Un romance antiguo
Jorge F. Hernández
(México)
Hoy como ayer, me esperas en silencio. Callada, impávida y serena aguardas el inicio de nuestro ritual cotidiano. Te cortejo, coqueteas; intento decirte palabras a media voz, juegas al silencio; inicio las caricias con las yemas de los dedos, confirmas que no te aburren y que a mí jamás me agotan.
De día, nos separan horarios divergentes: recorridos y compromisos, el peso del tiempo y las grandes distancias de esta ciudad. Por las tardes ya te pienso y apuro mis conversaciones de sobremesa como si acelerase el atardecer, como sintiendo que tú también ya me piensas y entonces llega la noche. Te miro desde que vuelvo a abrir la puerta y llega nuestro silencio.
De día, nos separan horarios divergentes: recorridos y compromisos, el peso del tiempo y las grandes distancias de esta ciudad. Por las tardes ya te pienso y apuro mis conversaciones de sobremesa como si acelerase el atardecer, como sintiendo que tú también ya me piensas y entonces llega la noche. Te miro desde que vuelvo a abrir la puerta y llega nuestro silencio.