El Regalo de Inocencia
Concha Espina
Inocencia hacía honor a su nombre: era inocente.
Con los ojos ávidamente abiertos sobre sus diez y ocho años campesinos, todos los misterios de la vida le ofrecieron su naturalismo salvaje, sin despertar en ella malicias ni sobresaltos. Las revelaciones habían sido tan bruscas y descarnadas para los ojos de la niña, que no hallaron tiempo de tocar a su alma con pérfidas insinuaciones refinadas y sutiles, como esas que muchas veces usa el espíritu del mal, valido de un engañoso ropaje de cultura y civilización, y apenas si la mozuela había pestañeado ante la atrocidad de brutalidades que miraba todos los días en una existencia áspera y dura.
Inocencia era guapa y era presumida, y a Inocencia le gustaban mucho los mozos y tenía muchas ganas de casarse... Todos estos gustos y deseos le hacían sonreír con una dilatada sonrisa bobalicona, que daba mucha risa a los demás.