INSTRUCCIONES PARA PARTICIPAR EN ESTE BLOG
Cada semana leeremos un cuento o un poema de algún autor hispano.
Te invito a participar de la siguiente manera:
1. Escoge un cuento, poema, o ensayo de la lista de autores que aparece en la columna del lado derecho del blog. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
2. Después de leer el material elegido, crea una historia usando las ocho palabras que el grupo ¿Y... qué me cuentas? escogió en clase, o escoge otras ocho palabras de la lectura que quieras practicar. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
3. Sube tu historia usando el enlace de comentarios ("comments"). Lo encontrarás al final de cada lectura.
No temas cometer errores en tu historia. Yo estoy aquí para ayudarte. Tan pronto subas tu historia, yo te mandaré mis comentarios.
¿Estás listo? ¡ Adelante!

Escuchen los ipods de

Y…¿qué me cuentas?

Este video muestra el momento en el que los estudiantes de

Y…¿qué me cuentas?

crean una historia usando ocho palabras extraídas de un cuento previamente leído en clase.

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Y…¿qué me cuentas?

Recomendación al Gobierno de México por parte del Consejo Consultivo del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (CCIME) durante su XVII reunión ordinaria.

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Tuesday, November 8, 2016

"El brujo" canción interpretada por la orquesta Billo´s Caracas Boys


Para escuchar la canción El Brujo de la orquesta Billo´s Caracas Boys (1977) y leer la letra de la canción, hagan clic aquí.

"El General hace un lindo cadáver" de Enrique Anderson Imbert


El General hace un lindo cadáver
Enrique Anderson Imbert

En un lugar de Sudamérica, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un cirujano cincuentón, tan rico que no necesitaba trabajar. En los ratos de ocio, que eran los más del año, se daba a leer novelas de detectives. Se enfrascó tanto en su lectura que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y así del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que perdió el juicio. Se le llenó la fantasía de todo aquello que leía en los libros; y vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que, picado porque en todas las novelas que leía la justicia acababa siempre por descubrir al delincuente, decidió cometer un crimen tan perfecto que a él sí que no lo descubrieran.
Alfonso Quiroga — que así se llamaba nuestro héroe — era recio de cuerpo y ágil de piernas, pero la cabeza lo avejentaba: calvete, arrugado, con gafas de miope y un bigotazo gris. Vivía en una hermosa quinta, en las afueras de la ciudad, sin más compañía que la de su servidumbre. Al frente se alzaban dos chalets. Aparente­mente gemelos — por dentro la disposición de las habitaciones era diferente—, estaban separados por el garage, ancho como para tres automóviles. En el chalet de la izquierda, que era donde anteriormente había ejercido la profesión, estaba instalado Quiroga. El de la derecha había quedado deshabitado desde que murieron sus hermanas. Al fondo de la huerta, en una casita enjalbegada de cal, se alojaban Bonifacia, una india ya muy vieja pero insustituible como cocinera, y los hijos de Bonifacia: Lucía, redondita y agraciada; Manuel, con la boca desfigurada por una coz; y la mujer de éste, Teresa, una apagada. Todavía más atrás de la casita había un rancho, arrendado por dos peones.