INSTRUCCIONES PARA PARTICIPAR EN ESTE BLOG
Cada semana leeremos un cuento o un poema de algún autor hispano.
Te invito a participar de la siguiente manera:
1. Escoge un cuento, poema, o ensayo de la lista de autores que aparece en la columna del lado derecho del blog. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
2. Después de leer el material elegido, crea una historia usando las ocho palabras que el grupo ¿Y... qué me cuentas? escogió en clase, o escoge otras ocho palabras de la lectura que quieras practicar. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
3. Sube tu historia usando el enlace de comentarios ("comments"). Lo encontrarás al final de cada lectura.
No temas cometer errores en tu historia. Yo estoy aquí para ayudarte. Tan pronto subas tu historia, yo te mandaré mis comentarios.
¿Estás listo? ¡ Adelante!

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Y…¿qué me cuentas?

Este video muestra el momento en el que los estudiantes de

Y…¿qué me cuentas?

crean una historia usando ocho palabras extraídas de un cuento previamente leído en clase.

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Y…¿qué me cuentas?

Recomendación al Gobierno de México por parte del Consejo Consultivo del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (CCIME) durante su XVII reunión ordinaria.

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Saturday, May 30, 2020

"El mago" Radio ambulante

Durante dos semanas el gurpo que se reune en Zoom de Estados Unidos, capitaneado por Carolyn en Austin, Texas, ley[o el artículo el mago en Radioambulante. Me mandaron sus ejercicios semanales del cuento. Aquí lo comparto con ustedes su cuento y el link a la historia en texto y audio de Radio Ambulante: https://radioambulante.org/transcripcion/el-mago-transcripcion

El mago

(de Radio ambulante)

Parte 2



Las ocho palabras:
Valiente

Quedar(se)

Dar de alta

Trabajo

Siglas              

Derrame

Rosado

Inseguro





El cartero valiente, después de contraer el virus, tenía que dejar su trabajo porque se quedó en el hospital tanto tiempo.  Había peligro del derrame cerebral.  Pero finalmente se recuperó y le dieron de alta en su bata de seda rosada con sus siglas bordadas en el bolsillo.  Todavía se sentía inseguro, pero quería regresar al trabajo.  Otro héroe de estos tiempos…

Thursday, May 28, 2020

Ejercicio de lectura y escritura de "El huésped" de Amparo Dávila

Este es el ejercicio de lectura y escritura de las clase hecha por zoom de los estudiantes en Austin, Texas del cuento El huésped de Amparo Dávila

  1. Repentina 
  2. Niño
  3. Marido
  4. Desconfianza
  5. Acostumbrar
  6. Coraje
  7. Arañar
  8. Clavo


El cuento es el siguente:

Un día el marido volvió a casa después de cumplir su trabajo y sintió que tenía bastante coraje para hablar con su mujer sobre la desconfianza de que su niño no era su hijo. El marido no está acostumbrado a mostrar su coraje de forma repentina sin embargo esta vez decidió poner el clavo en la mesa mientras arañaba su cabeza.

Wednesday, May 27, 2020

Ejercicio de lectura y escritura de "El amor que yo quería contar" de Rogelio Guedea

Para leer el cuento El amor que yo quería contar de Rogelio Guedea haga clic aqui

El 27 de mayo di tres clases via Zoom con estudiantes del Instituo Cervantes de Atenas. Leímos El amor que yo quería contar de Rogelio Guedea. Incluyo los ejercicios de ocho palabras que realicé con cada grupo.

Primer grupo:

Las ocho palabras que escogieron fueron:

  1. Al azar
  2. Salón de baile
  3. Mujer
  4. Promesas
  5. Diez
  6. Lluvia
  7. Pasillo
  8. Amorosamente

El cuento que escribieron fue el siguiente:


Cada noche a las diez, Manuel esperaba a Teresa a lado del pasillo del salón de baile. Pero esta vez a causa de la lluvia no había podido cumplir esa promesa. Entonces, Teresa eligió a una mujer al azar para contarle su sufrimiento de su decepción amorosa de Manuel.


Segundo grupo:

Las ocho palabras que escogieron fueron:
  1. Amor
  2. Historia
  3. Zapatillas
  4. Promesas
  5. Encontrar
  6. Esperar
  7. Lluvia
  8. Jardín
El cuento que escribieron fue el siguiente:

María miraba unas zapatillas y encontró a Juan. Dieron un paseo por un jardín. De repente comenzó a llover. No lo esperaban. Pero lo que menos se esperaban es que después de terminar la lluvia, María y Juan se prometieron una historia de amor.

Tercer grupo:

Las ocho palabras que escogieron fueron:
  1. Detenimiento
  2. Amor
  3. Azar
  4. Zapatillas
  5. Besos
  6. Sabor
  7. Jardín
  8. Invitar

El cuento que escribieron fue el siguiente:

Fui al jardín por mis nuevas zapatillas. De repente vi al amor de mi vida arreglando las flores. Me dio un beso con sabor a café. A ella le extrañó el sabor a café y que él la miraba con detenimiento. De pronto él le dijo: eres muy bella, como las flores. Como ella le tenía miedo a las flores corrió alejándose para siempre del amor de vida. El azar los había separado.






Saturday, May 16, 2020

Ejercicios del grupo de lectura y escritura del cuento "El fantasma" de Enrique Anderson Imbert


Estos son los ejercicios del grupo de lectura y escritura del cuento El fantasma de Enrique Anderson Imbert leido con el grupo en Austin Texas, usando zoom.

Las ocho palabras que eligieron fueron:

  1. Acechar
  2. Pesadumbre
  3. Campo santo
  4. Párpado
  5. Moflete
  6. Exangüe
  7. Patio
  8. Rostro


Los cuentos que escribieron fueron:

Cuento #1

Érase una vez una niña de nueve años llamada Raquel. Tenía un rostro muy raro con mofletes gigantescos como si hubieran sido pinchados por sus abuelas y párpados que se movían tan rápido como dos chitas huyendo de unos leones. Ella vivía a lado del camposanto a dónde acostumbraba a ir una mujer misteriosa. Era una mujer apesadumbrada de rostro exangüe que había perdido a su hija hacía unos meses. Al ver a Raquel jugando en el patio del camposanto, se escondió y la acechó.


Cuento #2
  1. Muchedumbre
  2. De repente
  3. Agujereado
  4. A eso de…
  5. Empapado
  6. Tragar
  7. Comején
  8. Piscador



El piscador fue a la finca. Observó una muchedumbre que se tragaba el sol y no sabía por qué. Había tanta gente que parecían comejenes dentro de una pared. A eso de la madrugada una sombra misteriosa y empapada se tragó a la gente. De repente la sombra sintió un dolor en el estómago. Una mujer se compadeció de la sombra y le agujereó el estómago provocando que la gente saliera. La sombra eructó.




Ejercicio de lectura y escritura de "El huesped" de Amparo Dávila



Con el grupo de Y... ¿qué me cuentas? que estamos llevando por zoom los sábados, el pasado 9 de mayo del 2020 leímos el cuento "El huesped" de Amparo Dávila. Esta vez cada una de las que participaron en la clase eligieron sus propias ocho palabras y escribieron una pequeña historia con ellas. Leamos sus creaciones literarias:
Carolyn escribió:

Mis 8 palabras
Siniestro
Arrojaba
Acechaba
Cenador
Enredaderas.
Indispensable
Agotado
Odio

Mi cuento

Pasaron los años y nunca volvimos a hablar de “él”, ni yo ni mi esposo, Julio. Sin embargo, había notado algunos cambios sutiles en el compartimiento de mi marido. Empezó, poco a poco, a regresar del trabajo más temprano. Llegué a ser más relajado y menos agotado. No pensaba mucho en eso, pero en retrospectiva, los cambios empezaron con la muerte del huésped siniestro.

Luego vino la cuarentena. El negocio de mi esposo había cerrado temporalmente y tuvimos que quedarnos en casa. ¿Qué íbamos a hacer? En el pasado, sólo hablábamos del indispensable, pero empezamos a hablar de lo importante – nuestros pensamientos, nuestros deseos.

Una tarde, sentados en el cenador y rodeados de enredaderas, mi esposo me contó una historia muy extraña. Había nacido un mellizo. Su hermano siempre era muy diferente de él. Julio siempre sacó buenas notas en la escuela, el hermano no. Julio tenía muchos amigos, pero su hermano tenía pocos. El comportamiento de Julio era perfecto (según él), mientras su hermano se comportaba mal. El hermano hacía berrinches y arrojaba muebles cuando las cosas no le salían bien.

Todas estas diferencias hicieron que Julio fuera el favorito de sus padres. Resultó que el hermano odió a Julio. Julio, por otro lado, quiso a su hermano por ser mellizo.

Julio me dijo que no había visto a su hermano durante 10 años. Un día el hermano había tocado a la puerta de su oficina. Dijo que la policía lo estaba buscando. Había visto a una joven muy linda de 16 años en la cancha de tenis. Estaba tan absorto en su belleza que empezó a acecharla. La joven se enteró de ello y tenía miedo de él. Una noche el hermano la atrapó y la violó. Cuando su familia se dio cuento de lo que había pasado, llamó a la policía. De ser muy rica y poderosa, la familia tenía mucha influencia y el hermano sabía que si la policía lo encontrara iba a meterlo en la cárcel, o peor. Por eso le pidió a su hermano que se refugiara.

Julio le había ofrecido un cuarto en la casona pero nunca me había explicado la relación.

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Yoko

Las ocho palabras

*loco
*amar
*dolor
*perder
*él
*valiente
*extraño
*volver

Cuento:
El huésped fue (era?) su marido. Él era loco como un psicópata y amaba la protagonista demasiado. El dolor de ella fue equivalente en su placer. Siempre tenia miedo de perderla.

Un día convirtió en el existencia de “él” que funciona como una fantasma. Primero ella se quedó fuera de control por miedo pero no creyó que iba a ser tan valiente por fin. Al finalizar, algo extraño pasó dentro de su cuerpo. Estuve vivo y volvió a ella sin alma. ¿Puede ser es la noticia de su muerte inexplicable?


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Cuento de Juanita:
Acabo de terminar nuestra tarea del sábado pasado. Escribí un cuento de las memorias de mi vida


Mis ocho palabras:

Pavor
Paz
Huésped
Arreglar
Confiar
Esquina
Desdichada
Mandado

Y el cuento:

Cuando yo era niña vivíamos en un pueblo pequeño en Nebraska.  Cada verano llegaba una huésped, mi abuela Ada, para visitarnos.   Ella se quedaba solamente dos semanas, pero mi mamá pasaba por lo menos un mes antes arreglando cada esquina de la casa y el jardín, haciendo mandados, y preparando todo para asegurar que la visita estuviera perfecta.  Mi hermana y yo nos llenábamos de pavor porque nuestra abuela casi nunca sonrió.  Creíamos que ella no confiaba en nosotras.   Como aprendimos años después, la verdad era que ella siempre parecía desdichada porque había pasado una vida difícil.  Ella sobrevivió tres esposos, pasó bastante pobreza durante la gran depresión de los años 30, y sufrió la pérdida de unos de sus siete hijos.

De todos modos, sentíamos aliviadas cuando abuela Ada regresó a su casa y nos dejó en paz.  Y cuando por fin ella se falleció a la edad de 103 años, celebramos su vida y las buenas memorias con un una gran reunión de la familia.


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Cuento de Pat:

Las ocho palabras:
  1. desdichada
  2. pavor
  3. acechando
  4. entornada
  5. arrojadas
  6. madreselvas
  7. atemorizaría
  8. espantosos


El cuento:
Ella vivía una existencia desdichada con un pavor del huésped que estaba acechándola. Siempre dejaba la puerta de su cámara entornada. Por eso, oía gritos y cosas arrojadas dentro de la habitación del huésped. Solo estaba en paz en su jardín cuando podía oler las madreselvas. Todas las noches el huésped la atemorizaría con sonidos espantosos. En realidad, no había ningún huésped. Ella tuvo una pesadilla.


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Cuento de Debbie:

Las ocho palabras:

Pavor
Amarillentos
Alimentación
Regar
Lúgubre
Acechar
corredores
enredadera

Déjame presentarme. Sé que no quieres nombrarme, pero me llamo Pavor. Vivo en el rincón más oscuro de tu mente. Eres la dueña de mi vida y tienes todo dominio sobre mis días. Tú decides que forma tomo. A veces un animal de ojos amarillentos. A veces tu marido enfurecido. Salgo de mi rincón solamente cuando me das alimento con tu ansiedad o cuando me riegas con tu temor. Crezco en tus momentos más lúgubres. Te acecho por los corredores cuando las sombras de las enredaderas te asustan. Me agacho debajo de tu cama durante tus pesadillas. Pero casi me muero cuando estás en el jardín bajo el cálido sol, cuando la luz acaricia la cara.

Me haces más pequeño cuando eres valiente y huyo a mi rincón negro cuando no me haces caso.
Sin embargo, nunca moriré. Te espero siempre.


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Sunday, May 10, 2020

Ejercicio de lectura y escritura de "Cajas de cartón" de Francisco Jiménez

Para leer el cuento relacionado con este ejercicio haga clic aquí

El ejercicio de ocho palabras del grupo de Zoom en el que estuvieron reunidos personas de diversas partes de Estados Unidos es el siguiente:

Palabras:
  1. Muchedumbre
  2. De repente
  3. Agujereado
  4. A eso de…
  5. Empapado
  6. Tragar
  7. Comején
  8. Piscador

El cuento que escribió el grupo:

El piscador fue a la finca. Observó una muchedumbre que se tragaba el sol y no sabía por qué. Había tanta gente que parecían comejenes dentro de una pared. A eso de la madrugada una sombra misteriosa y empapada se tragó a la gente. De repente la sombra sintió un dolor en el estómago. Una mujer se compadeció de la sombra y le agujereó el estómago provocando que la gente saliera. La sombra eructó.

Saturday, May 9, 2020

"Cajas de Cartón" de Francisco Jiménez


Cajas de Cartón 
Francisco Jiménez (México- USA)
Para leer el ejercicio relacionado a esta lectura haga clic aquí


Era a fines de agosto. Ito, el aparcero, ya no sonreía. Era natural. La cosecha de fresas terminaba, y los trabajadores, casi todos braceros, no recogían tantas cajas de fresas como en los meses de junio y julio. Cada día el número de braceros disminuía. El domingo sólo uno - el mejor pizcador - vino a trabajar. A mí me caía bien. A veces hablábamos durante nuestra media hora de almuerzo. Así fue como supe que era de Jalisco, de mi tierra natal. Ese domingo fue la última vez que lo vi.

Cuando el sol se escondía detrás de las montañas, Ito nos señaló que era hora de ir a casa. «Ya hes horra», gritó en su español mocho. Ésas eran las palabras que yo ansiosamente esperaba doce horas al día, todos los días, siete días a la semana, semana tras semana, y el pensar que no las volvería a oír me entristeció.

Por el camino rumbo a casa, Papá no dijo una palabra. Con las dos manos en el volante miraba fijamente el camino. Roberto, mi hermano mayor, también estaba callado. Echó para atrás la cabeza y cerró los ojos. El polvo que entraba de fuera lo hacía toser repetidamente.

Era a fines de agosto. Al abrir la puerta de nuestra chocita me detuve. Vi que todo lo que nos pertenecía estaba empacado en cajas de cartón. De repente sentí aún más el peso de las horas, los días, las semanas, los meses de trabajo. Me senté sobre una caja, y se me llenaron los ojos de lágrimas al pensar que teníamos que mudarnos a Fresno.

Esa noche no pude dormir, y un poco antes de las cinco de la madrugada Papá, que a la cuenta tampoco había pegado los ojos toda la noche, nos levantó. A los pocos minutos los gritos alegres de mis hermanitos, para quienes la mudanza era una aventura, rompieron el silencio del amanecer. Los ladridos de los perros

pronto los acompañaron.

Mientras empacábamos los trastes del desayuno, Papá salió para encender la «Carcachita». Ése era el nombre que Papá le puso a su viejo Plymouth, negro. Lo compró en una agencia de carros usados en Santa Rosa. Papá estaba muy orgulloso de su carro. «Mi Carcachita» lo llamaba cariñosamente. Tenía derecho a sentirse así. Antes de comprarlo, pasó mucho tiempo mirando a otros carros. Cuando al fin escogió la «Carcachita», la examinó palmo a palmo. Escuchó el motor, inclinando la cabeza de lado a lado como un perico, tratando de detectar cualquier ruido que pudiera indicar problemas mecánicos. Después de satisfacerse con la apariencia y los sonidos del carro, Papá insistió en saber quién había sido el dueño. Nunca lo supo, pero compró el carro de todas maneras. Papá pensó que el dueño debió haber sido alguien importante porque en el asiento de atrás encontró una corbata azul.

Papá estacionó el carro enfrente a la choza y dejó andando el motor. «Listo», gritó. Sin decir la palabra, Roberto y yo comenzamos a acarrear las cajas de cartón al carro. Roberto cargó las dos más grandes y yo las más chicas. Papá luego cargó el colchón ancho sobre la capota del carro y lo amarró a los parachoques con sogas para que no se volara con el viento en el camino.

Todo estaba empacado menos la olla de Mamá. Era una olla vieja y galvanizada que había comprado en una tienda de segunda en Santa María. La olla estaba llena de abolladuras y mellas, y mientras más abollada estaba, más le gustaba a Mamá. «Mi olla» la llamaba orgullosamente.

Sujeté abierta la puerta de la chocita mientras Mamá sacó cuidadosamente su olla, agarrándola por las dos asas para no derramar los frijoles cocidos. Cuando llegó al carro, Papá tendió las manos para ayudarle con ella. Roberto abrió la puerta posterior del carro y Papá puso la olla con mucho cuidado en el piso detrás del asiento. Todos subimos a la «Carcachita». Papá suspiró, se limpió el sudor de la frente con las mangas de la camisa, y dijo con cansancio: «es todo».

Mientras nos alejábamos, se me hizo un nudo en la garganta. Me volví y miré a nuestra chocita por última vez.



Cuando llegamos allí, Mamá se dirigió a la casa. Cruzó la cerca, pasando entre filas de rosales hasta llegar a la puerta. Tocó el timbre. Luces del portal se encendieron y un hombre alto y fornido salió. Hablaron brevemente. Cuando él entró en la casa, Mamá se apresuró hacia el carro. «¡Tenemos trabajo! El señor nos permitió quedarnos allí toda la temporada», dijo un poco sofocada de gusto y apuntando hacia un garaje viejo que estaba cerca de los establos.

El garaje estaba gastado por los años. Roídas por comejenes, las paredes apenas sostenían el techo agujereado. No tenía ventanas y el piso de tierra suelta ensabanaba todo en polvo.

Esa noche, a la luz de una lámpara de petróleo, desempacamos las cosas y empezamos a preparar la habitación para vivir. Roberto, enérgicamente se puso a barrer el suelo; Papá llenó los agujeros de las paredes con periódicos viejos y hojas de lata. Mamá les dio a comer a mis hermanitos. Papá y Roberto entonces trajeron el colchón y lo pusieron en una de las esquinas del garaje. «Viejita», dijo Papá, dirigiéndose a Mamá, «tú y los niños duerman en el colchón, Roberto, Panchito, y yo dormiremos bajo los árboles».

Muy tempranito por la mañana al día siguiente, el señor Sullivan nos enseñó donde estaba su cosecha y, después del desayuno, Papá, Roberto y yo nos fuimos a la viña a pizcar.

A eso de las nueve, la temperatura había subido hasta cerca de cien grados. Yo estaba empapado de sudor y mi boca estaba tan seca que parecía como si hubiera estado masticando un pañuelo. Fui al final del surco, cogí la jarra de agua que habíamos llevado y comencé a beber. «No tomes mucho; te vas a enfermar», me gritó Roberto. No había acabado de advertirme cuando sentí un gran dolor de estómago. Me caí de rodillas y la jarra se me deslizó de las manos.

Solamente podía oír el zumbido de los insectos. Poco a poco me empecé a recuperar. Me eché agua en la cara y en el cuello y miré el lodo negro correr por los brazos y caer a la tierra que parecía hervir.

Todavía me sentía mareado a la hora del almuerzo. Eran las dos de la tarde y nos sentamos bajo un árbol grande de nueces que estaba al
lado del camino. Papá apuntó el número de cajas que habíamos pizcado. Roberto trazaba diseños en la tierra con un palito. De pronto vi a palidecer a Papá que miraba hacia el camino. «Allá viene el camión de la escuela», susurró alarmado. Instintivamente, Roberto y yo corrimos a escondernos entre las viñas. El camión amarillo se paró frente a la casa del señor Sullivan. Dos niños muy limpiecitos y bien vestidos se apearon. Llevaban libros bajo sus brazos. Cruzaron la calle y el camión se alejó. Roberto y yo salimos de nuestro escondite y regresamos adonde estaba Papá. «Tienen que tener cuidado», nos advirtió.

Después del almuerzo volvimos a trabajar. El calor oliente y pesado, el zumbido de los insectos, el sudor y el polvo hicieron que la tarde pareciera una eternidad. Al fin las montañas que rodeaban el valle se tragaron el sol. Una hora después estaba demasiado oscuro para seguir trabajando. Las parras tapaban las uvas y era muy difícil ver los racimos. «Vámonos», dijo Papá señalándonos que era hora de irnos. Entonces tomó un lápiz y comenzó a calcular cuánto habíamos ganado ese primer día. Apuntó números, borró algunos, escribió más. Alzó la cabeza sin decir nada. Sus tristes ojos sumidos estaban humedecidos.

Cuando regresamos del trabajo, nos bañamos afuera con el agua fría bajo una manguera. Luego nos sentamos a la mesa hecha de cajones de madera y comimos con hambre la sopa de fideos, las papas y tortillas de harina blanca recién hechas. Después de cenar nos acostamos a dormir, listos para empezar a trabajar a la salida del sol.

Al día siguiente, cuando me desperté, me sentía magullado, me dolía todo el cuerpo. Apenas podía mover los brazos y las piernas. Todas las mañanas cuando me levantaba me pasaba lo mismo hasta que mis músculos se acostumbraron a ese trabajo.

Era lunes, la primera semana de noviembre. La temporada de uvas había terminado y yo podía ir a la escuela. Me desperté temprano esa mañana y me quedé acostado mirando las estrellas y saboreando el pensamiento de no ir a trabajar y de empezar el sexto grado por primera vez ese año. Como no podía dormir, decidí levantarme y desayunar con Papá y Roberto. Me senté cabizbajo frente a mi hermano. No quería mirarlo porque sabía que estaba triste. Él no asistiría a la escuela hoy, ni mañana, ni la próxima semana. No iría
hasta que se acabara la temporada de algodón, y eso sería en febrero. Me froté las manos y miré la piel seca y manchada de ácido enrollarse y caer al suelo.

Cuando Papá y Roberto se fueron a trabajar, sentí un gran alivio. Fui a la cima de una pendiente cerca de la choza y contemplé la «Carcachita» en su camino hasta que desapareció en una nube de polvo.

Dos horas más tarde, a eso de las ocho, esperaba el camión de la escuela. Por fin llegó. Subí y me senté en un asiento desocupado. Todos los niños se entretenían hablando o gritando.

Estaba nerviosísimo cuando el camión se paró delante de la escuela. Miré por la ventana y vi una muchedumbre de niños. Algunos llevaban libros, otros juguetes. Me bajé del camión, metí las manos en los bolsillos, y fui a la oficina del director. Cuando entré oí la voz de una mujer diciéndome: «May I help you?» Me sobresalté. Nadie me había hablado en inglés desde hacía meses. Por varios segundos me quedé sin poder contestar. Al fin, después de mucho esfuerzo, conseguí decirle en inglés que me quería matricular en el sexto grado. La señora entonces me hizo una serie de preguntas que me parecieron impertinentes. Luego me llevó a la sala de clase.

El señor Lema, el maestro de sexto grado, me saludó cordialmente, me asignó un pupitre, y me presentó a la clase. Estaba tan nervioso y asustado en ese momento cuando todos me miraban que deseé estar con Papá y Roberto pizcando algodón. Después de pasar lista, el señor Lema le dio a la clase la asignatura de la primera hora. «Lo primero que haremos esta mañana es terminar de leer el cuento que comenzamos ayer», dijo con entusiasmo. Se acercó a mí, me dio su libro y me pidió que leyera. «Estamos en la página 125», me dijo. Cuando lo oí, sentí que toda la sangre me subía a la cabeza, me sentí mareado. «¿Quisieras leer?», me preguntó en un tono indeciso. Abrí el libro a la página 125. Sentí a la boca seca. Los ojos se me comenzaron a aguar. El señor Lema entonces le pidió a otro niño que leyera.

Durante el resto de la hora me empecé a enojar más y más conmigo mismo. Debí haber leído, pensaba yo.

Durante el recreo me llevé el libro al baño y lo abrí a la página 125. Empecé a leer en voz baja, pretendiendo que estaba en clase. Había muchas palabras que no sabía. Cerré el libro y volví a la sala de clase.

El señor Lema estaba sentado en su escritorio. Cuando entré me miró sonriendo. Me sentí mucho mejor. Me acerqué a él y le pregunté si me podía ayudar con las palabras desconocidas. «Con mucho gusto», me contestó.

El resto del mes pasé mis horas de almuerzo estudiando ese inglés con la ayuda del buen señor Lema.

Un viernes durante la hora del almuerzo, el señor Lema me invitó a que lo acompañara a la sala de música. «¿Te gusta la música?», me preguntó. «Sí, muchísimo», le contesté entusiasmado, «me gustan los corridos mexicanos». Él entonces cogió una trompeta, la tocó y me la pasó. El sonido me hizo estremecer. Era un sonido de corridos que me encantaba. «¿Te gustaría aprender a tocar este instrumento?», me preguntó. Debió haber comprendido la expresión en mi cara porque antes que yo respondiera, añadió: «Te voy a enseñar a tocar esta trompeta durante las horas del almuerzo».

Ese día casi no podía esperar el momento de llegar a casa y contarles las nuevas a mi familia. Al bajar del camión me encontré con mis hermanitos que gritaban y brincaban de alegría. Pensé que era porque yo había llegado, pero al abrir la puerta de la chocita, vi que todo estaba empacado en cajas de cartón...

Friday, May 1, 2020

Ejercicio de lectura y escritura de "Un día de estos" de Gabriel García Márquez


¡Hola desde Grecia!

Ayer 30 de abril del 2020 tuve mi primera clase por zoom para conectar con estudiantes que viven en  diversos paises. Tuve asistentes desde Alemania, India, Grecia y España. Leímos el cuento Un día de estos de Gabriel García Máquez y el ejercicio de ocho palabras que escribieron grupalmente es el siguiente:


Las ocho palabras que eligieron son:


  1. Marchito
  2. Apresurarse
  3. Enjuto
  4. Absceso
  5. Lágrimas
  6. Pañuelo
  7. Rencor
  8. Mejilla
El cuento que construyeron estas ocho palabras es:



Eduardo Costillas Ramón es un niño enjuto, rencoroso y muy travieso que usa los pantalones marchitos. Hoy es un día especial para Eduardo porque piensa que ganará un concurso. Sin embargo, hoy tuvo un absceso que lo hizo sentir muy mal y muy adolorido.  Su madre le había dado un pañuelo mágico pero el niño se había olvidado de ponerlo en su bolsillo. Empezó a llorar y a llorar desesperadamente y las lágrimas que cayeron sobre sus mejillas cayeron sobre unas tortugas que venían apresuradas a traerle el pañuelo que le regaló su mamá.