México
Sabes de qué se trata. Has escuchado o leído este tipo de relatos y
seguramente conoces cómo se tipifican estos crímenes. Todo lo irás recordando como
una vaga imagen del pasado, porque todo esto será como un sueño tranquilo, como
una lectura en silencio. En otros tiempos quizá se vuelva una costumbre
terriblemente cotidiana, pero aquí y ahora, está muy mal visto. Sabes que tu
barrio y tus costumbres son minucias ante la oficialidad monumental que te
espera. Todo es parte de un silencioso desembarco que aquí se inicia en tu
recuerdo.
Las imágenes reflejan su recorrido como si fueran escenas de una
película gris y borrosa: una residencia de lujo, las plantas silenciosas y unos
espejos que reproducen el choque de copas y la caída accidentada de un collar
de perlas. Es como si los espejos guardaran la imagen íntegra de aquella fiesta en
tu mente, ¿qué más les queda? Nunca más podrán reproducir las risas ni los
secretos. Esa mansión ya quedó clausurada por las autoridades.
El silencio de tus recuerdos se va volviendo cómplice de tu condena. Es
un aullido callado, acusador, como los momentos sin un solo ruido que de niño
te confirmaban la magia de tus trenecitos y la culpa escondida de tus mentiras.
En silencio estas letras van formando visiones que se diluyen en los espejos de
tu recuerdo. Te faltan pocos párrafos para ir a entregarte.
Abrirás la puerta como siempre lo has hecho y saldrás con cierta prisa,
como saliste ayer, como lo haces a diario. Quizá te convenga afeitarte,
procurar la elegancia y lucir tu corbata roja. Al llegar, simplemente
entrégate, bien sabes que no es necesario describir los hechos —la prensa ya se
encargó de reseñar detalladamente tu hazaña— y son muchos los que, de boca en
boca, han memorizado el número de muertos y los enigmas de tu crueldad.
Los recuerdos que quedaron encerrados en esa residencia de lujo la han
convertido en la mansión de tu propia mente. Una casona callada y fría que te
desconcierta hasta calentarte las sienes. Los pocos muebles que no fueron
alcanzados por las balas o salpicados con la sangre de tu noche son ahora los
únicos habitantes de esa casona abandonada en tu memoria. Son como fantasmas
que encarnan toda tu existencia, residentes de tu mente, inquilinos del
recuerdo. Vuelan y desaparecen en los espejos de tus sueños enmarcados en
maderas decimonónicas, doradas y colgantes.
De joven, en tus delirios confundías a los espejos con ventanas; los
veías como cuadros de agua espectral, estanques poblados de sueños como si
fueran paisajes de un túnel que se abrían ante tus ojos como pasajes a lo
imposible. Pensabas que al incorporarte al vidrio despertarías en un lago de
dimensiones infinitas y en medio de una placidez interminable. Esa
noche, que ya es tu noche, veías en los espejos de la casa del crimen las
lámparas de mil cristalitos como si fueran las olas de tus lagunas mentales, y
en su reflejo escuchabas la música en vivo y sentías correr tu sudor, pero sin
nervios.
Dos copas te ambientaron, te redujeron a la plática y abrieron tu
apetito. Ese sabor picante del hielo convertido en agua de whisky se mezclaba
con tu saliva con la misma amargura que tienen los rencores incomprensibles.
Tarareabas un tango mientras te iluminaba un candil con oros; luz tenue que no
dejará de ser amarilla, como una luz de madrugada, como la nieve que nunca se
derrite en tu memoria. Tarareabas al son de la legítima plata Christophle,
mientras tu traje de luto se paseaba entre los exagerados azules de la
auténtica cerámica de Talavera, las alfombras ocres y los repetidos destellos
de la elegancia que te rodeaba. Formabas una melodía interna al contemplar las
imágenes que se deslizaban en tu mirada, reproducidas, multiplicadas en tus
espejos.
Alargaste tu tonadita cuando saliste al coche por las metralletas. No
tardo, es que dejé en el coche mis cigarros... No, de verdad, no es necesario.
En serio, no tardo y además, no hace falta... si dejé mi coche hasta delante,
¡Claro!, fui de los primeros en llegar... No camines todavía, termina
de leer. Entiendo que quieras cerrar los ojos, incorpórate y recrear tus pasos
al coche. El jardín se ve más grande en tu recuerdo; con estas letras lo
imaginas inmenso. Te distrajiste un momento al ver las velitas que flotaban en
la piscina imperial. Si fuera de día, sería una alberca cualquiera, pero de
noche es una piscina de residencia de lujo con velas que son reflejos en
un espejo acostado que te invitan a sumergirte. Sentiste ganas de nadar, pero
no. Tú tenías que cumplir tu sueño. Estaba todo arreglado.
Recuerdas tus manos al abrir la cajuela del coche. Primero levantaste la
metralleta más grande; no sentiste el peso hasta cargar con la otra. Ni te
molestaste en cerrar el auto; sentías prisa por volver a tu fiesta. Tu
paso firme, arrastrando suficientes cartuchos como para abatir a un ejército.
Subes los escalones de la entrada de mármol, sólo te ha visto un hombre que
está en la puerta de la calle. Él piensa que las armas que llevas en brazos son
una broma más de la fi esta. Al periódico declaró que en todas las
reuniones de esa mansión hacían “loquera y media”.
La primera ráfaga sonó como si las balas fueran tamborazos de la banda
de música. Muchos pensaron que eran cohetes del más puro despilfarro. Los
espejos se metían a tu vista bamboleantes porque tu cara, tus brazos y todo tu
cuerpo vibran como un terremoto. Hacías fuerza para poder pasear tus
metralletas de izquierda a derecha, como un regadero de muerte. Sentías cómo
las balas perseguían a los gritos y rompían los cristales de tus espejos y esas
ventanas que para ti son lo mismo. Veías cómo se teñían de rojo los fracs. Rojo
y negro, declarando la vida en huelga. A tus pies rodaban las perlas, oías los
gritos... los sigues oyendo con sólo leerlos.
El recibidor y la sala convertidos en una magnífica
pintura horrorosa: los meseros vestidos ya de rojo total, boquiabiertos,
jadeantes algunos, muertos la mayoría. Montones literales de gente estorban tus
pasos, pero sigues firme, rematando. Que no se escape ni uno solo. Te
recreas masacrando al pavo que reposaba en la mesa y de un solo golpe rompes
los cisnes de hielo que decoraban la escena... los echas a volar... hacia los
espejos.
Se te confunden las lociones y los perfumes con los olores de muerte y
sangre. Algunos de tus fantasmas quedaron con los ojos fijos,
mirándote horrorizados para siempre. Ahora ves los charcos rojos en las
alfombras terriblemente persas y uno de los músicos tiene la última osadía de
quejarse cuando le atraviesas la garganta con el pico de la chimenea. Recorres
la sala pisando manos y caras. Todos reproducidos para siempre en el terrible
silencio de tu recuerdo, su propia tragedia en estas páginas.
Escuchas ruidos que vienen de arriba, de alguna habitación. Al subir,
los encuentras vistiéndose. El asco que te da ver las canas demasiado blancas
del viejo te impulsa a despedazarlos con tus propias manos; la muchacha
pelirroja llora inmóvil, intenta huir. Te gusta ver cómo se le empapa la ropa
interior con su sangre. Disparas la última ráfaga a las almohadas llenando de
plumas la habitación, como si limpiaras las risitas y los quejidos que se
vivían aquí hace unos momentos.
Fumando, bajaste la escalera. Tu cuadro de horror sigue inmóvil; ni un
solo muerto ha cambiado de lugar. Sales de la cocina tranquilo y sin importarte
que te puedan agarrar o que te estuvieran esperando.
Todo lo recuerdas como una visión borrosa, un reflejo en
un espejo viejo y manchado. Al leer estas líneas te preguntarás si es
simplemente un cuento, un sueño de los que sueles inventarte. Quieres
incorporarte y huir, dejar estas hojas y salir corriendo. Sabes que eres
culpable. Al leer estas líneas has recreado los gritos y la angustia. Estas
hojas se han vuelto un espejo de papel. Con sólo leerlas has recreado los
oleajes de tu memoria borrosa. En tu mente has vuelto a leer esas caras
espantosas, has recordado los olores y aquella tonadita de tango.
Piensas que no puede ser cierto, pero te intrigan tus nervios. Dudas,
como la primera vez que te viste en un espejo. Eres otro. Los planos se
intercambian, los lados cambian de sentido. Al afeitarte verás que la navaja en
tu mano derecha amenaza con cortar tu mejilla izquierda; los lados se
intercalan, todos tus planos son un contrasentido.
Trata de recordar tus actos, todo lo que has hecho desde hace un mes,
desde ayer; no puedes, te confundes. Prefieres olvidar. Intuyes que
todo salió como en un sueño; nadie te vio ni mucho menos capturó. Sabes que fue
de noche, vestido elegante y en una desconocida residencia de lujo ajeno. Nunca
has sido sonámbulo, pero no importa, porque da lo mismo si mataste dormido o
insistes en el consuelo de olvidarlo. La culpa es la misma. Según crees, llevas
una vida normal; tus amigos, tus calles, tus rutinas... Sientes miedo porque ya
es inevitable tu entrega y el despertar retrasado de esta pesadilla que creías
desconocer.
Tus
imágenes se consumirán en pocas líneas y te entregarás sin mucha explicación.
No será necesario hablar de estas páginas ni pedir confesor. No te despidas de
nadie y procura no pensar. No intentes explicártelo, no lo entenderás; tu
recuerdo, aunque lo releas, seguirá siendo vago y casi ausente. Mejor
entrégate, deja estas páginas que sólo han servido para intentar reflejarte. Deja de leer; quema, guarda o, mejor aún,
regala estas líneas. Apresúrate, después de todo, sabes que sólo entregándote
completas las letras que hacen de este reflejo el crimen perfecto.

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