Fernando
Laura Gonzalez Miranda
Para leer el ejercicio de escritura que se desarrolló con este cuento, haga click aquí.
Soy un hombre de 40 años. En mi juventud viví rodeado de amigos entrañables, amigos con los que crecí y que probaron su lealtad en esa edad en la que uno no puede ofrecer más que su amistad.
Fernando y yo nos conocimos… ya no recuerdo cuándo, pero sin duda fueron al menos tres décadas de compartir. Vivimos juntos la maravillosa infancia, el despertar a la vida en la secundaria, y seguimos frecuentándonos aún después de la preparatoria. Su familia y la mía también han sido amigas desde siempre… aún lo son.
Fue en una época en que nos distanciamos cuando lo supe. Un pajarillo de plumaje azul llegó a mi jardín, y voluntariamente se metió en una jaula de loro que tenía desocupada. Pasó entre los barrotitos pues como ustedes saben, estas jaulas están hechas para esas aves que son de cuerpo mucho más grande que los pajarillos silvestres, y que no requieren un entramado demasiado cerrado en las rejillas.
El pajarillo azul dormía en su jaula de loro por las noches, y salía a buscar sus alimentos en la mañana. Luego regresaba por la tarde a dormir y así hasta que pasó un mes.
¿Por qué un pajarillo del campo se apresaría por propia voluntad? ¿Por qué estaba en mi casa? Todavía no me daba cuenta de lo que ocurría, hasta que se me ocurrió preguntarle espontáneamente al pajarillo: “¿Eres Fernando?” “¿Eres Fernando?”, el pajarito pareció comprender la pregunta, y empezó a revolotear desesperadamente en la jaula, trinando, como queriendo responder. Después abandonó para siempre la jaula.
El recuerdo vino de golpe a mi mente: cuando éramos jóvenes, Fernando y yo nos hicimos la promesa mutua de que si él o yo moríamos primero, regresaríamos para contarnos cómo era la vida del otro lado. Recordé que dijo que volvería en forma de ave a visitarme.
Llamé a su casa para saber de él. Fue entonces cuando confirmé lo que ya sabía, Fernando había muerto.
No comments:
Post a Comment