La Nochebuena del campeño Juan Blas
Amaya Amador
Honduras
Amaya Amador
Honduras
Las luces de la ciudad ya estaban encendidas y la noche del 24 de diciembre se entreabría, gélida, lluviosa y llena de pesadumbre, cuando Juan Blas llegó a los arrabales de la población, después de caminar cuatro horas por los fangosos caminos que conducen a Palo Verde, campo bananero de la Standard.
Juan Blas cubría su helado y moreno cuerpo de campeño con el único vestido que en un lejano tiempo había sido amarillo kaki y que ahora era un harapo cubierto de manchas grises y azules del banano y del veneno con que se combate la sigatoka. Antiguo trabajador de las compañías, jamás había podido obtener un “pegue” regular, antes bien, cada día su situación económica sufría horrible depresión, arrastrándolo como a infinidad de compañeros, por los inclementes cienos de la miseria. Venía con el corazón lleno de reproches porque en aquel viaje, sus bolsillos estaban huérfanos de las monedas que debía traer a su mujer y a su hijita, pues desgraciadamente no había alcanzado ni un solo centavo en “la orden”.