situó frente a mi cuarto. Guadalupe y su niño durmieron en mi cuarto y por primera vez pude cerrar la puerta.<br />
Guadalupe y yo pasamos casi toda la noche haciendo planes. Los niños dormían tranquilamente. De cuando en cuando oíamos que llegaba hasta la puerta del cuarto y la golpeaba con furia…<br />
Al día siguiente dimos de desayunar a los tres niños y, para estar tranquilas y que no nos estorbaran en nuestros planes, los encerramos en mi cuarto. Guadalupe y yo teníamos muchas cosas por hacer y tanta prisa en realizarlas que no podíamos perder tiempo ni en comer.<br />
Guadalupe cortó varias tablas, grandes y resistentes, mientras yo buscaba martillo y clavos. Cuando todo estuvo listo, llegamos sin hacer ruido hasta el cuarto de la esquina. Las hojas de la puerta estaban entornadas. Conteniendo la respiración, bajamos los pasadores, después cerramos la puerta con llave y comenzamos a clavar las tablas hasta clausurarla totalmente. Mientras trabajábamos, gruesas gotas de sudor nos corrían por la frente. No hizo entonces ruido, parecía que estaba durmiendo profundamente. Cuando todo estuvo terminado, Guadalupe y yo nos abrazamos llorando.<br />
Los días que siguieron fueron espantosos. Vivió muchos días sin aire, sin luz, sin alimento… Al principio golpeaba la puerta, tirándose contra ella, gritaba desesperado, arañaba… Ni Guadalupe ni yo podíamos comer ni dormir, ¡eran terribles los gritos…! A veces pensábamos que mi marido regresaría antes de que hubiera muerto. ¡Si lo encontrara así…! Su resistencia fue mucha, creo que vivió cerca de dos semanas…<br />
Un día ya no se oyó ningún ruido. Ni un lamento… Sin embargo, esperamos dos días más, antes de abrir el cuarto.<br />
Cuando mi marido regresó, lo recibimos con la noticia de su muerte repentina y desconcertante.</div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike><br /></div>
<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-56503870678214539352020-04-01T03:58:00.000-04:002020-05-04T03:59:46.264-04:00"Carpincheros" de Augusto Roa Bastos<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: center;">
Carpincheros<br /><br /> Augusto Roa Bastos</div>
<div style="text-align: center;">
(Paraguay)<br /><br /></div>
<div style="text-align: left;">
La primera noche que Margaret vio a los carpincheros fue la noche de San Juan.<br /><br />Por el río bajaban flotando llameantes islotes. Los tres habitantes de la casa blanca corrieron hacia el talud para contemplar el extraordinario espectáculo.<br /><br />Las fogatas brotaban del agua misma. A través de ella aparecieron "los carpincheros. "<br /><br />Parecían seres de cobre o de barro cocido, parecían figuras de humo que pasaban ingrávidas a flor de agua. Las chatas y negras embarcaciones hechas con la mitad de un tronco excavado apenas se veían. Era una flotilla entera de cachiveos. Se deslizaron silenciosamente por entre el crepitar de las llamas, arrugando la chispeante membrana del río.<br /><br />Cada cachiveo tenía los mismos tripulantes: dos hombres bogando con largas tacuaras, una mujer sentada en el plan, con la pequeña olla delante. A proa y a popa, los perros expectantes e inmóviles, tan inmóviles como la mujer que echaba humo del cigarro sin sacarlo en ningún momento de la boca. Todas parecían viejas, de tan arrugadas y flacas. A través de sus guiñapos colgaban sus fláccidas mamas o emergían sus agudas paletillas.<br /><br />Solo los hombres se erguían duros y fuertes. Eran los únicos que se movían. Producían la sensación de andar sobre el agua entre los islotes de fuego. En ciertos momentos, la ilusión era perfecta. Sus cuerpos elásticos, sin más vestimenta que la baticola de trapo arrollada en torno de sus riñones sobre la que se hamacaba el machete desnudo, iban y venían alternadamente sobre los bordes del cachiveo para impulsarlo con los botadores. Mientras el de babor, cargándose con todo el peso de su cuerpo sobre el botador hundido en el agua, retrocedía hacia popa, el de estribor con su tacuara recogida avanzaba hacia proa para repetir la misma operación que su compañero de boga. El vaivén de los tripulantes seguía así a lo largo de toda la fila sin que ninguna embarcación sufriera la más leve oscilación, el más ligero desvío. Era un pequeño prodigio de equilibrio.<br /><br />Iban silenciosos. Parecían mudos, como si la voz formara apenas parte de su vida errabunda y montaraz. En algún momento levantaron sus caras, tal vez extrañados también de los tres seres de harina que desde lo alto de la barranca verberante los miraban pasar. Alguno que otro perro ladró. Alguna que otra palabra gutural e incomprensible anduvo de uno a otro cachiveo, como un pedazo de lengua atada a un sonido secreto.<br /><br />El agua ardía. El banco de arena era un inmenso carbunclo encendido al rojo vivo. Las sombras de los carpincheros resbalaron velozmente sobre él. Pronto los últimos carpincheros se esfumaron en el recodo del río. Habían aparecido y desaparecido como en una alucinación.<br /><br />Margaret quedó fascinada. Su vocecita estaba ronca cuando preguntó:<br /><br />-¿Son indios esos hombres, papá?<br /><br />-No, Gretchen, son los vagabundos del río, los gitanos del agua -respondió el mecánico alemán.<br /><br />-¿Y qué hacen?<br /><br />-Cazan carpinchos.<br /><br />-¿Para qué?<br /><br />-Para alimentarse de su carne y vender el cuero.<br /><br />-¿De dónde vienen?<br /><br />-¡Oh, Püppchen, nunca se sabe!<br /><br />-¿Hacia dónde van?<br /><br />-No tienen rumbo fijo. Siguen el curso de los ríos. Nacen, viven y mueren en sus cachiveos.<br /><br />-Y cuando mueren, Vati, ¿dónde les dan sepultura?<br /><br />-En el agua, como a los marineros en alta mar -la voz de Eugen tembló un poco.<br /><br />-¿En el río, Vati?<br /><br />-Son las fogatas de San Juan -explicó pacientemente el inmigrante a su hija.<br /><br />-¿Las hogueras de San Juan?<br /><br />-Los habitantes de San Juan de Borja las encienden esta noche sobre el agua en homenaje a su patrono.<br /><br />-¿Cómo sobre el agua? -siguió exigiendo Margaret.<br /><br />-No sobre el agua misma, Gretchen. Sobre los camalotes. Son como balsas flotantes. Las acumulan en gran cantidad, las cargan con brazas de paja y ramazones secas, les pegan fuego y las hacen zarpar. Alguna vez iremos a San Juan de Borja a verlo hacer.<br /><br />Durante un buen trecho, el río brillaba como una serpiente de fuego caída de la noche mitológica.<br /><br />Así se estaba representando probablemente Margaret el río lleno de hogueras.<br /><br />-¿Y los carpincheros arrastran esos fuegos con sus canoas?<br /><br />-No, Gretchen; bajan solos en la correntada. Los carpincheros sólo traen sus canoas a que los fuegos del Santo chamusquen su madera para darles suerte y tener una buena cacería durante todo el año. Es una vieja costumbre.<br /><br />-¿Cómo lo sabes, Vati? -la curiosidad de la niña era inagotable. Sus ocho años de vida estaban conmovidos hasta la raíz.<br /><br />-¡Oh, Gretchen! -la reprendió Ilse suavemente-. ¿Porqué preguntas tanto?<br /><br />-¿Cómo lo sabes, Vati? -insistió Margaret sin hacer caso.<br /><br />-Los peones de la fábrica me informaron. Ellos conocen y quieren mucho a los carpincheros.<br /><br />-¿Por qué?<br /><br />-Porque los peones son como esclavos en la fábrica. Y los carpincheros son libres en el río. Los carpincheros son como las sombras vagabundas de los esclavos cautivos en el ingenio, en los cañaverales, en las máquinas -Eugen se había ido exaltando poco a poco-. Hombres prisioneros de otros hombres. Los carpincheros son los únicos que andan en libertad. Por eso los peones los quieren y los envidian un poco.<br /><br />-Ja -dijo solamente la niña, pensativa.<br /><br />Desde entonces, la fantasía de Margaret quedó totalmente ocupada por los carpincheros. Habían nacido del fuego delante de sus ojos. Las hogueras del agua los habían traído. Y se habían perdido en medio de la noche como fantasmas de cobre, como ingrávidos personajes de humo.<br /><br />La explicación de su padre no la satisfizo del todo, salvo tal vez en un solo punto: en que los hombres del río eran seres envidiables. Para ella eran, además, seres hermosos, adorables.<br /><br />Torturó su imaginación e inventó una teoría. Les dio un nombre más acorde con su misterioso origen. Los llamó HOMBRES DE LA LUNA. Estaba firmemente convencida de que ellos procedían del pálido planeta de la noche por su color, por su silencio, por su extraño destino.<br /><br />"Los ríos bajan de la luna -se decía-. Si los ríos son su camino -concluía fantástica-, es seguro que ellos son los Hombres de la Luna".<br /><br />Por un tiempo lo supo ella solamente, Ilse y Eugen quedaron al margen de su secreto.<br /><br />No hacía mucho que habían arribado al ingenio azucarero de Tebicuary del Guairá. Llegaron directamente desde Alemania, poco después de finalizada la Primera Guerra Mundial.<br /><br />A ellos, que venían de las ruinas, del hambre, del horror, Tebicuary Costa se les antojó al comienzo un lugar propicio. El río verde, los palmares de humo bañados por el viento norte, esa fábrica rústica, casi primitiva, los ranchos, los cañaverales amarillos, parecían suspendidos irrealmente en la verberación del sol como en una inmensa telaraña de fiebre polvorienta. Sólo más tarde iban a descubrir todo el horror que encerraba también esa telaraña donde la gente, el tiempo, los elementos, estaban presos en su nervadura seca y rojiza alimentada con la clorofila de la sangre. Pero los Plexnies arribaron al ingenio en un momento de calma relativa. Ellos no querían más que olvidar. Olvidar y recomenzar.<br /><br />-Este sitio es bueno -dijo Eugen apretando los puòos y tragando el aire a bocanadas llenas, el día que llegaron. Más que convicción, había esperanza en su voz, en su gesto.<br /><br />-Tiene que ser bueno -corroboró simplemente Ilse. Su marchita belleza de campesina bávara estaba manchada de tierra en el rostro, ajada de tenaces recuerdos.<br /><br />Margaret parecía menos una niña viva que una muñeca de porcelana, menudita, silenciosa, con sus ojos de añil lavado y sus cabellos de lacia plata brillante. Traía su vestidito de franela tan sucio como sus zapatos remendados. Llegó aupada en los recios y tatuados brazos de Eugen, de cuya cara huesuda goteaba el sudor sobre las rodillas de su hija.<br /><br />En los primeros días habitaron un galpón de hierros viejos en los fondos de la fábrica. Comían y dormían entre la ortiga y la herrumbre. Pero el inmigrante alemán era también un excelente mecánico tornero, de modo que enseguida lo pusieron al frente del taller de reparaciones. La administración les asignó entonces la casa blanca con techo de cinc que estaba situada en ese solitario recodo del río.<br /><br />En la casa blanca había muerto asesinado el primer testaferro de Simón Bonaví, dueño del ingenio. Uno de los peones previno al mecánico alemán:<br /><br />-No te de'cuida-ke, don Oiguen. En la'sánima en pena de Eulogio Penayo, el mulato asesinado, ko alguna noche anda por el Oga-morotï. Nojotro' solemo' oír su lamentación.<br /><br />Eugen Plexnies no era supersticioso. Tomó la advertencia con un poco de sorna y la transmitió a Ilse, que tampoco lo era. Pero entre los dos se cuidaron muy bien de que Margaret sospechara siquiera el siniestro episodio acaecido allí hacía algunos años.<br /><br />Como si lo intuyera, sin embargo, Margaret al principio, más aún que en el galpón de hierros viejos, se mostraba temerosa y triste. Sobre todo por las tardes, al caer la noche. Los chillidos de los monos en la ribera boscosa la hacían temblar. Corría a refugiarse en los brazos de su madre.<br /><br />-Están del otro lado, Gretchen -la consolaba Ilse-. No pueden cruzar el río. Son monitos chicos, de felpa, parecidos a juguetes. No hacen daño.<br /><br />-¿Y cuándo tendré uno? -pedía entonces Margaret, más animada. Pero siempre tenía miedo y estaba triste. Entonces fue cuando vio a los carpincheros entre las fogatas, la noche de San Juan. Un cambio extraordinario se operó en ella de improviso. Pedía que la llevaran a la alta barranca de piedra caliza que caía abruptamente sobre el agua. Desde allí se divisaba el banco de arena de la orilla opuesta, que cambiaba de color con la caída de la luz. Era un hermoso espectáculo. Pero Margaret se fijaba en las curvas del río. Se veía que aguardaba con ansiedad apenas disimulada el paso de los carpincheros.<br /><br />El río se deslizaba suavemente con sus islas de camalotes y sus raigones negros aureolados de espuma. El canto del guaimingüé sonaba en la espesura como una ignota campana sumergida en la selva. Margaret ya no estaba triste ni temerosa. Acabó celebrando con risas y palmoteos el salto plateado de los peces o las vertiginosas caídas del martín-pescador que se zambullía en busca de su presa. Parecía completamente adaptada al medio, y su secreta impaciencia era tan intensa que se parecía a la felicidad.<br /><br />Cuando esto sucedió, Eugen dijo con una profunda inflexión en la voz:<br /><br />-¿Ves, Ilse? Yo sabía que este lugar es bueno:<br /><br />-Sí, Eugen; es bueno porque permite reír a nuestra hijita.<br /><br />En la alta barranca abrazaron y besaron a Margaret, mientras la noche, como un gran pétalo negro cargado de aromas, de silencio, de luciérnagas, lo devoraba todo menos el espejo tembloroso del agua y el fuego blanco y dormido del arenal.<br /><br />-¡Miren, ahora se parece a un grosser queso flotando en el agua! -comentó Margaret riéndose. llse pensó en los grandes quesos de leche de yegua de su aldea. Eugen, en cierto banco de hielo en que su barco había encallado una noche cerca del Shager-Rak, durante la guerra, persiguiendo a un submarino inglés.<br /><br />Por la mañana venían las lavanderas. Sus voces y sus golpes subían del fondo de la barranca. Margaret salía con su madre a verlas trabajar. La lejía manchaba el agua verde con un largo cordón de ceniza que bajaba en la correntada a lo largo de la orilla en herradura. Enfrente, el banco de arena reverberaba bajo el sol.<br /><br />Se veía cruzar sobre él la sombra de los pájaros. Una mañana vieron tendido en la playa un yacaré de escamosa cola y lomo dentado.<br /><br />-¡Un dragón, mamá...! -gritó Margaret, pero ya no sentía miedo. -No, Gretchen. Es un cocodrilo.<br /><br />-¡Qué lindo! Parece hecho de piedra y de alga.<br /><br />Otra vez, un venadito llegó saltando por entre el pajonal hasta muy cerca de la casa. Cuando Margaret corrió hacia él llamándolo, huyó trémulo y flexible, dejando en los ojos celestes de la alemanita un regusto de ternura salvaje, como si hubiera visto saltar por el campo un corazón de hierba dorada, el fugitivo corazón de la selva. Otra vez fue un guaca-mayo de irisado cuerpo granate, pecho índigo y verde, alas azules, larga cola roja y azul y ganchudo pico de cuerno; un arco iris de pluma y ronco graznido posado en la rama de timbó. Otra vez, una víbora de coral que Eugen mató con el machete entre los yuyos del potrero. Así Margaret fue descubriendo la vida y el peligro en el mundo de hojas, tierno, áspero, insondable, que la rodeaba por todas partes. Empezó a amar su ruido, su color, su misterio, porque en él percibía además la invisible presencia de los carpincheros.<br /><br />En las noches de verano, después de cenar, los tres moradores del caserón blanco salían a sentarse en la barranca. Se quedaban allí tomando el fresco hasta que los mosquitos y jejenes se volvían insoportables. Ilse cantaba a media voz canciones de su aldea natal, que el chapoteo de la correntada entre las piedras desdibujaba tenuemente o mechaba de hiatos trémulos, como si la voz sonara en canutillos de agua. Eugen, fatigado por el trabajo del taller, se tendía sobre el pasto con las manos debajo de la nuca. Miraba hacia arriba recordando su antiguo y perdido oficio de marino, dejando que la inmensa espiral del cielo verdinegro, cuajado de enruladas virutas brillantes como su torno, se le estancara al fondo de los ojos. Pero no podía anular la preocupación que lo trabajaba sin descanso.<br /><br />La suerte de los hombres en el ingenio, en cuyos pechos oprimidos se estaba incubando la rebelión. Eugen pensaba en los esclavos del ingenio. La cabecita platinada de Margaret soñaba, en cambio, con los hombres libres del río, con sus fabulosos Hombres de la Luna.<br /><br />Esperaba cada noche verlos bajar por el río.<br /><br />Los carpincheros aparecieron dos o tres veces más en el curso de ese año. A la luz de la luna, más que el fulgor de las hogueras, cobraban su verdadera substancia mitológica en el corazón de Margaret. Una noche desembarcaron en la arena, encendieron pequeñas fogatas para asar su ración de pescado y después de comer se entregaron a una extraña y rítmica danza, al son de un instrumento parecido a un arco pequeño. Una de sus puntas penetraba en un porongo partido por la mitad y forrado en tirante cuero de carpincho. El tocador se pasaba la cuerda del arco por los dientes y le arrancaba un zumbido sordo y profundo como si a cada boqueada vomitara en la percusión el trueno acumulado en su estómago. Tum-tu-tum... Tam-ta-tam... Ta-tam... Tu-tum... Ta-tam... Tain-ta-tam... Arcadas de ritmo caliente en la cuerda del gualambau, en el tambor de porongo, en la dentadura del tocador. Sonaban sus costillas, su piel de cobre, su estómago de viento, el porongo parchado de cuero y temblor, con su tuétano de música profunda parecida a la noche del río, que hacía hamacar los pies chatos, los cuerpos de sombra en el humo blanco del arenal.<br /><br />Tum-tu-tum... Tam-ta-tam... Tu-tum... Ta-tam... Tu-tummmm. ……………………<br /></div>
<div style="text-align: left;">
La respiración de Margaret se acompasaba con el zumbido del gualambau. Se sentía atada misteriosamente a ese latido cadencioso encajonado en las barrancas.<br /><br />Cesó la música. El hilván negro de los cachiveos se puso en movimiento con sus botadores de largas tacuaras que parecían andar sobre el agua, que se fueron alejando sobre carriles de espuma cada vez más queda, hasta desvanecerse en la tiniebla azul y rayada de luciérnagas.<br /><br />Los esperaba siempre. Cada vez con impaciencia más desordenada. Siempre sabía cuándo iban a aparecer y se llenaba de una extraña agitación, antes de que el primer cachiveo bordeara el recodo a lo lejos, en el hondo cauce del río.<br /><br />-¡Ahí vienen! -la vocecita de Margaret surgía rota por la emoción. El canturreo gangoso o el silencio de Ilse se interrumpía. Eugen se incorporaba asustado.<br /><br />-¿Cómo lo sabes, Gretchen?<br /><br />-No sé. Los siento venir. Son los Hombres de la Luna... de la Luna...<br /><br />Era infalible. Un rato después, los cachiveos pasaban peinando la cabellera de cometa verde del río. El corazón le palpitaba fuertemente a Margaret. Sus ojitos encandilados rodaban en las estelas de seda líquida hasta que el último de los cachiveos desaparecía en el otro recodo detrás del brillo espectral del banco de arena roído por los pequeños cráteres de sombra.<br /><br />En esas noches, la pequeña Margaret hubiera querido quedarse en la barranca hasta el amanecer porque los sigilosos vagabundos del río podían volver a remontar la corriente en cualquier momento.<br /><br />-¡No quiero ir a dormir... no quiero entrar todavía! ¡No me gusta la casa blanca! ¡Quiero quedarme aquí..., aquí! -gimoteaba.<br /><br />La última vez se aferró a los hierbajos de la barranca. Tuvieron literalmente que arrancarla de allí. Entonces Margaret sufrió un feo ataque de nervios que la hizo llorar y retorcerse convulsivamente durante toda la noche. Sólo la claridad del alba la pudo calmar. Después durmió casi veinticuatro horas con un sueño inerte, pesado.<br /><br />-El espectáculo de los carpincheros -dijo Ilse a su marido- está enfermando a Margaret.<br /><br />-No saldremos más a la barranca -decidió él, sordamente preocupado.<br /><br />-Será mejor, Eugen -convino Ilse.<br /><br />Margaret no volvió a ver a los Hombres de la Luna en los meses que siguieron. Una noche los oyó pasar en la garganta del río. Ya estaba acostada en su catrecito. Lloró en silencio, contenidamente. Temía que su llanto la delatara. El ladrido de los perros se apagó en la noche profunda, el tenue rumor de los cachiveos arañados de olitas fosfóricas. Margaret los tenía delante de los ojos. Se cubrió la cabeza con las cobijas. De pronto dejó de llorar y se sintió extrañamente tranquila porque en un esfuerzo de imaginación se vio viajando con los carpincheros, sentadita, inmóvil, en uno de los cachiveos. Se durmió pensando en ellos y soñó con ellos, con su vida nómada y bravía deslizándose sin término por callejones de agua en la selva.<br /><br />Con el día su pena recomenzó. Nada peor que la prohibición de salir a la barranca podía haberle sucedido. Volvió a ser triste y silenciosa. Andaba por la casa como una sombra, humillada y huraña. Llegó a detestar en secreto todo lo que la rodeaba: el ingenio en que trabajaba su padre, el sitio sombrío que habitaban, la vivienda de paredes encaladas y ruinosas, su pieza, cuya ventana daba hacia la barranca, pero a través de la cual no podía divisar a sus deidades acuáticas cuando ella sola escuchaba en la noche el roce de los cachiveos sobre el río.<br /><br />A pesar de todo, Margaret fue mejorando lentamente, hasta que ella misma creyó que había olvidado a los Hombres de la Luna. La casa blanca pareció reflotar con la dicha plácida de sus tres moradores como un témpano tibio en la noche del trópico.<br /><br />Para celebrarlo, Eugen agregó otro tatuaje a los que ya tenía en su pellejo de ex marino. En el pecho, sobre el corazón, junto a dos anclas en cruz, dibujó con tinta azul el rostro de Margaret. Salió bastante parecido.<br /><br />-Ya no te podrás borrar de aquí, Gretchen. Tengo tu foto bajo la piel.<br /><br />Ella reía feliz y abrazaba cariñosa al papito.<br /><br />Así llegó otra vez la noche de San Juan. La noche de las fogatas sobre el agua.<br /><br />Eugen, Ilse y Margaret se hallaban cenando en la cocina cuando los primeros islotes incandescentes empezaban a bajar por el río. El errabundo fulgor que subía de la garganta rocosa les doró el rostro. Se miraron los tres, serios, indecisos, reflexivos. Eugen por fin sonrió y dijo:<br /><br />-Sí, Gretchen. Esta noche iremos a la barranca a ver pasar las hogueras.<br /><br />En ese mismo momento llegó hasta ellos el aullido de un animal, mezclado al grito angustioso de un hombre. El aullido salvaje volvió a oírse con un timbre metálico indescriptible: se parecía al maullido de un gato rabioso, a una uña de acero rasgando súbitamente una hoja de vidrio.<br /><br />Salieron corriendo los tres hacia la barranca. Al resplandor de las fogatas vieron sobre el arenal a un carpinchero luchando contra un bulto alargado y flexible que daba saltos prodigiosos como una bola de plata peluda disparada en espiral a su alrededor.<br /><br />-¡Es un tigre del agua! -murmuró Eugen, horrorizado. -iMein gott!-gimió Ilse.<br /><br />El carpinchero lanzaba desesperados machetazos a diestro y siniestro, pero el lobo-pe, rápido como la luz, tornaba inofensivo el vuelo decapitados del machete.<br /><br />Los otros carpincheros estaban desembarcando ya también en el arenal, pero era evidente que no conseguirían llegar a tiempo para acorralar y liquidar entre todos a la fiera. Se oían las lamentaciones de las mujeres, los gritos de coraje de los hombres, el jadeante ladrar de los perros.<br /><br />El duelo tremendo duró poco, contados segundos a lo más. El carpinchero tenía ya un canal sangriento desde la nuez hasta la boca del estómago. El lobo-pe seguía saltando a su alrededor con agilidad increíble. Se veía su lustrosa pelambre manchada por la sangre del carpinchero. Ahora era un bulto rojizo, un tizón alado de larga cola nebulosa, cimbrándose a un lado y otro en sus furiosas acometidas, tejiendo su danza mortal en torno al hombre oscuro. Una vez más saltó a su garganta y quedó pegado a su pecho porque el brazo del carpinchero también había conseguido cerrarse sobre él hundiéndole el machete en el lomo hasta el mango, de tal modo que la hoja debió hincarse en su pecho como un clavo que los fundía a los dos. El grito de muerte del hombre y el alarido metálico de la fiera rayaron juntos al tímpano del río. Juntos empezaron a chorrear los borbotones de sus sangres. Por un segundo más, el carpinchero y el lobo-pe quedaron erguidos en ese extraño abrazo como si simplemente hubieran estado acariciándose en una amistad profunda, doméstica, comprensiva. Luego se desplomaron pesadamente, uno encima del otro, sobre la arena, entre los destellos oscilantes. Después de algunos instantes el animal quedó inerte. Los brazos y las piernas del hombre aún se movían en una ansia crispada de vivir. Un carpinchero desclavó de un tirón al lobo-pe del pecho del hombre, lo degolló y arrojó al río con furia su cabeza de agudo hocico y atroces colmillos. Los demás empezaron a rodear al moribundo.<br /><br />Ilse tenía el rostro cubierto con las manos. El espanto estrangulaba sus gemidos. Eugen estaba rígido y pálido con los puños hundidos en el vientre. Solo Margaret había contemplado la lucha con expresión impasible y ausente. Sus ojos secos y brillantes miraban hacia abajo con absoluta fijeza en la inmovilidad de la inconsciencia o del vértigo. Solamente el ritmo de su respiración era más agitado. Por un misterioso pacto con las deidades del río, el horror la había respetado. En el talud calizo iluminado por las fogatas que bogaban a la deriva, ella misma era una pequeña deidad casi incorpórea, irreal.<br /><br />Los carpincheros parecían no saber qué hacer. Algunos de ellos levantaron sus caras hacia la casa de los Plexnies y la señalaron con gestos y palabras ininteligibles. Era la única vivienda en esos parajes desiertos.<br /><br />Deliberaron. Por fin se decidieron. Cargaron al herido y lo pusieron en un cachiveo. Toda la flotilla cruzó el río. Volvieron a desembarcar y treparon por la barranca.<br /><br />Margaret, inmóvil, veía subir hacia ella, cada vez más próximos, a los Hombres de la Luna. Veía subir sus rostros oscuros y aindiados. Los ojos chicos bajo el cabello hirsuto y duro como crin negra. En cada ojo había una hoguera chica. Venían subiendo las caras angulosas con pómulos de piedra verde, los torsos cobrizos y sarmentosos, las manos inmensas, los pies córneos y chatos. En medio subía el muerto que ya era de tierra. Detrás subían las mujeres harapientas, flacas y tetudas. Subían, trepaban, reptaban hacia arriba como sombras pegadas a la resplandeciente barranca. Con ellos subían las chispas de las fogatas, subían voces guturales, el llanto de iguana herida de alguna mujer, subían ladridos de los que iban brotando los perros, subía un hedor de plantas acuáticas, de pescados podridos, de catinga de carpincho, de sudor...<br /><br />Subían, subían... -¡Vamos, Gretchen! Ilse la arrastró de las manos.<br /><br />Eugen trajo el farol de la cocina cuando los carpincheros llegaron a la casa. Sacó al corredor un catre de trama de cuero y ordenó con gestos que lo pusieran en él. Después salió corriendo hacia la enfermería para ver si aún podía traer algún auxilio a la víctima. Ya desde el alambrado gritó:<br /><br />-¡Vuelvo enseguida, Ilse! ¡Prepara agua caliente y recipientes limpios!<br /><br />Ilse va a la cocina, mareada, asustada. Se le escucha manejarse a ciegas en la penumbra roja. Suenan cacharros sobre la hornalla.<br /><br />El destello humoso del farol arroja contra las paredes las sombras movedizas de los carpincheros inmóviles, silenciosos, hasta el llanto de iguana ha cesado. Se oye gotear la sangre en el suelo. A través de los cuerpos coriáceos, Margaret ve el pie enorme del carpinchero tendido en el catre. Se acerca un poco más. Ahora ve el otro pie. Son como dos chapas callosas, sin dedos casi, sin talón, cruzados por las hondas hendiduras de roldana que el borde filoso del cachiveo ha cavado allí en leguas y leguas, en años y años de un vagabundo destino por los callejones fluviales. Margaret piensa que esos pies ya no andarán sobre el agua y se llena de tristeza. Cierra los ojos. Ve el río cabrilleante, como tatuado de luciérnagas. El olor almizclado, el recio aroma montaraz de los carpincheros ha henchido la casa, lucha contra la tenebrosa presencia de la muerte, alza en vilo el pequeño, el liviano corazón de Margaret. Lo aspira con ansias. Es el olor salvaje de la libertad y de la vida. De la memoria de Margaret se están borrando en este momento muchas cosas. Su voluntad se endurece en torno a un pensamiento fijo y tenso que siente crecer dentro de ella. Ese sentimiento la empuja. Se acerca a un carpinchero alto y viejo, el más viejo de todos, tal vez el jefe. Su mano se tiende hacia la gran mano oscura y queda asida a ella como una diminuta mariposa blanca posada en una piedra del río. Las hogueras siguen bajando sobre el agua. La sangre gotea sobre el piso. Los carpincheros van saliendo. Durante un momento sus pies callosos raspan la tierra del patio rumbo a la barranca con un rasguido de carapachos veloces y rítmicos. Se van alejando. Cesa el rumor. Vuelve a oírse el desagüe del muerto solo, abandonado en el corredor. No hay nadie.<br /><br />Ilse sale de la cocina. El miedo, el pavor, el terror, la paralizan por un instante como un baño de cal viva que agrieta sus carnes y le quema hasta la voz. Después llama con un grito blanco, desleído, que se estrella en vano contra las paredes blancas y agrietadas:<br /><br />-¡Margaret..., Gretchen...!<br /><br />Corre hacia la barranca. El hilván de los cachiveos está doblando el codo entre las fogatas. Los destellos muestran todavía por un momento, antes de perderse en las tinieblas, los cabellos de leche de Margaret. Va como una luna chica en uno de los cachiveos negros.<br /><br />-¡Gretchen..., mein herzchen...!<br /><br />Ilse vuelve corriendo a la casa. Un resto de instintiva esperanza la arrastra. Tal vez no; tal vez no se ha ido.<br /><br />-¡Gretchen..., Gretchen...!-su grito agrio y seco tiene ya la desmemoriada insistencia de la locura.<br /><br />Llega en el momento en que el carpinchero muerto se levanta del catre convertido en un mulato gigantesco. La oye reír y llorar. Lo ve andar como un ciego, golpeándose contra las paredes. Busca una salida. No la encuentra. La muerte tal vez lo acorrala todavía. Suena su risa. Suenan sus huesos contra la tapia. Suena su llanto quejumbroso.<br /><br />Ilse huye, huye de nuevo hacia el río, hacia el talud. Las hogueras rojas bajan por el agua.<br /><br />-¡Gretchen..., Gretchen...!<br /><br />Un trueno sordo le responde ahora. Surge del río, llena toda la caja acústica del río ardiendo bajo el cielo negro. Es el gualambau de los carpincheros. Ilse se aproxima imantada por ese latido siniestro que ya llena ahora toda la noche. Dentro de él está Gretchen, dentro de él tiembla el pequeño corazón de su Gretchen...<br /><br />Mira hacia abajo desde la barranca. Ve muchos cuerpos, los cuerpos sin cara de muchas sombras que se han reunido a danzar en el arenal al compás del tambor de porongo.<br /><br />Tum-tu-tum... Tam-ta-tam... Ta-tam... Tu-tum... Tam-ta-tam...<br /><br />Se hamacan los pies chatos y los cuerpos de sombra entre el humo blanco del arenal.<br /><br />Dientes inmensos de tierra, de fuego, de viento, mascan la cuerda de agua del gualambau y le hacen vomitar sus arcadas de trueno caliente sobre la sien de harina de Ilse.<br /><br />Tum-tu-tum... Tam-ta-tam... Tum-tu-tummm...<br /><br />En el tambor de porongo el redoble rítmico y sordo se va apagando poco a poco, se va haciendo cada vez más lento y tenue, lento y tenue. El último se oye apenas como una gota de sangre cayendo sobre el suelo.<br /><br /><br /><br />Fuente: El trueno entre las hojas. cuentos de Augusto Roa Bastos<br /><br />Editorial Servilibro, Asunción-Paraguay 2007 </div>
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<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-43151416561893163272020-02-25T04:36:00.001-05:002020-04-23T07:41:24.992-04:00Ayuda a Cortázar a escapar del laberinto de Borges<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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<div class="blogger-post-footer">¡Aprende español leyendo literatura hispana!</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9100460723280698927.post-47347372341040979862020-02-24T07:30:00.000-05:002020-04-04T08:41:58.682-04:00"La profecía autocumplida" de Gabriel García Márquez<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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<b>La profecía autocumplida </b></div>
<div style="text-align: center;">
Gabriel García Márquez</div>
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Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde: "No sé pero he amanecido con el presentimiento que algo muy grave va a sucederle a este pueblo". <br />
<br />
El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice: "Te apuesto un peso a que no la haces". Todos se ríen. El se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla Y él contesta: "es cierto pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo". <br />
<br />
Todos se ríen de él y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mama, o una nieta o en fin, cualquier pariente, feliz con su peso dice y comenta: -Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto. -¿Y porqué es un tonto? -Porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. <br />
<br />
Y su madre le dice: - No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen. <br />
<br />
Una pariente oye esto y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero: "Deme un kilo de carne" y en el momento que la está cortando, le dice: Mejor córteme dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado". <br />
<br />
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar un kilo de carne, le dice: "mejor lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar y se están preparando y comprando cosas". <br />
<br />
Entonces la vieja responde: "Tengo varios hijos, mejor deme cuatro kilos..." <br />
<br />
Se lleva los cuatro kilos y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata a otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el <br />
rumor. <br />
<br />
Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto a las dos de la tarde. Alguien dice: -¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo? -¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor! Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos. <br />
<br />
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor. -Pero a las dos de la tarde es cuando hace más calor. -Sí, pero no tanto calor como ahora. <br />
<br />
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: "Hay un pajarito en la plaza". Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito. -Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan. -Sí, pero nunca a esta hora. <br />
<br />
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. -Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde todo el pueblo lo ve. <br />
<br />
Hasta que todos dicen: "Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos". Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. <br />
<br />
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: "Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa", y entonces la incendia y otros incendian también sus casas. <br />
<br />
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, le dice a su hijo que está a su lado: "¿Vistes mi hijo, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?" </div>
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