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Cada semana leeremos un cuento o un poema de algún autor hispano.
Te invito a participar de la siguiente manera:
1. Escoge un cuento, poema, o ensayo de la lista de autores que aparece en la columna del lado derecho del blog. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
2. Después de leer el material elegido, crea una historia usando las ocho palabras que el grupo ¿Y... qué me cuentas? escogió en clase, o escoge otras ocho palabras de la lectura que quieras practicar. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
3. Sube tu historia usando el enlace de comentarios ("comments"). Lo encontrarás al final de cada lectura.
No temas cometer errores en tu historia. Yo estoy aquí para ayudarte. Tan pronto subas tu historia, yo te mandaré mis comentarios.
¿Estás listo? ¡ Adelante!

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Y…¿qué me cuentas?

Este video muestra el momento en el que los estudiantes de

Y…¿qué me cuentas?

crean una historia usando ocho palabras extraídas de un cuento previamente leído en clase.

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Recomendación al Gobierno de México por parte del Consejo Consultivo del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (CCIME) durante su XVII reunión ordinaria.

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Tuesday, June 12, 2018

"La guaca" de Héctor Abad Faciolince



La guaca

Héctor Abad Faciolince

(Colombia)
Tomado de: http://www.hectorabad.com/la-guaca/

1

Cuando mi esposa volvió a enamorarse de su viejo amor, el fotógrafo, y se fue a vivir con él por El Retiro, yo me tuve que quedar solo con los niños. Ella no llamaba ni venía casi nunca, y pasaban meses enteros sin que supiéramos de ella. Los niños lloraban mucho al principio, sobre todo María Isabel, la menor, pero a Juan Esteban, el mayor, le fue entrando una rabia parecida a la mía, que lo llevaba a levantar los hombros cada vez que le mencionaban a la mamá. Ella se fue alejando, tanto de la ciudad como de nuestros pechos, hasta que todos en la casa terminamos refiriéndonos a ella, no con su nombre, que olvidamos, sino con un apelativo más lejano y más justo: la difunta. Yo a ella, a la difunta, no la culpaba del todo por su decisión; ella había querido al fotógrafo desde antes de casarse conmigo, y desde la adolescencia habían planeado que algún día se irían a vivir al campo. Ahora habían realizado su sueño de vida agreste y vivían en esa finca sin teléfono en las afueras de El Retiro, al lado de una quebrada, con caballos y vacas y conejos. Pescaban truchas, paseaban los perros, y se bastaban tanto el uno al otro que casi nunca bajaban a Medellín.

Monday, June 11, 2018

"Las mujeres de mi generación son las mejores" de Santiago Gamboa


Las mujeres de mi generación son las mejores

Santiago Gamboa

(Colombia)

Las mujeres de mi generación son las mejores. Y punto.

Hoy tienen cuarenta y pico, incluso cincuenta, y son bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas, sensatas, y sobre todo, endiabladamente seductoras.

Esto, a pesar de sus incipientes patas de gallo o de esa afectuosa celulitis que capitanea sus muslos, pero que las hace tan humanas, tan reales.

Hermosamente reales.

Casi todas hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero, y al cuarto intento.

Qué importa.

Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería y la protegen como una ciudad sitiada que, de cualquier modo, cada tanto abre sus puertas a algún visitante.

¡Qué bellas son, por Dios, las mujeres de mi generación!

Nacidas bajo la era de Acuario, con el influjo de la música de los Beatles, de Bob Dylan.

Monday, June 4, 2018

"Tesoros" de Juan Gracia Armendáriz


Tesoros
Juan Gracia Armendáriz
España (1965) 

Algo no marchaba bien, y Ana lo sabía. Hasta aquella tarde de agosto -Gabriel y Andrés estaban lejos, de vacaciones inglesas- sus padres la habían mantenido al margen de los acontecimientos familiares que al final del verano adquirieron el cariz de lo inapelable, igual que se barrunta la tormenta en la humedad del viento levantado: las llamadas telefónicas a medianoche, la venta urgente de la casa, las conversaciones de sus padres en el comedor del abuelo, las visitas del abogado… fueron indicios suficientes para que Ana, pequeña aún, relegada al espacio límbico de la infancia, supiera que los hechos se precipitarían sobre todos ellos con la contundencia de lo inevitable.
Hasta esa tarde, la habían entretenido con largos paseos por la playa, por el espigón del puerto o tomando la barca de la isla hacia la posibilidad de un día atrapando cangrejos entre las rocas y bebiendo limonada en el embarcadero. Y Ana, silenciosa y amable, se había dejado convencer por el decorado de la normalidad, anulando en sus padres un nuevo frente de temor. Y así lo hizo, esbozando una sonrisa con los ojos, cuando aquella tarde la auparon sobre la grupa de un caballito, en medio de la feria. Hasta ese instante -sus padres seguían detrás, cogidos de la mano, los pasos del caballo de Ana- su vida había transcurrido con cierta y engañosa placidez en el pueblo. Sus hermanos, modelos a imitar entonces, se tornaban poco a poco en sombras: Andrés, lejano en edad con un pie ya en la adolescencia, y Gabriel, su cómplice en ocasiones, su enemigo en otras.
Ana tenía una mancha cárdena en medio de la palidez de la frente, mácula de los rigores de un parto difícil, que se encendía con el fulgor de la ira cuando sus hermanos la excluían de los juegos, especialmente de los torneos medievales organizados en la cochera y que con el paso de la tarde degeneraban en un combate paleolítico y sin reglas de honor…o cuando le impedían ir a cazar jilgueros con cimbel, liga y cardo. En la marginación había cultivado el silencio.
Acaso esta infancia transcurrida bajo el influjo lúdico de la masculinidad, explique el hecho de que Ana expresara, ante el horror materno, su deseo de hacer la primera comunión vestida de Sandokán, con un sable malayo en el cinto y el tatuaje de la Perla de Labuán en el virginal hombro, o que durante mucho tiempo, su ideal de hombre fuera un trampero del Canadá o un leñador de los Pirineos con quien compartía una cabaña construida con troncos recios de haya en lo más profundo del bosque y un perro mastín que vigilara frente a la chimenea sus sueños de amazona en las noches de invierno…
Cuando acabó el paseo, la bajaron del pony, los tres tomaron una ración de churros y un fotógrafo los retrató de espaldas a la bahía. Luego su padre desapareció en un taxi.
Muchos años después, en esa fotografía en blanco y negro y de bordes dentados, Ana fecharía el día en que acabó su infancia.

Noticias de la frontera, Madrid, Libertarias / Prodhufi, 1994, pág. 74-75.

Saturday, June 2, 2018

"Adiós" de Luciano G. Egido

Adiós
Luciano G. Egido 
(España, 1928)

La única verdad es la literatura.
Fernando Pessoa
Estaba condenado a muerte y los médicos le echaban de seis meses a un año de vida. Como es sabido el cáncer no perdona y ya era tarde para todo. Él ya se había hecho a la idea y había empezado a despedirse del mundo con una extraña resignación suicida. Hacía mucho tiempo que se había separado de su mujer y los hijos se habían desentendido de lo que le ocurriera. Sus amigos estaban muertos o vivían lejos y no quería darles el espectáculo de su agonía ni el golpe bajo de la crecida de sus remordimientos. Le hubiera gustado visitar por última vez algunos paisajes, que le habían congraciado con la naturaleza, y algunas ciudades donde había sido particularmente feliz, con toda la vida por delante para recordarlas.
También hubiera querido encontrarse con algún viejo amor inolvidable, con alguna continuada manera de contemplar el mar, como la primera vez, y con algunos lugares, unidos a lecturas y a situaciones especialmente gratas. Pero todo le parecía irrealizable, porque exigía un esfuerzo que no se sentía con ganas de iniciar y menos de concluir.

Friday, June 1, 2018

"El reincidente" de Rafael Sánchez Ferlosio

El reincidente
Rafael Sánchez Ferlosio 
(España, 1927)

El lobo, viejo, desdentado, cano, despeluchado, desmedrado, enfermo, cansado un día de vivir y de hambrear, sintió llegada para él la hora de reclinar finalmente la cabeza en el regazo del Creador. Noche y día caminó por cada vez más extraviados andurriales, cada vez más arriscadas serranías, más empinadas y vertiginosas cuestas, hasta donde el pavoroso rugir del huracán en las talladas cresterías de hielo se trocaba de pronto, como voz sofocada entre algodones, al entrar en la espesa cúpula de niebla, en el blanco silencio de la Cumbre Eterna. Allí, no bien alzó los ojos -nublada la visión, ya por su propia vejez, ya por el recién sufrido rigor de la ventisca, ya en fin por lágrimas mezcladas de autoconmiseración y gratitud- y entrevió las doradas puertas de la Bienaventuranza, oyó la cristalina y penetrante voz del oficial de guardia, que así lo interpelaba:
-¿Cómo te atreves siquiera a aproximarte a estas puertas sacrosantas, con las fauces aún ensangrentadas por tus últimas cruentas refecciones, asesino?